El Congreso, convertido en un nuevo factor de incertidumbre
Sergio Crivelli


La política del cuarto gobierno kirchnerista se está caracterizando de manera creciente por el caos y la inacción. Durante sus primeros dos años, el Congreso se había mantenido al margen de ese desorden, porque funcionaba con mayorías cómodas y una estrategia clásica de disciplinamiento y cooptación. Pero la derrota electoral y la perspectiva de un cambio en la Casa Rosada en 2023 modificaron el cuadro.­
Así, el oficialismo recibió una paliza inesperada hace dos viernes en la votación del presupuesto y pocos días después la oposición perdió ajustadamente la pulseada por un proyecto que había impuesto en el temario para reducir la presión fiscal. Tuvo tres diputados ausentes, dos de los cuales estaban de viaje por el Primer Mundo.­
En suma, el Legislativo se ha vuelto un poder impredecible y su funcionamiento aparece en buena medida ligado al azar. Cuestiones de primera importancia están sujetas a factores aleatorios por dos razones: por un lado, no hay liderazgos en ninguno de los bloques mayoritarios con poder suficiente para establecer una agenda legislativa racional y, por otro, el Gobierno está a la defensiva; actúa en respuesta a los problemas que se le van presentando. Carece de iniciativa porque está paralizado, sin otro plan que postergar las decisiones de mayor costo político. Su problema inmediato, el acuerdo con el FMI, está congelado desde hace dos años y en esa materia resulta determinante la voluntad de la vice, muy hostil al organismo.­
La estrategia gubernamental puede resumirse por lo tanto en cinco palabras: hay que pasar el verano. Con las reservas en nivel crítico se espera la liquidación de la cosecha fina mientras la presión cambiaria vuelve a sentirse con el dólar blue trepando a 204 pesos.­
En este terreno nada ha cambiado. La táctica de demorar el ajuste sigue siendo posible paradójicamente gracias al agro, el sector más castigado por el kirchnerismo y el único aportante de divisas que se despilfarran en proyectos prebendarios como los de Tierra del Fuego o en políticas insostenibles como la que desemboca en la importación de energía.­
Ese esquema constituye el corazón del "modelo K" desde hace casi 20 años y lleva a crisis periódicas por falta de dólares. También hay que añadirle el uso de la divisa norteamericana como ancla para frenar la inflación, originada en un 90% en emisión sin control. Una receta catastrófica.­
Lo que se requiere para cualquier entendimiento con el Fondo es precisamente a lo que Cristina Kirchner se niega y Alberto Fernández no se anima: devaluar, fijar tarifas realistas y achicar el déficit. En otras palabras, atacar la raíz del problema y dejarse de Felettis.­
Lo restante es literatura o chicanas como la interpretación presidencial de un documento del FMI sobre el préstamo otorgado al gobierno anterior y que ahora debe "rollear" el peronismo. Un documento de un organismo burocrático que Fernández quiso interpretar como una confesión, a pesar de que en ninguna parte dice que sus autoridades incumplieron los procedimientos o los estatutos del organismo.­
Con ese culebrón infinito para los medios, el Presidente intentó soslayar la cuestión de fondo: cuándo y cómo va a cerrar el acuerdo para que el país no caiga en default. Como mala señal en ese sentido, a la inacción ha sumado en los últimos días el alineamiento sobreactuado con Cristina Kirchner. Esto incluye el "Ah, pero Macri" como "pièce de résistance".­
En algún momento se barajó la hipótesis de que después de la derrota encararía una estrategia realista sobre la deuda, pero desde su discurso en San Vicente y los abrazos con Máximo Kirchner esa alternativa cotiza a la baja.­
También la vice se preocupó en consolidar la posición del ala más dura del oficialismo. Volvió a las redes, pero esta vez no con "correctivos" al Presidente, ya que este volvió a encuadrarse obedientemente.­
Cristina Kirchner apuntó sobre sus tres blancos predilectos: los medios que no publican lo que ella quiere, la Justicia que no falla como ella quiere y Mauricio Macri, que representa la peor de sus pesadillas.­
Su crítica a los medios no K escenificó una vez más un encono inextinguible. Reprodujo una declaración de un arzobispo bergoglista enojado con los periodistas porque lo hicieron aparecer criticando al gobierno de la provincia de Buenos Aires al que adhiere. Monseñor se indignó y los acusó de "mala leche" en un arrebato de piedad cristiana.­
La ocasión le sirvió a CFK para fustigar lo que llama "desequilibrio comunicacional", que intentó modificar con su fallida ley de medios. Ese sueño de control de la opinión ajena fue destruido por la Suprema Corte, pero como en todos los ámbitos la vice vuelve una y otra vez a sus orígenes. Es la imagen perfecta del anquilosamiento.­
Publicado en La Prensa.

 

Últimos 5 Artículos del Autor
[Ver mas artículos del autor]