No confundir el medio con el contenido
Raúl Martínez Fazzalari
Abogado. Director Académico de la carrera de Ciencia Política y Gobierno, Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES).


El debate sobre si las redes de comunicación fomentan la violencia o la facilitan es uno de los temas que desde el mismo origen de Internet está en disputa. Algo similar ocurrió hace décadas en relación a la televisión. En ese momento algunos sostenían que el ver violencia en la pantalla podría generarla en el mundo real. No estoy de acuerdo con estas teorías transitivas. El pensar que el mirar películas o series de estos géneros hace a las personas el salir a la calle a cometer asesinatos, no tiene mucho asidero. En sentido inverso, el ver comedias o musicales no hace a la gente salir feliz a la vía pública, bailando y cantando. Abundan las explicaciones sobre la influencia de lo que se ve en las pantallas, (ahora dispositivos presentes en todo momento). Ellas son abarcadas desde diversas disciplinas como la psicología, el derecho, la comunicación pública, entre otras.
La realidad es que las plataformas interactivas facilitan mucho, no la generación de la violencia, pero si su difusión a un público de mayor alcance. El mensaje como nunca en la historia de comunicación humana llega a espacios impensados por otros medios y con ello, a una presencia de las imágenes y textos en todo momento. Ocurre con las noticias y la viralización de las mismas, sean éstas verdaderas o falsas. La publicidad y las marcas comerciales han debido modificar sus estrategias y canales de llegada a públicos o específicos o masivos. Alguien dijo una vez que el medio es el mensaje, y hoy como nunca esto se ha convertido en real. Ya no importa tanto el qué, sino el cómo y mucho más por qué medio es comunicado. 
Estamos antes nuevas formas difundir, informar y entender lo que nos rodea. A veces esta realidad es violenta o delictiva. Pero es la realidad y no lo que se lo trasmite de tal u otra cualidad. Por ello, no se debe responsabilizar al medio sino a los generadores de esa violencia. 
La única forma de cortar las cadenas de distribución de los contenidos violentos y de odio es simplemente no trasmitirlos cuando son recibidos. Las fotos o videos solo pueden ser eliminadas sin no son transmitidas. No existen elementos técnicos o jurídicos que puedan detener las cadenas o discurso de odio, la discriminación, el agravio o la difamación. En los ámbitos escolares es cuando más se evidencia es ese problema. Ahí, la primera recomendación que los expertos piden es: no participar como testigos de las burlas, peleas y ataques. Muy lejos de soluciones legales cuando de menores de edad se trata, la respuesta ante la violencia entre jóvenes la tienen los adultos responsables en impedir la circulación de las mismas en los dispositivos de los involucrados.
En ámbitos más amplios el problema se torna más complejo. La posibilidad de controlar desde una central lo que circula en las redes es imposible. Fotos o videos de violencia explícita son incontrolables y difícil de censurar desde el punto de vista tecnológico. Nuevamente el espectador (receptor) de esos contenidos tiene la potestad de circularlos o no. Una decisión íntima y personal que debe superar el morbo, la gracia sin sentido y la carencia de empatía sobre los protagonistas de quienes padecen en esas imágenes. Hay dos opciones: ser parte de la difusión y participar en la exposición de los agresores o cortar la ofensa y eliminar los contenidos.
Descartando los sistemas de vigilancia de régimen dictatoriales, la censura y el control de datos desde un punto central, la libertad pasará a las palmas de las manos, y ahí estará la opción literalmente, de ser parte de la cadena de odio o no.  

Publicado en Perfil.


 

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