Confianza interior y comercio exterior deberían ser el eje de la política económica
Castor López Ramos
Político argentino. Ha sido diputado provincial de Santiago del Estero. Premio a la Libertad 2007, Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Son tiempos complejos en la Argentina, en los que resulta muy difícil efectuar un aporte pertinente que no se haya pensado y escrito antes, con mucha más lucidez y claridad. Pero, como siempre “no hay otro tiempo que el que nos tocó”, la persistencia es una cualidad y la cada vez más intensa percepción que una nueva crisis de representatividad y de confianza de la sociedad civil y de los diversos mercados de crédito, de capital, de la producción y del comercio en la clase política doméstica implique riesgos más importantes, que continúen limitando a una mejor convivencia democrática y que, con ello, crezca un más severo cuestionamiento acerca del sistema político inaugurado en 1983 que, paradójicamente, es también el periodo institucional más extenso y continuo de nuestra historia nacional.
Todo ello nos empuja a asumir el riesgo de exponer obviedades acerca del cómo estamos, del porqué de nuestra muy compleja situación actual y de los “trazos gruesos” de la posibilidad de comenzar a revertir una prolongada decadencia generalizada.
El objetivo y decepcionante escenario actual de Argentina es el de más de una década de estancamiento económico acumulado, pues el PBI por habitante es aún inferior al del 2011; además, el impuesto inflacionario es muy alto (50% anual), y ya dejó de “ser gobernable”; el “shock” del corona virus y de las cuarentenas asociadas, impactó encima de una persistente recesión que ya tenía las características de una depresión económica; existe aún una continua destrucción de los empleos privados productivos formales, una persistente reducción del denominado “bienestar general” y una cada vez más elevada pobreza estructural.
A 40 años vista, el balance dista mucho de resultar satisfactorio en términos netos, tal como lo señalan historiadores como Jorge Ossona, Juan Carlos Torre y Luis Alberto Romero, entre otros, y economistas como José María Fanelli, Pablo Gerchunoff y Juan José Llach, también entre muchos otros, desde diversos puntos de vista, en un generalizado consenso acerca del cómo estamos.
La percepción de la creciente gravedad de la actual situación política y económica no parece sobredimensionada si revisamos que el sistema ya sufrió tensiones sociales muy importantes, como las que ocurrieron en 1989/90 y 2001/02, con 2 presidentes que no alcanzaron a cumplir con sus mandatos.
Avance institucional
Sin embargo, el sistema simultáneamente ya consolidó un elenco relativamente estable de políticos profesionales de diversas preferencias ideológicas y pertenencias partidarias; también se logró conformar una democracia, si bien marcadamente electoral pero con elecciones regulares cada 2 años; se alcanzó un ansiado bipartidismo político de coaliciones, pero todavía en un lento aprendizaje de las mejores reglas para sus organizaciones internas, después de los comicios, cuando deben ingresar al “modo gobernanza”.
E incluso el sistema también comienza a exponer una cierta cadencia de una alternancia en el gobierno, aunque todavía con el riesgo de la inmovilidad resultante de las situaciones llamadas cuasi “empates hegemónicos”.
Como se ve, en todas las dimensiones y direcciones de las organizaciones, políticas y económicas, de nuestro sistema encontramos numerosos y rígidos limitantes, con escasos grados de libertad para poder sortearlas. Fundamentalmente, porque los abusos y la continuidad del denominado “oportunismo coyuntural” en lo político, donde las frecuentes contradicciones ya son la regla, por un lado y, por el otro, nuestro cumplimiento de las normas fiscales, monetarias y cambiarias probadamente sanas en lo económico, llamadas peyorativamente “ortodoxas”, han sido muy escasas y esporádicas.
Ambas cuestiones generales se podrían ubicar como las principales causas del porqué de la situación actual. En una extremadamente arriesgada síntesis, podríamos plantear un muy simplificado formato de estos 2 grandes problemas cruciales de nuestro país. Al menos, ello nos obliga a poner el foco en lo que creemos son los fundamentos de los problemas estructurales, de donde se derivarían los principios de las soluciones, seguramente graduales:
1) En la prioritaria dimensión de la política, porque siempre la economía se desenvuelve en un contexto político; y
2) Reconstruir a la confianza interior, como un insumo básico de un adecuado desempeño económico, para recuperar el crecimiento. Resulta muy simple de enunciar: se trata tanto de la imprescindible confianza, llamada “horizontal”, la generalizada que debe existir entre la sociedad civil y los diversos mercados, fundamentalmente los del crédito, de la producción y del comercio, como también de la no menos relevante confianza denominada “vertical”, la institucional, entre todos ellos y el Estado, representada por la llamada clase política; hoy ambas confianzas están muy quebradas, pero especialmente esta última.
Solo podemos decir que la reconstrucción de ambas confianzas internas y la recreación de una política legítima y representativa no será ni rápida, ni simple, ni automática como genéricamente cree la misma política cuando solo posterga a las decisiones estructurales.
Aquí no funciona el “todo pasa”. Porque está tarea, si bien puede ser presionada desde las organizaciones cívicas, finalmente siempre dependerá casi exclusivamente de la misma clase política y de la calidad de los incentivos que produzca, los que siempre deben resultar conducentes, nunca compulsivos, al comportamiento cooperativo.
Generar reglas simples, consistentes con el crecimiento económico, fáciles de interpretar, válidas en el largo plazo, más un Estado con capacidad y relativa certeza de poder aplicar premios y penalizaciones, parece ser el desafío que debe proponerse explícitamente la actual clase política.
La restricción externa
Sostener este año el rebote de la recuperación del 2021, para que evolucione a la siguiente fase de crecimiento económico, implica necesariamente incrementar las importaciones y atender a los servicios renegociados de la deuda externa. Se trata de la ya histórica “restricción externa”.
Si se continúa haciendo lo mismo de siempre: limitar al comercio exterior, solo se logrará abortar a la recuperación económica del 2021 e inevitablemente se retornará a un nuevo ciclo recesivo, que solo conducirá a una aún mayor crisis fiscal y a un mayor endeudamiento. Son simplemente las lecciones de nuestra historia reciente, a las que hoy deberíamos atender cuidadosamente.
Promover a los sectores exportadores de la economía debería ser la prioridad de las políticas públicas post pandemia de Argentina si el objetivo es recuperar el crecimiento económico.
Lo explica muy claramente Andrés Malamud, los países ya desarrollados se integran en bloques económicos para ampliar a las escalas de su producción, disminuir los costos y actuar sobre sus importantes mercados internos agregados. Pero, los países no desarrollados, como la Argentina, se pueden agrupar en la región con idénticos objetivos, pero nuestros mercados domésticos, aun integrados, cuestión que incluso todavía no se logró, siempre resultarán insuficientes.
Indefectiblemente, se debe apuntar a las exportaciones extra regionales. Como en la vida, corresponde y siempre resulta conveniente mantener el afecto con los vecinos, pero ello nunca debería implicar a renunciar a los acuerdos económicos, que siempre se efectúan con extraños en el mundo exterior y nos permiten crecer y desarrollarnos.


Publicado en INFOBAE.



 

Últimos 5 Artículos del Autor
[Ver mas artículos del autor]