La tragedia de las ecoleyes
Karina Mariani
Directora del CLUB DE LOS VIERNES Argentina.


Existe una soflama popular que dice que Argentina es un país rico. Apoya este mantra la variedad climática, el tamaño, la fertilidad de sus suelos y otra serie de afirmaciones que preceden a la sorpresa por nuestra falta de desarrollo económico. – ¿cómo puede ser que un país tan rico sea tan pobre…?

Miles de veces, quienes defienden las ideas del libre comercio, han explicado que a mayor libertad, más prosperidad y viceversa. Esto es constatable en cualquier índice global, demostrando que el mismísimo Jardín del Edén caería en la pauperización extrema si se lo sometiera a una economía centralizada e hiperregulada, sin libertad para producir e intercambiar. Pero el nuestro es un caso extremo.
Argentina tiene a su sector productivo de rehén, en estado comatoso desde hace décadas. Producir pasó de ser una tarea compleja a una misión imposible. La combinación de un Estado elefantiásico, inútil, corrupto, parasitario y corporativista con la imposición de una agenda diseñada para satisfacer a un perverso ecologismo fundamentalista están haciendo de nuestro país un páramo inviable. Si por nuestros políticos y ecomilitantes fuera, la única actividad que podríamos desarrollar sería vivir del Estado y de la confección de pulseritas de pasto. La caza, la pesca y la recolección de frutos serían vistas como depredación neoliberal.
Justamente en estos días tenemos una nueva oleada del lobby ecologista destinada a impulsar la postergada “Ley de Humedales» que, similar a otras leyes como la de glaciares, posee consecuencias nefastas sobre el desarrollo, la producción o el empleo. La iniciativa en cuestión propone etiquetar arbitrariamente áreas de “conservación” en las que no se podrá producir y para compensar el lucro cesante, propone crear un “Fondo Nacional de Humedales”. Pero esto es sólo el comienzo: A los fines de profesionalizar el intervencionismo criminal, el ecolatrocinio clama por la realización de un “Inventario Nacional de Humedales” para instrumentar un “ordenamiento territorial” en el cuál debería hacerse un aprovechamiento “sustentable” con previa autorización de la autoridad ambiental. Un tongo en toda regla.
Leyes de este tipo ya se implementaron y sólo sirvieron para impedir la creación de riqueza y empleo, pero en lo que se refiere a compensaciones, fueron sistemáticamente violadas. Por otra parte, resulta demencial dejar en manos de los políticos (que han hecho alarde de su proverbial ineficiencia) la capacidad de determinar los criterios sobre qué cosa es un humedal y la evaluación de aquello que es sustentable. Y, sobre todo, es suicida poner en manos de la corrupta administración pública la distribución del dinero indemnizatorio. 
Los proyectos prevén penas de cárcel para acciones muy indefinidas como que “de un modo peligroso para la salud humana o la naturaleza, se adulterare, emitiere radiaciones o ruidos, arrojare contaminantes en el suelo, atmósfera o el agua, de cualquier modo dañando significativamente, en todo o en parte, humedales, cuando se encontraren legalmente protegidos”. Además y gracias a una definición ambigua entre el 25 y el 30% del territorio nacional podría ser catalogado como humedal, justamente los espacios más productivos, con el riesgo de que los productores tengan que abandonar las actividades y no poder construir infraestructura. 
Pero lo fundamental es entender que, aparejado a la segura falta de conocimiento, transparencia y criterio, el proyecto de ley de humedales …amplía el gasto público!
En el momento de mayor quiebre de la economía y con el sector privado desmantelado y asfixiado la propuesta de nuestro alternante arco político es impedir la producción y ampliar el gasto. Un ataque contra la propiedad privada y el sentido común.
Avanzar contra los sectores económicos que pueden lograr el desarrollo en los países más pobres es la obsesión de organismos como Naciones Unidas, de sus agencias dependientes y el hojaldre de ONGs y fundaciones que viven de la irredenta pasión por la pobreza ajena. Con este objetivo promueven un entramado de acciones comunicacionales, combinadas con el cabildeo corporativo y político, tan sensible a caer bien a las agendas multinacionales como el Foro Económico Mundial. 
Como cada vez que quieren imponer una ley, surgen actorcitos, influencers, manifestaciones, pintadas, campañas mediáticas y entrevistas a “especialistas” en los medios. Se generan sofismas que relacionan alguna tragedia a la urgente necesidad de imponer la ley de marras y otras acciones tendientes a presionar la débil voluntad parlamentaria. Pasó con la Ley Micaela, Yolanda, Justina, pasó con la minería, el fracking, las pasteras, la producción de petróleo o la cría de salmones. 
Como en todos los casos, estas iniciativas tienen su origen en directrices de Naciones Unidas y generan una red de estudios, informes y fotitos con cartelitos que esperan el momento oportuno para eclosionar. Con escasísimas excepciones, la casta política argentina se relame en dulce montón a la hora de regular la propiedad privada para impedir el desarrollo y de paso sacar algunos mangos. Ya pasó con la ley de alquileres, con la creación ininterrumpida de nuevos impuestos y con la fiscalidad temporaria que luego queda para siempre. La totalidad de las fuerzas políticas que estaban en el congreso hasta las elecciones de 2021 han presentado algún tipo de “Ley de Humedales”, no hay grieta en esto.
La idea es intervenir en la producción. Prohibirla en determinadas regiones e imponer condiciones en otras, según el discrecional entender de la “autoridad competente de cada jurisdicción”. Nuestros diputados basan sus decisiones soberanas en un documento de ONU llamado “Aportes del Sistema de Naciones Unidas al proceso de elaboración legislativa para la conservación y el uso sostenible de los humedales en la República Argentina” para “incrementar a gran escala la restauración de los ecosistemas degradados y destruidos, como medida de probada eficacia para luchar contra el cambio climático y mejorar la seguridad alimentaria, proveer el suministro de agua y proteger la biodiversidad”. Vale decir que dan por buenas las afirmaciones de la verdad climática oficial digitada por el Secretario general de ONU, ex líder de la Internacional Socialista (porque siempre es bueno tener el marco teórico de la gente que nos rige).
La kirchnerista agencia estatal de noticias Télam publicó una nota en la que contaba que ONU estaba presionando por la Ley de Humedales en un comunicado en el que hacía un guiso fenomenal de todas las narrativas progresistas juntas: “dada la situación actual del Covid-19, los impactos del cambio climático, la pérdida de la biodiversidad y los incendios sucedidos durante este año, se presentan grandes desafíos para la concreción del marco de recuperación pospandemia, la protección del ambiente y el desarrollo sostenible, temas que nos interpelan en la búsqueda de respuestas con miras a los compromisos asumidos al suscribir la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible”. 
Para Argentina (y para el resto del subdesarrollo) ser amigable con el medio ambiente y sustentable significa prescindir. Se nos impone una vida sensiblemente peor: con menos comida, calefacción, salud, transporte, empleo, ahorro, limpieza, etc. En lo que se refiere al resto del tercer mundo el objetivo es similar: que el enorme crecimiento y bonanza que alcanzaron los países más ricos gracias a su industria sea vetado en los países más pobres porque ahora los líderes mundiales quieren un planeta “natural”. Por eso los vemos ir a las conferencias ecologistas en sus jets privados, diciéndole a los que quieren usar su auto para trabajar que mejor la bici, que no hay que ser antiecológico y egoísta. Pregonan políticas climáticas, ecológicas, indigenistas o de género, y tienen el tupé de acusar de negacionistas, insolidarios o contaminadores seriales a quienes se niegan a aceptar sus dislates.
Pero ese no es un problema para nuestros políticos, que son incapaces de contradecir una orden de la agenda ecológica mundial y preguntarse si las “ecoleyes” son lo mejor para sus representados. Por supuesto que no son quienes sufrirán la falta de empleo, de oportunidades y de confort. No son los políticos los que van a padecer las carencias que vienen de la mano de la caída en la producción de riqueza. 
Las ecoleyes que vienen asolando a nuestro país espantan inversiones y generan dependencia estatal, pero además nos alejan de toda posibilidad de tener alguna importancia geopolítica. No es sólo que no se emplean operarios, tampoco se forman técnicos y científicos y lo poco que hay se va al exterior porque no hay espacios donde emplearse para estos mandos altos. ¿Dónde se van a emplear, por ejemplo, nuestros ingenieros? ¿En observatorios de género? ¿En terrenos usurpados para poner plantines de orégano? El daño que el socialismo ambientalista está causando a nuestro tejido social está siendo minimizado irresponsablemente.
Con las, nunca probadas, excusas del daño ambiental y las amenazas de cáncer y otras enfermedades, miles de fundaciones ecologistas se empeñan en un lobby sistemático contra toda actividad económica y la verdad es que no le hacen asco a nada. Atacan al agro indiscriminadamente, a la producción ganadera, la minería, la producción de hidrocarburos, la energía nuclear y cualquier cosa que pueda generar divisas. 
Este accionar recurrente y de manual no ha servido de motivación suficiente como para que, quienes se dedican a trabajar e invertir en las actividades atacadas, enfrenten decididamente el accionar del lobby ecologista. Prefieren bajar la cabeza, pagar y (más temprano que tarde) retirarse del juego.
Una de las claves que urgen para combatir las ecoleyes del terror es redefinir “sustentable”. O Argentina se queda con el mandato pobrista que sostiene que “sustentable” es volver a las cavernas o realiza un giro semántico urgente. La especie humana y su desarrollo es parte de la naturaleza. Es eso que llamamos civilización y, si los que viajan en jet privado no quieren renunciar a ella, menos deberíamos renunciar nosotros que tenemos al 70% de nuestros niños en la pobreza. No es necesario hacer muchos cálculos para entender qué es lo más urgente e importante frente a la frivolidad de los ecolocos que tienen la vida solucionada.
Lo “sustentable” si va contra la producción y el desarrollo que nos saque de la pobreza es una fantochada, en el mejor de los casos frívola, en el peor, maquiavélica. Nuestra herencia para las generaciones venideras es la mejora en la calidad de vida para nuestros hijos, y no renunciar a ella para que la élite progresista juegue al naturalismo primitivo. La sustentabilidad, en definitiva, debe estar al servicio de la humanidad, adaptando la naturaleza a nuestro confort, cosa que hacemos desde que somos especie. ¿O alguien desea que sus nietos tengan un mundo como el de hace 3 siglos? Nada bueno nos espera si volvemos al estado de “naturaleza sin intervención humana” porque absolutamente todo lo que necesitamos para vivir se logra interviniendo la naturaleza y no conservándola como si no existiéramos. La especie humana ES lo que más importa.
Y esto no significa malvivir en la contaminación, justamente fue la búsqueda constante de desarrollo y confort la que hizo que los autos contaminen menos, que los pendrives reemplacen al papel, que los electrodomésticos sean más eficientes y tantos y tantos ejemplos más en los que fue nuestra inteligencia y creatividad la que impidió la degradación, no el fanatismo conservacionista del statu quo. Y es esa pulsión por el statu quo (o literalmente por el retroceso) lo que impide nuevos descubrimientos y desarrollos. Las ecoleyes nos roban futuro, es difícil pensar que hay inocencia en esto.
Las ecoleyes son la concreción de un mundo socialista por vía de la propaganda y del lobby. Buscan detener el potencial de las sociedades más pobres, esas que a su vez están condenadas a depender de la precariedad de su producción y, directamente, del Estado. No son los avances civilizatorios los que contaminan el mundo, sino la desesperación, la intervención estatal, la burocracia y la miseria. El socialismo es el mayor predador de la naturaleza jamás existido (https://faroargentino.com/2022/02/la-naturaleza-del-socialismo-es-matar-a-la-naturaleza/) Demonizar la acción de la especie humana es parte de esa ideología criminal que sólo nos concibe como un rebaño esclavizado. La ideología sobre la que se sustenta la Ley de Humedales es la causa de la pobreza de países como el nuestro, luego no vale preguntarse: ¿Cómo puede ser que Argentina sea un país tan pobre?

Publicado en Faro Argentino.





 

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