El presidente sitiado
Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Roberto Feletti, el inefable secretario de comercio que, según dicen los corrillos del Instituto Patria, sería el ministro de economía que quiere Cristina Fernández, acaba de decir que la culpa de la inflación la tiene Guzmán, el ministro de economía que, teóricamente, es su jefe.
Como se ve la perfecta descripción que hizo Sergio Massa sobre las acciones de “esmerilamiento” del presidente (que según el presidente de la Cámara de Diputados llevaba adelante la oposición) son repetidas una y otra vez por los propios miembros del gobierno que responden al kirchnerismo, a La Cámpora y a Máximo Kirchner, y a la mismísima vicepresidente.
Se trata de una tarea cotidiana, que no acaba nunca y que se desarrolla sin piedad sobre la figura de Alberto Fernández.
Algunos dicen que quieren arrinconarlo, “volverlo loco”, no darle un minuto de paz. Quieren separarse de las decisiones que toma, sin hacerse cargo que este es el gobierno de ellos.
Salvo un puñado de funcionarios cada vez más reducido (hoy en día limitado a Julio Votobello, Gustavo Beliz, Vilma Ibarra, Santiago Cafiero y Juan Manuel Olmos) el resto del gobierno está en manos de Cristina Fernández.
Sin embargo, la vicepresidente no se da por aludida. Ella, como hizo toda la vida, no se hace responsable por ningún fracaso. Los fracasos son ajenos. Nunca puso la cara frente a un momento difícil, siempre huyó.
En este caso la situación no puede ser más bizarra, porque nadie más que ella eligió a Alberto Fernández. La seguridad de que su propia figura era fuertemente resistida por el centro moderado de la sociedad, la llevó a inventar una pantalla tramposa poniendo a Fernández como fronting al tiempo que enviaba a todas sus usinas mediáticas a que echaran a correr la bola de que ella iba como candidata a vicepresidente para “apoyar” el proyecto pero que en realidad estaba en “vías de retiro”, más preocupada por sus nietos que por la política.
Si ustedes recuerdan fue muy ostensible en aquellos días la “operación nietos”. La propia Cristina Fernández se mostraba en las redes sociales con referencias a ellos y a sus hijos para reforzar la idea de una leona en retirada. Recuerdo claramente repetir ese verso a Julio Bárbaro, un hombre que siempre supo acomodarse cerca de dónde el sol brillaba.
La aparición de un severo crítico de la gestión cristinista como Alberto Fernández como candidato a presidente más la cantinela de los nietos, desgraciadamente convenció a muchos votantes “borders” que no tragaban a Cristina pero que venían de sufrir una fuerte defraudación con Macri.
Ese cóctel desembocó en el resultado de noviembre de 2019, 48% a 41%.
A poco que comenzó a conocerse la integración del gobierno, la historieta de los nietos empezó a desvanecerse a la velocidad de la luz. Todas las segundas líneas de todos los ministerios pasaron a depender de la vicepresidente en lo que sería la primera capa de asfalto en el camino de dominar, rodear, y encorsetar al presidente.
Vamos a ser claros en algo: Fernández no es una víctima inocente de una enferma del poder. Es más, quizás el papel del presidente sea más grave en todos estos acontecimientos que el de la propia vicepresidente.
De ella sabemos todo; nada puede causarnos sorpresa. La mismísima idea de la “mascara de Fernández” (recuerdo que esa fue la figura que usamos desde el inicio para explicar la burda jugada electoral, haciendo un juego de palabras con lo que en tiempos de la Revolución de Mayo se conoció como “la máscara de Fernando”, en alusión a que los criollos habían usado la excusa del encarcelamiento de Fernando VII en España a manos de Napoleón III, para generar el primer gobierno patrio) la utilizamos aquí ya en mayo de 2019. Cristina Kirchner estaba dispuesta a todo con tal de recuperar el poder que la pusiera a salvo de la cárcel. Incluso a pactar con Fernández y con Massa.
Pero Fernández demostró ser un cínico a sueldo (nadie conoce realmente los alcances incluso económicos del pacto secreto que sellaron en el piso de Juncal y Arenales) que estaba dispuesto a desdecirse de todo lo que había dicho en los últimos nueve años con tal de alcanzar la presidencia.
Ahora está atravesando uno de sus peores momentos. Su gobierno es el peor que ha conocido la Argentina en más de dos siglos. Ha destruido valor y riqueza a un ritmo nunca antes visto. Y su propia jefa, quien lo contrató como una especie de sicario judicial, descontenta ahora sobre cómo el sicario hizo su trabajo, lo somete a un ataque constante, mandando a sus esbirros todos los días a atacarlo y vaciarlo de poder.
Es en este contexto en donde deben interpretarse tanto las palabras de Feletti, como las de Máximo Kirchner, las de Fernanda Vallejos o las del gobernador de la provincia de Buenos Aires que dijo -refiriéndose al presidente- “no lo necesitamos”.
La vicepresidente no quiere asumir el gobierno. Obviamente una ratificación más de que, cuando las papas queman, la cara la tiene que poner otro. La tan remanida máxima de que no puede hacerse populismo sin plata le está pegando al kirchnerismo donde más le duele. Fernández de Kirchner lo sabe, por eso no quiere asumir la responsabilidad de enfrentar las consecuencias de lo que ella misma engendró.
Muchos dicen que estamos en el prólogo de otro cuadro de cinismo para la historia. Esas fuentes indican que Kirchner acordaría esta vez con Massa. Sí, sí, el mismo que dijo que la iba a meter presa. Tienen solo un problema técnico: para llegar a Massa tanto Fernández como Kirchner deberían renunciar. Algunos dicen que el presidente está dispuesto. La que no parece convencida de abandonar sus fueros es la vicepresidente. Recordemos que ella no es senadora y que una renuncia a su cargo la dejaría desnuda frente a la justicia como cualquier ciudadano. Frente a una debacle política como esa algunos jueces podrían acelerar lo que hasta ahora han frenado. Y otros incluso volverle a dar vida a los pedidos de prisión preventiva que, por ahora, fueron revocados. Kirchner no quiere siquiera escuchar la simple posibilidad de una circunstancia tan infeliz como esa la sorprenda sin el paraguas de los fueros. 

Publicado en The Post.



 

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