La gira de Fernández
Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


La convocatoria de organizaciones sociales, sindicatos, La Cámpora, el peronismo, y partidos de izquierda, finalmente tendrá lugar hoy con motivo de los dichos del presidente en su visita a EEUU, en el sentido de que su gobierno se prestará para que la Argentina sea la puerta de entrada de los Estados Unidos en América Latina.
Con comunicados de distinto tipo, todas esas agrupaciones descalificaron los dichos del presidente llamándolo entreguista, cipayo y vendido a los intereses de Washington. Se espera incluso que pueda haber manifestaciones frente a la embajada de los EEUU en Buenos Aires con quema de banderas y trascendidos de que pueden intentarse iniciativas violentas contra las instalaciones.
¿Quién dudaría de que lo anterior podría haber sido el comienzo de una crónica del futuro si algún presidente que no fuera peronista tuviera alguna manifestación de la dimensión de la que Fernández tuvo en Moscú pero en Washington?
Poco habría que agregar luego de esa comparativa  (viendo la casi nula reacción por los dichos del presidente frente a Putin) para darnos cuenta que los argentinos no tienen un problema con la dependencia sino un problema con los EEUU, y que, para ponerlo de manifiesto, no dudan en entregarse a los brazos de cualquiera que juegue como su antagonista.
Ese reservorio, mezcla de envidia y complejo de inferioridad, es muy evidente en el cristinismo más rancio y en la mismísima persona de Cristina Fernández. Quizás a ese núcleo interno de su coalición le habló el presidente tanto en Moscú como en Beijing, lugar, este último, en donde continuó su peregrinaje por las capitales de las principales potencias totalitarias que el mundo exhibe hoy.
En otro giro típico de un Fernández que vive sobreactuando lo que los demás quieren escuchar, le dijo a Xi Jinping que, de ser argentino, sería peronista, de lo cual quedan pocas dudas si uno tuviera que extrapolar el fascismo del chino a la Argentina: no hay dudas de que Xi no encontraría mejor espejo para ese sentido político antidemocrático que en el peronismo.
El presidente cumplió, en este viaje, con todo lo que en diplomacia no debe hacerse: mientras visitaba un segundo país hablo mal de un tercero, (para colmo, del que acababa de darle una sustancial ayuda para que su acuerdo con el FMI sea aprobado); saludó con los rituales equivocados a quienes lo esperaban al pie del avión en Beijing; veneró figuras que han asesinado a millones de personas, borrando con los hechos el relato de los DDHH con el que el kirchnerismo se ha disfrazado todos estos años y unió la posición internacional del país de un modo inconfundible con uno de los bandos en disputa de la hegemonía mundial, bando, justamente, que se identifica con la autocracia, la servidumbre ciudadana, la concentración del poder y de la restricción de las libertades.
En una sorda declaración de guerra a los principios constitutivos de la propia Argentina, el presidente Fernández, por satisfacer las fobias y complejos personales de su jefa, hizo una renuncia tácita a los pilares sobre los cuales se asienta la organización institucional del país que preside.
En efecto, la filosofía sobre la cual está construida la organización social y política de la Argentina está basada en el principio de “controles y equilibrios” (check and balances) según la cual el gobierno se compone de tres poderes cuyas jurisdicciones se hallan en recíproco control y equilibrio.
Ese mecanismo fue pensado para evitar los riesgos de la llamada “tiranía de la mayoría” y de la democracia aluvional que tienden a creer que quien gana unas elecciones por cualquier diferencia comienza a encarnar, desde ese momento, al pueblo todo. Es más, esa notoria desviación de los principios democráticos verdaderos, se completa luego con atribuir a solo un partido (o en realidad a un “movimiento” porque estas sectas reniegan de ser “partido” -cuya acepción deriva de “parte”- y aspiran a ser el todo) esa prerrogativa, negándosela a los demás que, cuando ganan, en lugar de ser considerados la encarnación del pueblo (cosa que estaría mal de todos modos) son reputados como representaciones de minorías dictatoriales.
Los regímenes de Moscú y Beijing son, claramente, los máximos exponentes aspiracionales que tiene el peronismo a nivel mundial hoy. Si bien la señora Fernández se conformaría con replicar en la Argentina lo que los Kirchner hicieron en Santa Cruz, no caben dudas de que cuando se trata de jugar en las “grandes ligas” las referencias internacionales las encuentran en estos sistemas oscuros que ponen al individuo contra la pared frente a la espada del Estado.
El peronismo no se concibe a sí mismo como un partido de una democracia de alternancia. Pretende ser una masa rodante que termine por cubrir toda la geografía argentina, tal cual lo predijera Eva (“continuar hasta que no quede un ladrillo que no sea peronista”). No concibe un sistema basado en el principio de “control y equilibrio” porque no acepta ser controlado y no quiere que nadie equilibre su poder sino que quiere todo el poder. De allí sus permanentes diatribas y embates contra el poder judicial y contra la prensa.
Tiene entonces, en ese sentido, una contradicción inicial e insoluble con el esquema que organiza la Constitución. El peronismo es, de alguna manera, embrionariamente inconstitucional porque propone un esquema de organización social (por ponerle un nombre civilizado a lo que no es otra cosa que un régimen opresivo) que desconoce el control y el equilibrio y que no quiere someterse a que otro poder lo limite y lo acote.
Ellos han decretado que son “lo popular”, en una definición tan laxa y vaga que puede significar cualquier cosa. En función de que ellos son “lo popular” (porque ellos mismos lo dicen, con independencia de las opiniones electorales de la sociedad) los demás son “impopulares” y contrarios al pueblo (también con independencia de las opiniones electorales de la sociedad).
De esa autoafirmación se sigue la lógica de que “lo popular” no puede ser contradicho, ni controlado, ni sometido a ningún equilibrio porque ceder a esa presión sería desconocer la voz del “pueblo” en beneficio a las “minorías antipopulares”.
El desiderátum de ese esquema lo protagonizan Rusia y China y en versiones más berretas, Venezuela, Cuba o Nicaragua.
La idea de que la democracia es un sistema creado para proteger minorías le es completamente exótica al peronismo. Para el peronismo la democracia es un sistema que permite discernir lo “popular” (siempre que los votos ratifiquen que lo “popular” son ellos, porque si no lo ratifican tampoco lo reconocen). Ratificado por los votos que lo “popular” son ellos, ellos puede hacer cualquier cosa porque son “el pueblo”, los que perdieron son lo “impopular” y por ende el antipueblo con derecho a nada.
La política exterior de un país es la mejor definición de su política interior. La visita del presidente a Rusia y China y lo que Fernández dijo en cada uno de esos lugares (porque la visita por sí misma no habría significado nada de no haber dicho lo que dijo) confirma que el peronismo busca el perfeccionamiento de una dictadura de partido único, sin control, sin equilibrio y sin derechos para los osen opinar diferente. Ese es el modelo. Son los argentinos los que deben decidir.

Publicado en The Post.



 

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