¡Que viva Urdangarin!
Alejandro A. Tagliavini
Senior Advisor, The Cedar Portfolio. Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland (California). Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.




                         Será esta una columna políticamente incorrecta, si las hay. 
                         En casa de mis padres era tradición que viviera un matrimonio que ayudaba en las tareas del hogar. Solían ser del norte argentino y cuyas familias habían trabajado para la mía durante décadas y décadas. Aunque era pequeño, recuerdo bien a mi amigo Autalán -nombre de la lengua aborigen quechua, creo-, y su segunda mujer Luisa, porque me llevaba con mis hermanos a pasear hasta que dejamos de verlo cuando adquirió su propia casa y se fue. Ya mayor, mi madre me contó que el bueno de Autalán, ebrio, al encontrar a su primera mujer con un amante la había asesinado. Aún con la profunda repulsa que me provoca todo homicidio y más cuando se excusan, cobardemente, en “la defensa propia” nunca dejé de considerarlo mi amigo.
                         Pero dejemos mis historias personales y vamos al tema, aunque antes hago un paréntesis. Cómo es que la opinión pública condena poco a gobernantes populistas –chavistas, castristas, etc.- o sus representantes, sospechados de robar cientos de millones y asesinar, y los gobiernos los reciben con honores de “jefes de Estado”, pero al mismo tiempo se escandalizan con el yerno del Rey Juan Carlos, Urdangarin, acusado de mucho menos. Hay algo contra la monarquía en todo esto. Cierro paréntesis.
                         No discutiré que los mejores científicos han dicho que la cárcel es inútil para readaptar a los reos -y hasta los empeora- ni sirve como método ejemplificador ni preventivo, porque muchos lo saben. Dice la teología que Dios es infinitamente misericordioso, y muchos lo repiten, pero nadie parece entenderlo. Significa que perdona absolutamente todo y siempre, de modo que quiénes aseguran que los delincuentes “tienen que pagar” están desafiando a Dios y resulta ser un deseo de venganza que profundiza la herida causada por el delito. Tampoco nadie parece entender que en esta infinita misericordia comienza su omnipotencia, en términos muy mundanos de poder.
                         Por el contrario, es de rescatar el éxito que tiene en EE.UU. un 'programa de reconciliación' que, si bien no va al fondo del problema, al menos permite que, durante sesiones guiadas por profesionales, la víctima (o sus parientes) y el victimario, se encuentren. Resultando en mayor paz para la parte agredida y un mejor reconocimiento de su culpa por parte del agresor. En algún caso, la víctima hasta intentaba sacar de la prisión al victimario. 
                         Cuentan que Iñaki Urdangarin está arruinado y viviendo aislado en Ginebra y que las consecuencias empiezan a ser visibles y hasta psicológicamente ya no tiene aguante. Dicen que entrar en prisión lo hundirá para siempre -con qué cara vivirá con sus hijos y mujer- sobre todo porque será casi imposible que vuelva a encajar en el mundo laboral. Sus hijos se habían convertido en el blanco ideal de las crueldades de los compañeros. Y lo de su ex socio Diego Torres parece ser peor porque ni de su mujer puede depender, ya que también está imputada.  
                      No conozco a Urdangarin, pero si hubiera sido mi amigo seguiría siéndolo, más allá de lo que haya hecho, por aquello de la misericordia divina y porque toda vida humana tiene un valor infinito y, no solo merece vivirse, sino que debe vivirse. Pues entonces que viva Urdangarin, que viva por él y su mujer, y por sus niños que son inocentes, pero por sobre todo para que la humanidad sea humanidad… para todos nosotros.

 

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