¿Colapso del gobierno argentino?
Martín Krause

Es Académico Asociado del Cato Institute y profesor de Economía de la Universidad de Buenos Aires.  Sus escritos fueron publicados en las obras “Soluciones de Políticas Públicas para un País en Crisis” (2003), “Claves para interpretar la Argentina” (2004) de la Fundación Atlas para una Sociedad Libre.



El fenómeno del “pato rengo” es general, y comprensible. Cuando un gobernante ya no puede ser reelecto, su poder disminuye inevitablemente en tanto los actores políticos ponen la mira en los futuros alineamientos.

Esa reducción puede verse acotada tanto porque el gobernante saliente mantiene un alto prestigio o porque existe un marco institucional que sostiene el funcionamiento del Estado sin importar realmente quién detenta el poder. En el caso de Suiza, por ejemplo, el Ejecutivo lo ejerce el Consejo Federal, de siete miembros que se van rotando en la presidencia. Ninguno tiene demasiado poder; sin embargo, no impide que ese país goce de la más alta calidad institucional.

En Argentina, claro, las cosas son diferentes. Cada tanto un gobierno se encuentra apremiado por rumores sobre su inminente colapso, y cada tanto, también, los rumores se confirman. Le ocurrió a Alfonsín en 1989 y a De la Rúa en 2001. Los patos se vuelven rengos no porque tengan un poder limitado y repartido, sino porque lo tienen muy concentrado y el abuso de la discrecionalidad los acerca al precipicio. En esas situaciones, se siente que el gobernante “pierde el poder”; más bien se le van las cosas de las manos.

Lo que nunca este país ha comprendido es que la limitación del poder prevendría los abusos que luego llevan a la crisis. El gobernante suizo tiene menos poder para arreglar una crisis tumultuosa, pero lo importante es que tiene menos poder para llevar al país a ella.

En los casos antes mencionados, el derrumbe de la gobernabilidad estuvo vinculado con una seria crisis económica. En ambas, ocasionada por el abuso del gasto público (financiado por emisión monetaria, en 1989 terminó en hiperinflación; financiado con deuda pública, en 2001 terminó en default).

El fantasma de otra crisis sobrevuela al gobierno de Cristina Kirchner. ¿Puede ocurrir esto nuevamente? El principal termómetro de la situación son las reservas en dólares del Banco Central, que el gobierno utiliza a gusto para gastar o pagar deuda. La autoridad monetaria posee actualmente unos US$ 28.000 millones, pero ha perdido US$ 1.000 millones por mes en 2013 y acelera ese ritmo a US$ 2.000 millones en 2014. ¿Significa esto que le quedan 14 meses? No. Ni toda esa suma es de libre disponibilidad ni el mercado espera hasta raspar el fondo del tacho. El pánico ocurre mucho antes, el susto ya se ve.

Revertir esa tendencia requiere un dramático cambio de expectativas. La gran pregunta es si el actual gobierno puede y quiere realizarlo. Por supuesto que ningún gobierno desea salir huyendo para nunca más poder volver, pero en el caso actual todas las medidas y gestos que deberían formar parte de ese shock son anatema para la visión ideológica del actual gobierno; significarían una rendición incondicional en toda la línea. ¿Se inmolarán con la bandera en alto?

Por ahora, sí. Y con toda la importancia que este tema tiene, los argentinos deberían estar pensando en otra cosa, en evitar otorgar tanto poder para llegar a estas circunstancias. Sea a quien sea. No suele ser el caso, el razonamiento parecería ser así: este abusador serial fracasó, démosle todo el poder a otro para que nos saque del problema. Hasta tanto este ciclo no se rompa, se seguirá repitiendo.

Este artículo fue publicado originalmente en La Tercera (Chile) el 8 de febrero de 2014.
 

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