Tiempos turbios
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
Las crisis, por lo general, nos desorientan y
desequilibran, es por ello que debemos estar atentos, nos pueden llevar tanto a
lo mejor como a lo peor, cuesta en estas
circunstancias ver, con claridad, tanto
lo uno como lo otro. Cercanas las elecciones podríamos volver a equivocarnos
yendo detrás de farsantes que parecen ser sinceros.
Este gobierno trata
de ganar voluntades por medios espurios, los regalos antes de las elecciones y
la inflación reprimida mediante controles de todo tipo, son la estrategia. Las
reuniones con empresarios tienen como meta hacerles cumplir sus órdenes en lo que
respecta en fijar precios y salarios, restringiendo la actividad económica. Roberto
Feletti, Secretario de Comercio, es el encargado de evitar que la oferta y la demanda se
equilibren por los precios que surgen, espontáneamente, del mercado; la Ley de Abastecimiento con la
que amenaza, muestra por la experiencia pasada, lo dañina que pueden ser normas que en vez de
modificar situaciones injustas, al ratificarlas, las
acentúan, proyectando el daño
indefinidamente. La gente deja de creer
que las leyes son para proteger sus bienes y persona, afianzar la paz y la
justicia, es así como se aparta del sistema legal o envía sus ahorros a cuentas en el exterior
para protegerse del avance de políticas impositivas e inflacionarias, aparece el mercado negro y grandes sectores
informales.
El estatismo obliga a que los bienes y servicios sean
adquiridos porque son argentinos, no importa que sean de baja calidad, el
empresario busca, en vez de competir, estar cerca del poder para evitar competidores extranjeros, cargando a los consumidores con precios más altos que
los que podrían ser si funcionara la competencia. En la economía capitalista la
formación de ahorro y capital se obtiene mediante la cooperación voluntaria de
los consumidores ya que solo obtienen ganancia los empresarios que mejor
satisfacen sus gustos y necesidades.
La esperanza en un futuro mejor está en que el sector político
entienda que el mercado libre crea incentivos económicos que promueven en la
sociedad virtudes morales de responsabilidad personal, autoestima,
respeto por los derechos y la libertad de los demás. En vez de promover
el bienestar de unos pocos, la producción en masa característica del capitalismo, incrementa la prosperidad general: la ganancia
se vuelve a reinvertir, indefinidamente,
para aumentar la productividad y disminuir costos y
precios, el progreso del empresario aumenta en la medida que mejora la condición social
de todos. No es cuestión, como pretende el Gobierno, de empobrecer a los ricos, sino de dar oportunidades de mejoramiento
económico a los pobres.
En la larga lista de
lo que está hundiendo la economía, una de las piedras más pesadas, es no contar
con libertad sindical, como lo demanda la Constitución alberdiana. El sindicato
único proviene de la Carta del Laboro italiana y de la Ley Rocco,
implantada en nuestro país en 1945, rigió desde entonces, salvo en cortos periodos. Consiste en que el Estado otorga a una asociación gremial el monopolio de la
representación de los trabajadores ante los empresarios. La idea del sindicato
único prendió en el país a partir del propósito político de Juan Domingo Perón
de manipular al sector sindical. En 1970,
la Ley de Obras Sociales le concedió el aporte, también obligatorio, de todos los trabajadores en actividad, otorgándole más poder y capacidad de decisión.
Extralimitándose en sus funciones, sin
pasar por los partidos políticos, como debería ser, golpea directamente al poder en pos de sus, muchas veces,
arbitrarias demandas, creando serios problemas a la actividad política y
económica.
La pregunta del
millón: ¿por qué combatir al sistema capitalista si la historia nos da tantos
ejemplos de que ha producido beneficios admirables que han penetrad en todos los sectores sociales y creado, gracias a la movilidad social que provoca, el
de la clase media? Lenin, fue quien dijo,
que se abría una etapa decisiva donde un
sistema mataría al otro: la disyuntiva sería capitalismo o marxismo. Ya hemos visto las consecuencias
del socialismo real y del capitalismo real, no nos queda más que decidirnos. En
la URSS recién se empezó a usar el cheque en la época de la perestroika de
Mijail Gorbachov, antes hubo un genocidio cultural, se liquidó el arte igual
que en Alemania nazi, donde sabios emigraban a EEUU e Inglaterra. Tuvieron solo
la suerte que duró doce años menos que el totalitarismo soviético. En ambos
regímenes se cometieron asesinatos en masa, genocidios y deportaciones. La ética
que promueve la libertad no la tiene el socialismo, el fascismo ni otros
sistemas colectivistas solo la sociedad
libre que protege la libertad de pensamiento, religión, contrato y de empresa. Un sistema político-económico
debe servir al auto desarrollo individual no al autosacrificio; una preocupación genuina por nosotros mismos
es un cometido noble y exigente, así lo vio Adam Smith.
La doctrina
económica que pretende la Constitución liberal de nuestro país se basa en la
libertad, alejarse de sus principios, nos ha dejado al borde del desorden
social y económico. El Estado en su intento de
excluir a los particulares
se ha elevado por sobre el derecho privado sumiendo al país en la pobreza y la
arbitrariedad, ha olvidado su función primordial: preservar los derechos
individuales, el orden jurídico, o sea
la supremacía de la Constitución, donde el individuo es más importante que el Estado.
Cuanto el Estado más interviene, más limita la dignidad humana, el ámbito de
la responsabilidad individual de las personas.
Es preciso entender
el fundamento moral de la libertad, la tarea de vivir y desarrollar los valores
de la vida propios de seres humanos libres. Como dijo Ortega, el hombre
está siempre en su circunstancia y no tiene más remedio que habérsela
con ella. Lo primero que tiene que hacer
es conocerla para saber cómo actuar. La
decisión es intransferible, no puede
sustituirlo el Estado, aunque puede ser
una opción ser su siervo, entregarle la
vida.
No vivimos solos, la sociedad nos lleva soluciones ya
hechas, a los problemas de nuestra vida,
a veces tenemos que luchar contra las ideas dominantes de nuestro tiempo. La fe
en la libertad, que hoy representa una esperanza, había perdido la representación en el país,
era rechazada, los partidos se aferraron a ideas fracasadas como lo hace hoy el
kirchnerismo. Por ello, los esfuerzos
deben concentrarse en la batalla ideológica para lograr que la opinión pública
acepte el cambio de rumbo y las reformas estructurales que se necesitan para
lograrlo. El primer paso es llevar gente capacitada al Congreso.
Civilización o barbarie sigue siendo la cuestión: o votamos
a gobernantes que como Sarmiento nos pongan a la altura de los países ricos y
modernos o seguimos con los que solo administran la pobreza y sujetan nuestros
derechos y libertades.
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