Un despotismo popular
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
Cristina
Fernández de Kirchner como todo gobernante populista, pretende ser la
encarnación de la voluntad del pueblo y por ello cree que todo le está permitido. El Congreso aunque sigue
existiendo, es débil, por sus manotazos
que buscan la manera de subordinarlo, como también a la Justicia; no desea que nadie se le oponga. En su pretensión de personificar a la
mayoría, considera antidemocrática toda resistencia a sus designios, el líder que
lleva en la cabeza no puede ser derrocado porque fue elegido mediante
elecciones. Se cree infalible, basta ver
la suficiencia con la que se expresa,
para reinar necesita exterminar
todo lo que socave su poder; le pide a Alberto Fernández que sea duro, que use
el lápiz con los que no se subordinan, que aplique medidas de represión severas
y que respete su autoridad a pie juntillas. Cristina tiene todas las condiciones
psicológicas de un dictador: ambición, crueldad y otras por el estilo,
además le gusta vivir a costillas de la
gente, sin mucho esfuerzo, le sobra tiempo y energía para adquirir habilidad
política, se cuida de no incluir en sus listas idealistas escrupulosos, por
ello, más que nunca, la oposición
democrática debe fomentar todas las salvaguardias posibles contra el ejercicio
sin freno del poder.
En el Gobierno, se preocupan por las técnicas
para abordar problemas relativos a la forma de ejercer influencia sobre las
masas; los programas que preconizan están
desprovistos de realidad, no son capaces
de reconocer el patrón general de nuestra época, viven en 1945, se contentan con restos de mitos gastados. No
admiten ninguna responsabilidad excepto la que simulan con el fin de ilusionar
a la gente, pero que, en realidad, solo es la proyección de una desenfrenada
voluntad de poder. Ya no hay dudas, el modelo es un despotismo popular, disimulado entre formas democráticas.
Es
innegable que el país se encuentra en una gran encrucijada, económicamente
desarticulado, financieramente disminuido, y socialmente en un descalabro del que será difícil resurgir
sin grandes sacrificios; nos quedan solo
la reserva moral y espiritual de muchos argentinos. La política kirchnerista
ocasionó desequilibrios que se expresan
hoy en la inestabilidad que tanto nos preocupa, la aspiración demagógica del
Presidente y la Vice, sigue alentando
esta corriente de descomposición y,
lejos de advertirse en los sectores gubernamentales una reacción, lo que se nota es un exacerbamiento de esa
demagogia. Se acentúa la utilización de
todos aquellos medios ilegítimos, de que cierta política se vale, para
lograr ventajas subalternas; van
en contra de cualquier principio y a expensas del olvido de las más elementales nociones de la ética.
La
conducta lógica no es por lo general la que prevalece en el Gobierno, la irracionalidad es la que más influye en la estructura social
y política argentina. Cedió la razón su
lugar, a las invocaciones al pueblo, a
la magia de los votos y a las manipulaciones electorales. Los ideales que
algunos hombres, presumiblemente, tratan de realizar en la vida política y
social, que figuran en la Constitución de 1853, pueden significar todo, o nada, depende de quien los pronuncie. En
Argentina, las acciones emprendidas no concuerdan con esos inobjetables ideales, se los une a absurdidades, excepciones o artimañas para engañar, el progreso o la verdad son empleados solo para seguir en el poder. Dicen admirar a
San Martín y Belgrano, pero sus ideas se
le oponen, pretenden la uniformidad de la sociedad y se esfuerzan por
imponerla, odian y desconfían de todo lo que sea innovación, propiedad privada,
gobiernan independientemente de todos los procesos del pensamiento racional,
sin embargo prometen una vida más satisfactoria y… ganan
elecciones.
Es
importante que la opinión pública
denuncie y tienda a corregir las faltas
de la elite gobernante, pueden resultar
fatales cuando persisten por un tiempo excesivo. La libertad de la República
solo estará asegurada si los funcionarios son elegidos por periodos cortos y
definidos, que nunca se prolonguen, porque esto lleva al Gobierno a apoderarse de sectores sociales, mediante favores, subsidios y dádivas, los cuales les quitan todo deseo de conspirar
o rebelarse. Hoy, la CGT lo demuestra
bien, se mantiene calladita, aunque se
venga el país abajo. Sin la función crítica de la opinión pública a la
conducción económica, y al modelo, las
actividades productivas del país estarían mucho más cerca del derrumbe. La
concentración de todo el poder económico en el aparato centralizado del Estado,
como quiere parte importante de este gobierno,
necesariamente destruiría los fundamentos de la libertad, como pasó en
la URSS, en los países de su órbita, Cuba y ahora también
en otros países de Latinoamérica. El
Estado termina por absorber todas las fuerzas sociales, ninguna puede, bajo el peso de esas circunstancias, conservar suficiente independencia como para resistirse.
Por eso, en Argentina, se combate
con tanto empeño la economía de mercado, porque la propiedad privada fragmenta el poderío económico, permitiendo, de este modo, establecer una base para la libertad.
Si
deseamos estimar el valor de la democracia debemos hacerlo comparándolo con su
contrario la autocracia, se muestran con
evidencia los defectos inherentes a la democracia, pero no es menos verdad que
como forma de la vida social debemos elegirla
como el mal menor. En un sistema liberal, resulta fácil desarrollar y utilizar fuerzas creadoras
individuales, en cambio, es muy difícil
que se manifiesten en un régimen autoritario. No se debe abandonar la lucha por
la democracia, o sea, por reducir al mínimo las tendencias
autocráticas que fatalmente siempre subsisten, limitarlas y
restringirlas, aunque no sea posible evitarlas por completo. Los candidatos a
presidente deben entender que la libertad,
tan desvalorizada por el Gobierno, conviene también a quienes mandan, es un seguro contra la degeneración
burocrática, un freno para los errores, y una protección contra las revoluciones. Ningún gobierno se conservará
en el poder mucho tiempo si no integra a todos los sectores sociales, de allí
surgen los que desean mejorar y participar, individuos dinámicos que permiten la expansión de la energía social
creadora, Argentina necesita de una
elite eficiente que sepa, entre otras
cosas, como mantenerse en el poder y
tome las medidas necesarias para consolidar su posición; cuando faltan buenos generales se pierde la
guerra, pero también los soldados que
son las primeras víctimas, todos
perdemos.
De aquí en adelante el problema debe encararse
de nuevo, es necesario reconocer que a la situación actual hemos llegado por
culpa de los dirigentes que se sucedieron, no supieron estar a la altura de la
tarea que les había tocado, por ello, todavía, la vicepresidente puede escribir y hablar en la forma que lo
hace y, aun, pretender
dictar condiciones al presidente y a todo el mundo.
No
puede demorarse más tiempo, esto va cuesta abajo, la sociedad ha esperado un
cambio, hasta el límite de lo que se
puede esperar de éste gobierno, a esta altura,
sabemos que se verá postergada,
una vez más, la solución de sus
dificultades. No queda, entonces,
otro camino que preparar el ordenadamente del futuro, aunque se tenga plena conciencia de que la situación irá empeorando día a día, haciéndose cada vez más difícil la
rehabilitación, no deben perder los políticos un minuto más, les conviene
dedicarse, con urgencia, a preparar el
cambio que merecemos sin dejarse absorber por problemas circunstanciales, que a esta altura, son inevitables.
Por su lado, La Corte, a la que quiere dominar la Vicepresidente a
toda costa, debería ejercer su alto ministerio con ponderación y prudencia,
restableciendo el orden natural de los valores,
frecuentemente subvertidos, y
poner las cosas en su lugar- en una
sociedad que quiere existir como estado de derecho- contribuir a la estabilidad político -
institucional que desea la mayoría.
La crisis hizo que algunos políticos
manifestaran su disconformidad cuando se enfrentaron con las consecuencias reales de la política actual. Desean formar parte del Gobierno en el futuro y realizar, cuanto menos en parte, sus
ideales. Recordemos que somos nosotros los que les proporcionamos, a los políticos de turno, los medios materiales de subsistencia y los
instrumentos esenciales para conservar la vitalidad del Estado. Esta vez no nos
dejemos engañar, votemos planes globales bien examinados y digeridos en vez de
a diletantes demagógicos. Nadie puede representarnos y administrar solo, necesita siempre el apoyo de un sector
numeroso que obligue a respetar y cumplir sus disposiciones, de consenso,
tampoco la mayoría puede gobernarse a sí misma,
el dominio de una minoría organizada sobre la mayoría desorganizada es
inevitable. Nos queda no favorecer la dictadura de un solo hombre, aceptar la
democracia y tratar de elegir lo que pueda aproximarnos a un país mejor.
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