Simple y complejo
Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Salvo el gobierno todo el arco de economistas profesionales y algunos políticos de la oposición no dudan en señalar a la inflación como la causa de todos los males de la Argentina. Como consecuencia coinciden en que mientras no se ataque ese foco del problema sus efectos seguirán derramándose sin clemencia  sobre la sociedad.
Sin embargo, si bien se mira, la inflación tiene más las características de uno de los efectos del problema central que de ser el problema mismo. En efecto, la inflación (esto es el alza generalizada de los precios) es la manifestación exterior de la pérdida del poder adquisitivo del dinero como consecuencia de que cada unidad monetaria alcanza para adquirir menos bienes. Al producirse este mancillamiento del valor de los billetes, se necesitan más billetes para adquirir lo que antes se adquiría con menos. Como consecuencia parece que las cosas cuestan más sin advertir que lo que en realidad ocurre es que la unidad de medida que usamos para mesurar su valor vale cada vez menos.
Esto nos lleva directamente a preguntarnos por qué sucede eso. Y la respuesta es muy simple: porque hay una abundancia de billetes, que, como todo lo que abunda, no valen. Cómo no valen, la gente se apresura a sacárselos de encima con compra anticipada de bienes o con compra de divisas. En ambos casos estamos en presencia de retroalimentadores de la inflación, uno por presión sobre la demanda de bienes y otro por presión sobre el tipo de cambio.
Eso nos lleva a la pregunta de por qué hay una sobreabundancia de billetes. Y la respuesta es también simple: porque el gobierno los imprime sin descanso. Pero, por qué hace eso. Porque la estructura productiva de la Argentina no da abasto para satisfacer nuestras aspiraciones de nivel de vida. ¿Y cuál es la señal de nuestra aspiración de nivel de vida? El gasto del Estado. Eso es lo que marca lo que la Argentina pretende; su aspiración ideal. Se trata del mismo caso que el de una familia: su nivel de gasto es el indicio del nivel de vida que quiere tener. Cuando la producción de recursos que genere esa familia está por debajo de su nivel de gasto, la familia tiene dos caminos: o incrementa su nivel de producción de recursos o baja su nivel de vida para bajar el gasto hasta hacerlo como mínimo parejo con los recursos que genera.
Por lo tanto hemos llegado a la conclusión de que la inflación no es la estación final en el análisis de nuestro problema. La inflación es una estación intermedia entre los eslabones que lo explican. La emisión es la siguiente estación y el gasto la estación final.
Ahora bien, como en nuestro ejemplo de la familia, el gasto también podría ser una estación no-final de nuestra discusión si estuviéramos dispuestos a hacer determinadas cosas. Como vimos la diferencia entre la pretensión de vida de un país y su capacidad productiva puede ser positiva o negativa. Obviamente no hay inconvenientes cuando es positiva. Pero cuando es negativa algo hay que hacer. Y lo que se puede hacer no consiste fatalmente en bajar el gasto, si es que a nivel país eso se considera impolítico. También se puede aumentar la capacidad de generar recursos. Lo único que no puede hacerse es imprimir billetes porque los billetes deben ser la materialización física de una riqueza genuina generada en recursos económicos demandados. Imprimir papeles con forma de billetes sin que sean la consecuencia de una riqueza real producida antes, “infla” artificialmente la economía produciendo una escalada en los precios.
Por lo tanto si imprimir billetes agrava el problema y bajar el gasto es impolítico, solo queda un camino para acabar con la inflación: aumentar la producción de recursos, lo que en economía se llama aumento de la oferta o “supply economics”.
¿Y cómo se hace eso? Es muy simple: produciendo 2 donde antes se producía 1 ¿Y cómo se logra eso? También sencillo: aumentando la capacidad instalada de producción. ¿Y cómo se hace eso? Simple: poniendo plata, aumentando la inversión. ¿Qué inversión? Toda, pero básicamente la privada porque, por las mismas razones que explicamos aquí, los fondos públicos están exhaustos ya.
¿Y cómo se hace para que los privados inviertan? También muy sencillo: atrayéndolos, haciendo que lo que más les convenga personalmente sea poner su dinero en la Argentina, porque es en la Argentina en donde más frutos rendirá.
Y aquí nos vamos aproximando al nudo del problema. El gobierno actual (pero también es justo decirlo, mucha parte de la oposición) está en guerra contra este principio. Ellos creen que con el ejercicio de la fuerza puede obligarse a las personas a tener el comportamiento que ellos quieren, simplemente porque la autoridad lo ordena, porque se establecen sanciones, porque se penaliza ciertas conductas, porque se persigue a quien no se someta. Error. Nadie pondrá un peso en esas condiciones. Y los que ya lo tienen atornillado en el país harán todo lo posible para reducir al mínimo sus operaciones, porque cuántos más recursos hunden en la economía local más riesgos tienen.
El gobierno estudia expropiar mercaderías, aplicar controles más severos desde la CNV, perseguir on line a los productores de soja y a los integrantes de su cadena de valor, aplicar controles a las rentabilidades de las empresas. Nada de todo eso contribuye a atraer dinero y sin dinero no habrá aumento de la capacidad instalada y sin capacidad instalada no habrá aumento de los recursos generados y sin éstos los gastos seguirán superando los ingresos. Como consecuencia habrá déficit, emisión, devaluación e inflación.
¿Y qué tipo de medidas atraerán el dinero de los inversores, entonces? Esta respuesta es la más sencilla de todas porque está escrita en el documento máximo del país, en la Constitución: respeto al derecho de propiedad, libertad de comercio, integración al mundo, seguridad de los contratos y libertad de contratación, acceso a una justicia imparcial e independiente, inexistencia de la confiscación de bienes, inviolabilidad de los papeles privados, gobierno limitado, estructura de derechos civiles inalienables, no intromisión del Estado en la vida privada de los individuos.
Este conjunto de instituciones, sumado a las oportunidades que el país tiene por los enormes recursos naturales de que dispone, darían vuelta más rápido que tarde, la estructura de producción de la Argentina y multiplicarían exponencialmente su producto. Si eso ocurre empezaría a no haber diferencias entre la aspiración de nivel de vida de los argentinos y los recursos generados con lo que el nivel de gasto disminuiría su impacto proporcional en la economía. La emisión falsa se detendría y la creación de nuevos billetes sería el reflejo de la riqueza nueva realmente creada. Eso detendría la pérdida del valor adquisitivo de la moneda y con ello habría acabado la inflación.
Por lo que se ve el problema es al mismo tiempo más sencillo y más complejo de los que parece. Es sencillo porque las recetas para terminarlo son conocidas y están al alcance de todos. Y es complejo porque estamos en manos de un gobierno –-y en mucha medida de una sociedad- que ha hecho un culto de su desafío.
 

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