El regreso del capitalismo facho
Karina Mariani
Directora del CLUB DE LOS VIERNES Argentina.


Gracias a esta concatenación de emergencias y alarmas en la que vivimos desde hace un par de años, sean ellas espontáneas o fabricadas, se han puesto en el freezer las reglas más básicas de la economía y del desarrollo emprendedor para volver a los tiempos aquellos en los que el matrimonio: Estado y capitales serviles se cuidaban las espaldas mutuamente en una orgía corporativa que no se detenía ante los más básicos derechos de los simples mortales.
En un reciente debate televisivo, el dirigente piquetero Juan Grabois, en aras de justificar el paternalismo estatal, esbozó una teoría muy en boga según la cual es gracias al soporte del Estado que se produjeron los inventos, desarrollos y descubrimientos que generaron riqueza. Esta teoría sostiene que, en la cadena de conocimientos necesarios para la innovación tecnológica, son fundamentales los aportes estatales como observatorios, universidades o centros científicos, por dar un ejemplo. Con esa martingala la afamada y superinfluyente economista Mariana Mazzucato en su bestseller “El Estado emprendedor” sostiene que, por ejemplo el iPhone, fue obra del Estado estadounidense porque su desarrollo dependió de un rol central del Estado en instituciones científicas que luego aprovecharon las empresas privadas. 
La tesis de Mazzucato fue ampliamente rebatida en un artículo del Instituto Juan de Mariana (https://juandemariana.org/wp-content/uploads/2016/08/20160803-mitos-y-realidades-estado-emprendedor.pdf) que daba por tierra algunos mitos del estatismo emprendedor, al explicar que los inventos son producto de evoluciones caóticas, acumulativas, cooperativas y competitivas. Por eso la descentralización azarosa del sector privado siempre ha liderado el avance del progreso técnico. En cambio, el gasto estatal en innovación necesariamente sesga el desarrollo hacia campos menos conectados con las demandas de los consumidores ralentizando las innovaciones, con el agravante de que sustrae fondos del sector privado que, caso contrario, se orientarían hacia el mercado. Lo que Mazzucato llama “inversión estatal” no es tal por dos razones: la primera es porque la inversión implica un riesgo y el Estado sólo arriesga dinero que no le pertenece, por lo que no tiene las precauciones propias de quien pone en juego lo propio, y en segundo lugar implica una redistribución de la renta hacia investigadores dispuestos a amoldar su trabajo al calor de las subvenciones públicas, los eternos cazadores de subsidios.
El informe demuestra que el dichoso iPhone es producto de muchos motores de innovación que contribuyeron a su creación sin un plan a priori y que Mazzucato manipula la conclusión confundiendo condiciones redundantes con condiciones necesarias como la voluntad de Jobs y su inventiva. Pero claro, el informe técnico tiene infinitamente menos repercusión que la prédica de la economista estrella de las reuniones del Foro Económico Mundial (acá en confianza Davos) que es además la más leída por el Papa Francisco (oh, casualidad) y todo el establishment mundial.
Mazzucato es venerada por mandatarios y elites que bregan por gerenciar un Estado grande y poderoso. En sus libros y entrevistas pregona su programa de acción para “transformar” el capitalismo, mediante la intervención estatal, para dirigir la economía mundial con una galimatías a la que llama “misiones”. Estas misiones son determinadas por los Estados en función de la grandeza de los mismos y no de los proyectos de vida de los individuos (como si detrás de los Estados no hubiera individuos con intereses personales). Por eso las decisiones individuales que conforman el libre mercado son relegadas imponiéndose el proyecto estatal como plan superior.
En una entrevista la economista dijo: “históricamente, el FMI ha ahogado, en lugar de estimular, a las economías emergentes como la de Argentina, entre otras cosas, mediante la imposición de una serie de condiciones a los préstamos que priorizaban la rápida liberalización del mercado. Este paradigma conocido como el Consenso de Washington, debe ser sustituido por un nuevo paradigma: lo que el Panel del G7 sobre Resiliencia Económica, del que soy miembro, ha denominado el Consenso de Cornwall que consiste en revitalizar el papel económico del Estado, permitiéndonos perseguir objetivos sociales, construir una solidaridad internacional y reformar la gobernanza mundial en interés del bien común. Esto significa que las subvenciones e inversiones del Estado y de las organizaciones multilaterales exigirían a los beneficiarios una rápida descarbonización (en lugar de una rápida liberalización del mercado). Significa que los gobiernos pasarían de reparar –es decir, intervenir sólo cuando el daño está hecho– a prepararse: tomar medidas por adelantado para protegernos de futuros riesgos. El Consenso de Cornwall también haría que pasáramos de arreglar los errores del mercado de forma reactiva, a moldear y crear de forma proactiva los mercados que necesitamos para alimentar una economía verde. Nos haría sustituir la redistribución por la predistribución”… 
¿Da vértigo, verdad? Mazzucato va más lejos de lo que cualquier ingeniero social borracho de soberbia haya ido jamás. La “predistribución” es totalitarismo de anticipación. Esta señora es, además de exitosa autora de libros de economía, una de las principales asesoras de Naciones Unidas, gurú económico de la OCDE, del Papa Francisco, de gobiernos europeos y de la mismísima UE, de CEPAL y de la NASA. Su prédica consiste pues en fijar “misiones” de acción global, regular la actividad en dirección a ellas, dirigir los recursos y generar los incentivos como contratos de obra pública, subsidios, créditos también subsidiados y control de precios para seducir a “innovadores” para lograr esos objetivos escalados a nivel mundial. 
Aunque tiene un vestuario similar, sería inexacto decir que esto es mero socialismo. Hace mucho que el totalitarismo de las élites no pide expropiaciones y esas cosas tan rudimentarias (sólo pobres trasnochados se meten en ese fango). Se trata más bien del regreso triunfal del capitalismo corporativista de entreguerras, estamos ante el resurgimiento del capitalismo facho, pero esta vez sustentable, verde e inclusivo.
Las “misiones” de Mazzucato están basadas en una supragobernanza que fije grandes objetivos mundiales, cosa que genera, para empezar, un tufillo a pasado despótico. Claro que todos estos mesianismos, para ser aplicados necesitan una mística, pero ¿qué otra cosa que un manual de mesianismo es la Agenda 2030? Un conglomerado de emergencias creadas a posteriori de sus propias soluciones, un terror climático y epidemiológico al que se suma el pánico alimenticio que viene de atrás pero que pronto llegará a los primeros puestos. Los dogmas generados alrededor de la Agenda 2030 tienen un nivel de difusión global inimaginado. Ir públicamente contra ellos es temerario y produce un nivel de cancelación cívica que mojaría las comisuras del mismísimo Goebbels. 
Las inefables reuniones de líderes mundiales como las recientes de OMS y DAVOS, que tan descaradamente diseñan el futuro de la humanidad como si se tratara de un juego de muñecas y no de personas, son clara muestra de ese matrimonio entre el poder estatal y el capitalismo servil, algo que ya se vió durante el nazismo y el fascismo italiano. El estudio: The Role of Private Property in the Nazi Economy: The Case of Industry (https://economics.yale.edu/sites/default/files/files/Workshops-Seminars/Economic-History/buchheim-041020.pdf) sostiene que el régimen nazi respetó la propiedad privada a condición de que esta siguiera los lineamientos del régimen, en otras palabras su “misión”. En estos acuerdos ambas partes salían ampliamente beneficiadas, a condición de ignorar las libertades individuales y la voluntad popular, siempre con la excusa de un bien superior dictado por el matrimonio espurio.
En este caldo crecen y se multiplican las empresas atadas al “Environmental, social, and corporate governance (ESG)” un nuevo dogma, una especie de gran hermano corporativo que vigila si una empresa trabaja para objetivos sociales que van más allá del papel económico. Los objetivos sociales son mayormente ambientales, de apoyo a ciertos movimientos sociales, y a no olvidarse del trío sagrado DEI: diversidad, equidad e inclusión. En este sentido dice Mazzucato: “Los jóvenes lo exigen, por ejemplo, con una presión constante a través de Fridays for Future y Black Lives Matter, para que esto funcione para todos, en lugar de ser, en el mejor de los casos, una especie de discusión de Davos. Eso me hace optimista. La combinación de los tres (los movimientos sociales detrás del cambio, la aparente voluntad de las empresas de poner el propósito en el centro y los gobiernos de poner las misiones en el centro) me hace optimista de que hay un camino por delante”
La planificación centralizada con arreglo a “misiones”, ya sea al estilo Mao o al estilo Hitler, es profundamente liberticida y niega la importancia de las acciones individuales y de su azarosa combinación. Esto va a implicar no sólo un atentado contra la libertad, sino un ataque a la innovación y el emprendedurismo. Pero, como nos vienen diciendo repetidamente los líderes de Davos, en tiempos de excepcionalidad y emergencia no hay lugar para minucias como libertades individuales, de manera tal que mientras haya una pandemia, una guerra o una emergencia climática la innovación creadora de riqueza, como la conocíamos, será una utopía. Mazzucato es una de las sacerdotisas de la nueva normalidad, que sostiene que para salvar al capitalismo es necesario regular el mundo privado hasta el paroxismo. Pero ojo, siempre por el bien de ese mismo capitalismo, guiño, guiño.
Sus textos y reflexiones son afluentes del nuevo libro de Klaus Schwab “The Great Narrative” en el que propone un nuevo “contrato” social “que se dirija hacia objetivos que son un contrato verde, pero también saludable y una nueva forma de gobernar las plataformas digitales. Mi trabajo trata de convencer a los gobiernos de poner las misiones públicas en el centro. Entonces, lo que me hace optimista es la posibilidad de unir misiones públicas y propósitos privados en torno a los ODS, y la urgencia que se requiere actualmente…No se trata de Estados grandes o pequeños ni de empresas versus gobiernos. Se trata de cómo conseguir coinversiones y nuevos tipos de acuerdos entre los sectores público y privado” 
El mantra de las élites mundiales que retoma Mazzucato en sus textos es el de “reconstruir mejor”...¿pero quién ha roto todo en primera instancia? En fin, que para reconstruir lo que ellos mismos rompieron, los Estados deberían coordinar asociaciones público/privadas orientadas a una “misión” (y dale!) destinada a crear una economía resistente, sostenible y equitativa. De la inflación y el quebranto mundial originado por los Estados no habla, del hambre en Sri Lanka generado por las políticas verdes tampoco. Pero curiosamente pone como ejemplo el “compromiso” de Joe Biden y la UE en la “renovación del sector público, ampliando las capacidades organizativas del Estado y reactivando la narrativa del gobierno como fuente de creación de valor para alcanzar metas ambiciosas como las señaladas en los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)” ¡Ops, de pronto el relato del Estado como inventor del IPhone tiene mucha utilidad!!. En breve convencerán a las personas de que su calidad de vida depende del ingenio y la voluntad de un burócrata como antes los han convencido de que la inflación se debe a la guerra, al viento y a Mercurio retrógrado.
La brillante jugada de Mazzucato, y de la banda de Davos en general, está teniendo un éxito rotundo. Consiste en dirigir el punto de atención hacia la emergencia, la alarma, el miedo y la victimización de colectivos reales o ficticios. Con sólo esa victimización y esa alarma alcanza para desincentivar los cuestionamientos a las intervenciones estatales y a su nulo historial de éxitos. Por eso es fundamental que, aunque se propongan medidas colectivistas e intervencionistas, no se hable de socialismo sino de capitalismo resiliente, sostenible, sustentable, inclusivo y sin desigualdad. O sea un capitalismo sin la mágica pulsión de crecimiento personal, un capitalismo sin heterogeneidad, variedad o singularidad, un capitalismo sin mérito ni premios, un capitalismo sin participación ciudadana en las decisiones, un capitalismo sin derechos individuales y con privilegios basados en los colectivos. Un capitalismo facho. Nada nuevo bajo el Sol.

Publicado en Faro Argentino.






 

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