Se necesita un cambio profundo en la estructura sindical
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
“La invención de los partidos políticos, utilizados
como ariete para sacar a las organizaciones sindicales del movimiento político
y reducirlas a la intrascendencia de la lucha gremial, va llegando a su fin. La
Revolución Rusa, Mussolini, y Hitler, demostraron al mundo que la política del
futuro es la del pueblo y en especial de las masas organizadas, con las que
ellos enterraron a los partidos políticos, que aun conservan los países [
democráticos] como resabio del siglo
XIX. Nosotros en Argentina hemos demostrado, lo mismo”
(Carta de Juan D. Perón a John W. Cook, del 14 de
septiembre de 1956)
Los intereses
sectoriales y los grupos de presión, han creado,
como en la época del ex presidente Perón, un corporativismo de hecho. La sociedad
argentina se ha acostumbrado a la impunidad del Gobierno, al autoritarismo
político y al constante arbitraje del
Estado en las diferencias entre las demandas sectoriales. Ello implica marginar
al sistema de partidos, si fuera
por Cristina Fernández, al igual que
Perón, lo haría desaparecer, es la maldición que enfrentamos en la actualidad; los Kirchner han atacado, incluso,
a una de las expresiones fundamentales de la convivencia política
democrática, el Congreso, haciendo todo lo posible para que sea una
simple escribanía.
El capitalismo, en nuestro país, se ha debilitado por un Estado en el que
predominan las ideas nacionalistas y populistas y por la exagerada fuerza que
tienen los sindicatos. Es imprescindible una reforma que acabe con los
problemas que marginan al sistema de partidos, instrumento, importantísimo, en la formulación de propuestas alternativas
de gobierno. Los sindicatos tienen que asimilarse a él, en vez de
imponer su impronta
corporativista amenazando, con sus actitudes, romper el proceso de
democratización que se inició en 1983.
Los
políticos, desde hace años, se quejan de la intervención activa que los
sindicatos tienen en el conflicto político y de su actuación
antidemocrática mediante la lucha
corporativa. Su acercamiento a los gobiernos populistas permite que se afiancen
sus rasgos propios: el nacionalismo, el estatismo, el distribucionismo, la
xenofobia y la autarquía. Se llenan la boca con la palabra “soberanía” que, para ellos, es tener un país orientado “hacia adentro” en
vez de una comunidad de naciones donde es preciso atenerse a ciertas reglas
para actuar. Vemos los resultados: democracia y mercado debilitados y débiles
corrientes electorales en vez de partidos. El fenómeno peronista, allá lejos,
y el kirchnerismo, en la
actualidad, revelan el amplio consenso que logran las prácticas políticas
contrarias a la democracia, a la libertad, en suma
al Estado de Derecho, cuando van
acompañadas con subvenciones y dádivas demagógicas a dilatados sectores de la sociedad.
A los
líderes sindicales les falta información, no han aprendido, a pesar de tanta evidencia, que el sistema
capitalista les provee de ventajas y gratificaciones permitiéndoles -sin tener que arrodillarse ante el Gobierno o
molestar con movilizaciones- ejercer su
rol esencial: el mejoramiento de sus integrantes. Actualmente, son un aparato de poder del kirchnerismo, ha
desaparecido la responsabilidad hacia el trabajo en sí mismo como fuente de
satisfacción personal, ya no es concebido como un bien ético. Los acomodos, los manejos indiscriminados de
los fondos sociales, la desconexión casi total de dirigentes con los asociados, la fidelidad forzada a los caudillos del sindicato, el fraude interno, los arreglos con funcionarios públicos, son
moneda corriente. Dificultan, en
gobiernos democráticos, las libertades
públicas y el funcionamiento de la Justicia con su tónica intolerante y
violenta, preparando el triunfo de gobiernos autoritarios; nada es gratis, el Gobierno reclama un comportamiento
orientado y supervisado por él, bajo la presión de severos controles, ya sean
constitucionales o no.
Los Kirchner quieren reeditar una experiencia
fascista de color nacional, como lo hizo Perón, sin la atracción que éste tuvo
sobre los trabajadores, permiten que los
Jerarcas sindicales se sigan
enriqueciendo, por medios espurios, para
que acepten sus medidas, muchas veces opuestas al bienestar de quienes
representan, alejándolos de la
participación democrática en la existencia de sus organizaciones, a las que sostienen con su aporte.
Es así,
como la coacción o la amenaza, sobre
personas, instituciones, empresas, o
entidades, es ejercida por los grupos
Kirchner sistemáticamente, con su ayuda,
amedrentando solapadamente, o no, a la
oposición y a cualquier persona física o jurídica.
Históricamente,
en la Argentina, la dirigencia gremial tuvo desde 1943 a 1946, una
posición, autónoma, luego desde 1947 a 1955, dependiente, y de allí
en adelante adquirió una larga practica
en un campo originariamente extraño a ella, de acuerdo y desacuerdo con el
gobierno, de pactos tácitos con el Ejército y la Iglesia, de programas
políticos y económicos alternativos al de partidos y gobiernos. Ello condujo a efectos de largo alcance que
nos molestan hasta hoy; es hora que
esta historia de la vuelta, es
misión fundamental de los políticos hacer que la democracia y la libertad se
hagan atractivas para las masas. Vivienda y trabajo debe poder conseguirse con esfuerzo,
trabajando, no mediante subsidios, que
solo sirven para generalizar la pereza y acabar con la ética del trabajo. Eso
de sacar a unos para dar a otros, no sirve
para mejorar la sociedad, los sindicatos
deben dejar de creer que son más importantes y representativos que los partidos
aun en el área específica de la
política, deben abandonar su vocación
corporativa.
El
enriquecimiento de muchos líderes a expensas del movimiento sindical a través
de convertirse en instrumento de los
gobiernos, debería movilizar a quienes desean la libertad gremial. No está de más
insistir en que la imposición del sindicato único, fue copiada de la llamada
ley Rocco, impuesta por Mussolini en
Italia, la cual impuso la intromisión estatal del gobierno y del
partido peronista con sus grupos de presión.
Debe hacerse una profunda reforma que lleve a
la libertad sindical, a la capacitación
de sus afiliados en lo económico, social,
y cultural, como a la práctica de una verdadera democracia sin
participar o intervenir, directamente, en lo político, que es competencia de los partidos a los que pueden
estar afiliados los integrantes del
sindicato, como simples ciudadanos. Es
prioritaria una reforma, o se continuará por un sendero muy peligroso donde las
corporaciones se liberen de los partidos, si no los pueden dominar, arrancándoles sus funciones y dificultando, aún más, el funcionamiento de la economía y de las
instituciones democráticas. No se debería olvidar que el Estado solo es
controlable por la vigencia del sector económico privado, la opinión pública y el sistema de partidos.
La democracia, más allá de sus defectos, es la mejor herramienta social para hacerlo.
Hay que enseñar, en los colegios y
universidades, a entender su importancia
y defenderla a capa y espada.
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