El plan otoño
Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


El estrellato económico del que goza el presidente del BCRA Juan Carlos Fábrega debido al mérito que se le reconoce por haber tranquilizado el mercado de cambios puede resultar efímero y constituir el prólogo de una severa crisis que incluya una inflación desatada, con probable roce a una hiperinflación.
La vieja transa de “tasas por dólares” ha obligado al Banco Central a emitir letras de deuda a muy corto plazo pagando tasas del 30%. Esta operatoria con un tipo de cambio artificialmente fijo alimenta una bicicleta financiera que lleva a la gente a depositar dinero a plazo fijo en pesos que con la paridad congelada le representa una ganancia exorbitante en dólares.
Con esa treta se han logrado aspirar una impresionante cantidad de billetes de la calle que ahora están esperando su jugosa retribución. Se calcula que el BCRA deberá pagar por capital e intereses de las letras emitidas unos 143 mil millones de pesos. Si al vencimiento decidiera renovar esa deuda deberá entregar una tasa probablemente mayor para seguir convenciendo a los ahorristas de dejar su dinero inmóvil y ahora deberá hacerlo sobre la masa total, que incluye los intereses.
Eso irá produciendo una bola de dinero que tarde o temprano impactará sobre las reservas, cuando, en un efecto parecido al de la puerta 12 (el horrible accidente producido en River al término de un clásico ante Boca cuando toda la gente, huyendo de un tumulto, quiso escapar por la salida 12 del estado cuando ésta no estaba completamente abierta) todos los ahorristas quieran su dinero de regreso.
La Argentina ya vivió este episodio cuando el 6 de febrero de 1989 el entonces presidente del Banco Central José Luis Machinea dijo que no podía seguir pagando las letras que había emitido desde septiembre de 1988, en un intento similar al actual, provocando la implosión del Plan Primavera.
Todo el mundo sabe lo que ocurrió en ese momento. La inflación se espiralizó y enfiló hacia la hiperinflación que estalló en el último mes de gobierno de Raúl Alfonsín en el que superó la marca de 197% en 30 días.
Agustín Monteverde sostiene en un reciente informe que la devaluación del tipo de cambio oficial y la severa restricción monetaria impuestas por Fábrega sirven a los efectos de comprar estabilidad cambiaria por un tiempo pero no pueden corregir los gruesos desequilibrios y distorsiones causantes del problema de flujos del balance de pagos (en algún caso, tienden más bien a aumentarlo).
El mismo presidente del BCRA ha sido prudente en advertir a la presidente y a Kicillof de la necesidad urgente de complementar el arma monetaria con un drástico trabajo sobre el gasto.
Más temprano que tarde, el desborde inflacionario terminará por licuar la mejora del tipo de cambio real, devolviéndonos al atraso de inicio y aumentándolo.
Las altas tasas nada pueden hacer por restaurar la seguridad jurídica ni la solvencia fiscal; o resolver el desabastecimiento energético o la pérdida estructural de competitividad de la economía argentina, más ligada a aspectos tributarios y regulatorios que a la mera circunstancia cambiaria.
Elevar el alto costo del dinero, como medida aislada, tiende a agravar ciertos problemas, como el desequilibrio fiscal (y cuasi fiscal) o la falta de competitividad; y la bicicleta financiera que promueven las altas tasas domésticas no hacen otra cosa que exponenciar el poder explosivo del atraso cambiario.
Y pretender fortalecer el excedente comercial trabando las importaciones no sólo daña el ciclo productivo, también potencia algunos de los factores desequilibrantes: degrada la competitividad al encarecerse y decaer la calidad de los insumos de nuestros bienes exportables y aumenta el déficit fiscal por la caída de los impuestos percibidos por la Aduana.
Si nadie atiende el ruego de Fábrega y se sigue apostando a la sofocación de fuegos que saltan aislada y sorprendentemente, hoy aquí, mañana, allá, la Argentina tendrá un segundo semestre muy complicado en materia cambiaria e inflacionaria. Proyectos como el de Cabandié, proponiendo sanciones severas contra las empresas por la cuestión de los precios, no hacen otra cosa que confirmar lo lejos que está el gobierno y sus seguidores de entender la esencia del problema. Esas embestidas podrán cerrar comercios (como ya ocurrió ayer) o llegar al extremo venezolano de saquearlos (al grito de “a vaciarles las estanterías”) e incluso fundirlos, pero no solucionará el problema de la gente, que verá como su nivel de vida se deteriora más, su nivel de confort disminuye y su dinero les resulta inútil.
Los autoengaños son quizás la clase más dañina de las mentiras. Con paliativos de corto plazo ponen una pátina de sosiego en la superficie, dejando encendido el motor de las turbulencias. Ese motor funcionando a pleno pero con una tapa presionándolo para que su ruido no se escuche, acumulará tantos gases debajo de la superficie que explotará tarde o temprano.
El combustible de ese motor es el gasto público y el déficit del presupuesto. El primero creció en enero 45%, según datos oficiales del gobierno y el segundo se elevó al doble, tomado como referencia las cifras de 2013. Mientras las autoridades económicas no estén dispuestas a actuar sobre estas variables y sobre las que hagan posible un aumento de la oferta de bienes y servicios, ninguna aspiradora de billetes funcionará.
La tesis del endeudamiento a tasas sobrenaturales no podrá subsistir mucho tiempo sin acumular presiones que la historia de la Argentina ya saben cómo terminan.
 

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