Argentina: “El país de ninguna parte”
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
Desde
1983 estamos intentando vivir en democracia. Todos los partidos, incluso el
peronista, aceptaron cumplir con las reglas que garantizan la libre competencia
política. Pero la llegada del kirchnerismo al poder y la permanencia durante
tantos años, han cambiado el rumbo que los argentinos deseaban mantener, al votar al candidato Raúl Alfonsín, quien
representó, por ese entonces, la decisión de la mayoría. Como bien sabemos
lo que ocurre en nuestro país es consecuencia de lo que cree y piensa la gente,
por ello es tan importante batallar en
contra del antiliberalismo, tan arraigado en quienes hoy nos gobiernan. A ojos
de buen cubero, es fácil notar cómo se ataca, en los hechos, a la democracia y las maniobras en pos de
fagocitarse a la sociedad civil, condenando al mercado, regimentando la vida
social y cultural, incrementando, sin
descanso y sin pausa, los poderes del
Estado. Es una pálida imitación del
peronismo de la primera época, cuando en su repulsa por la democracia la disminuía
con los sobrenombres de “democracia burguesa”, “demo liberalismo”, “partidocracia”, con la intención de debilitar, ex profeso, las bases del funcionamiento político liberal.
Hoy,
como ayer, se va de punta contra la libertad económica y el ejercicio de los
responsables intercambios entre personas, que permiten el buen funcionamiento
del mercado. No se observa al liderazgo
político apoyar, como se debiera, a la Constitución, tantas veces vulnerada. El
avance arrollador del Estado sobre la sociedad civil, con pautas de
intervencionismo y regulaciones, encuentra poca resistencia parlamentaria, muchos
diputados y senadores, se dejan tentar por soluciones autoritarias, tanto en el plano político, como en el económico. La democracia, es tácitamente desamparada, por amplios sectores a los que vulgarmente se denomina
de izquierda y derecha, es así, como se acepta con poco barullo, las recetas antiliberales de Cuba, Venezuela,
Nicaragua y otros países de la región; como
ellos los cercanos a Cristina Kirchner pretenden un liderazgo autoritario,
abolir la democracia en nombre de una sociedad justa, estable y ordenada, aseguran que es necesario un Estado presente,
ampliar sus poderes. Para lograr sus propósitos autoritarios, intentan reducir
lo que se lo impide: el avance de las ideas liberales, las que redujeron el
poder estatal a partir de los siglos XVIII y XIX.
La
esperanza de que se vea frustrada, en las próximas elecciones, esta propuesta
semitotalitaria, está en que ante los repetidos fracasos del
estatismo, varios grupos abogan por un
modelo de país que respete la Constitución y regrese a los mecanismos institucionales de la
democracia. Deberán luchar con sectores partidarios de que Argentina “ se baste a si
misma”, restringiendo para ello, el libre cambio y promoviendo la política kirchnerista de autarquía,
nacionalizaciones, monopolio estatal, regulaciones en el mercado interno y externo,
con riguroso sentido nacionalista. Hace unos días escuché a un político de
larga trayectoria, Julio Bárbaro, decir
que había que combatir el poder económico, volver a las farmacias y almacenes
pequeños, de barrio, evitarles competir con los supermercados y
los eficientes cadenas de farmacias. Quiere,
y no es el único, volvernos a la
Edad Media, critica al Gobierno
Kirchnerista, sin embargo, pretende
continuar con la misma política, pero con otros nombres: ”…si
no se impone el Gobierno al poder de los ricos, dejamos de ser una sociedad integrada
y vamos camino a un estallido social”…. “Necesitamos un Pepe Mujica o un Evo
morales, un patriota que enfrente a los poderosos y los amenace con expropiarles,
después de eso volveríamos a ser una sociedad integrada”….”Necesitamos acotar
la ganancia de los ricos para permitir que el resto de la sociedad viva con
dignidad”. No hay
caso, con políticos como Julio Bárbaro, predicando en los medios estas ideas
fracasadas, será difícil la partida. No entiende que la
producción masiva que permite a los pobres
mejorar su nivel de vida y gozar de tantas cosas que antes le estaban
vedadas, es producto de la concentración y acumulación de capital. Con solo
comparar podría darse cuenta que en los países capitalistas, son mucho menos
los pobres.
Cristina
Fernández ha devastado al país, lo ha dejado de cuclillas, le costará ponerse
de pie, por eso no debería llegar al gobierno nadie con sus características. Convenció, por sus condiciones de caudillo, a la mayoría, que la llevó tres veces a la
presidencia, la actual, de facto. Ello indica cuan afianzadas están las ideas
autoritarias y antidemocráticas, en la mentalidad y la cultura de los
argentinos. Su tarea actual, como
vicepresidente, es desprestigiar a la
democracia, intimidar al poder judicial, renovarlo a su capricho, para que la salve de
sus obligaciones ante la Justicia, ver la manera de lograr un poder legislativo
servil. Nos ha dejado una sociedad que legitima un poder con pocos límites, por el solo hecho de haber sido elegido
democráticamente, olvidando lo que estudiamos en el colegio: el voto
mayoritario solo indica consenso, no
legitimidad. El Presidente y la Vice, el Gobierno en general, actúa dictatoríamente, es aceptada cualquier conducta arbitraria si
no está dirigida contra él, incluso es alentada, en cambio, si es de la aposición, se la acusa de ir contra los intereses del
país. No se quedan con chiquitaje, también se ataca a la propiedad privada, se
permite violarla aduciendo fines de utilidad pública.
Cristina Kirchner con sus veleidades de
autócrata, cree que el único político
posible es ella, convencida, ataca y se burla del presidente, mantiene calladitos
a los líderes sindicales y Frente Para Todos está sujeto a su dominio, solo se
lo utiliza para participar en las
elecciones, se decide desde el Instituto Patria, bajo su tutela y sus órdenes. En su discurso último
expresó su deseo de manipulación: no quiere que
haya intermediaciones entre la masa y el Gobierno, codicia ser quien
decida sobre la distribución de recursos y oportunidades a los grupos de
interés. Utiliza a la Historia, su desprecio por la verdad es absoluto, esparce
mentiras fabulosas impidiendo de ese modo comprender el presente, el cual no
existe desprendido del pasado. Bien decía Ortega, si no se lo domina con la memoria,
refrescándole, él vuelve siempre contra nosotros y acaba por estrangularnos, olvidarlo
es peligroso, lo sabemos los argentinos, tan proclives a la compulsiva
repetición.
Se ha
creado, en la sociedad,
la creencia de que es el Estado el responsable de la vida de cada
argentino, por eso se deja el destino en sus manos; se siente como imposible, por esta miserable socialización política,
asumir la responsabilidad de bastarse a uno mismo, se tiene miedo a la libertad.
Al Gobierno no le importa la verdad sino
la utilidad de las ideas; no hay que cansarse de recordar, que Argentina pudo con políticas liberales, aun en 1929,
como bien lo señala C. F. Díaz Alejandro, ocupar el décimo lugar entre
las principales naciones que comerciaban, superaba al Reino Unido en el número
per cápita de automóviles y, la tasa de
analfabetismo había disminuido de 77 % en 1869,
a 25% en 1929, Buenos Aires era
uno de los grandes centros culturales del mundo de habla hispana, entre otros
muchos datos alentadores. La Generación de Mayo, como la del 37 y la del 80, tuvieron un objetivo común más allá de sus
grandes diferencias, dar comienzo, con
la Constitución liberal como puntapié inicial, a un país organizado, donde valiera la pena vivir.
Para
los críticos del capitalismo, del individualismo, el lucro, la competencia, hay
que hacerles notar, por comparación empírica, que en los países socialistas que
admiraron, la producción y la productividad ni siquiera igualaron a EEUU y muy
lejos si se miden los grados de libertad
y la igualdad jurídica, las posibilidades de vida de la gente, la participación
política, libertad de expresión educación y cultura. No se dio en esos países
lo que predica el socialismo, la desaparición de clases y de las desigualdades
y estamos, todavía, esperando la desaparición del Estado y la
burocracia, el aumento de la libertad y la democracia, la abolición del
ejército y de la policía…utopías.
Por
todo ello, los candidatos de la
oposición no deben dormirse, la crisis en la que navegamos no se podrá
enfrentar con sueños o utopías, sino con decisión y coraje, viendo la realidad
lo mejor posible. No se podrá llegar, ni gobernar, con somnolencia, hay que aventar el peligro
de las incesantes peleas dentro y fuera
de los partidos y el crecimiento de la corrupción, promoviendo, en vez, el deseo de mejorar y
fortalecer la democracia.
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