Dos meses de Massa y Messi
Jorge Raventos
Estudió sociología en la UBA. Periodista profesional. Fue directivo de las revistas Panorama, Confirmado, Primera Plana, el Observador, Playboy, Competencia, Economía Argentina.

Es columnista político de La Capital de Mar del Plata. Ejerció la docencia en las carreras de Ciencias Económicas y Sociología y en el Instituto de Formación Política de La Plata.

Fue asesor de comunicación de la Confederación General de la Industria y de la Unión Industrial Argentina y consultor de la ONUDI. Fue vocero de la Cancillería Argentina (1992-1999).

Es miembro cofundador (1997) del Centro de Reflexión para la Acción Política Segundo Centenario. Junto a Jorge Castro y Pascual Albanese publicó en 2008 La Argentina después de Kirchner.


Para Andrés Larroque, secretario general de La Cámpora, el núcleo militante del kirchnerismo, el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional  "es evidente que no funcionó".y "está caído de hecho". Juan Manzur, todavía jefe de gabinete y acreditado vocero de los gobernadores del Norte Grande, tiene otro punto de vista: para él, el acuerdo "no está caído para nada".
Esa divergencia es apenas una señal visible de la fragmentación que afecta íntimamente al oficialismo, una fractura que emerge a pesar de los recurrentes llamados a mantener la unidad para evitar una catástrofe. Y más allá, inclusive, de la cautela que exhibe la máxima referente de La Cámpora, la señora de Kirchner, que refrena los juicios negativos sobre la situación que algunos le atribuyen, para no serruchar la rama que también a ella la sustenta.
El aislamiento de La Cámpora
Aunque por ahora no hay cuestionamientos explícitos a Sergio Massa, piloto inequívoco del actual rumbo económico que se asienta sobre el acuerdo con el FMI, el camporismo discurre en otra dirección. El documento que el contingente juvenil K suscribió con otras organizaciones y fue difundido en el módico acto que protagonizaron el 17 de octubre en Plaza de Mayo, manifiesta eso sin tapujos.  Ese texto reclama “restaurar el rol del Estado en el control y planificación de la economía”, establecer “mayores controles a los precios”, priorizar una política de sustitución de importaciones, derogar la Ley de Entidades Financieras y diseñar el sistema financiero con eje en la banca pública estatal con “control popular del Banco Central”, estricto control del comercio exterior y, como frutilla del postre, promover una reforma judicial, generar otra Corte Suprema y avanzar hacia  una nueva Constitución Nacional. 
Ese programa aleja más  al camporismo y sus aliados del pensamiento que predomina en el peronismo, incrementa su aislamiento en ese espacio y lo aproxima al de las corrientes de izquierda con las que por ahora compite en el conurbano (“golpear juntos, marchar separados”). Si su conducta política fuera consistente con sus declaraciones públicas y no hubiera de por medio situaciones de poder y cajas muy sensibles que defender, el camporismo estaría tentado de entorpecer la aprobación de la ley de Presupuesto. Esa tensión entre la realidad y la ideología  encierra por ahora a la “orga” kirchnerista en el doble discurso.
Miradas diferenciadas
El acto de Plaza de Mayo no fue el único ni el más importante del 17 de octubre. En La Matanza, el corazón del conurbano, se congregaron multitudinariamente varios movimientos sociales, con eje en el Movimiento Evita, sin dudas el más representativo. Los movimientos sociales tienen reclamos dirigidos al gobierno (deben reflejar a sus  bases, que integran los sectores más vulnerables), pero ellos formulan esas reivindicaciones con ánimo convergente, un detalle que los diferencia del camporismo. En La Matanza, precisamente, se disponen a dar una batalla política especial, ya que Patricia Cubría, esposa del jefe del Evita, Emilio Pérsico, proyecta dar batalla por la intendencia a Fernando Espinoza, convertido en uno de los puntales del kirchnerismo en la tercera sección electoral.
En el Estadio Obras se habían reunido, la mañana del 17, alrededor de cinco mil cuadros y activistas sindicales, convocados por la conducción de la CGT. Si en número ese fue el acto más pequeño de la jornada, en representatividad fue probablemente el más significativo. Allí los gremios más extendidos y más influyentes (no estaba, sin embargo, el camionero Pablo Moyano, que prefirió manifestar junto al kirchnerismo), proclamaron su voluntad de  pelear por  posiciones destacadas en las listas del peronismo y a través de alguno de los oradores reiteraron su distancia en relación con el kirchnerismo. (Máximo Kirchner, en Plaza de Mayo respondería  más tarde empleando la palabra “traición” para aludir al sindicalismo).
Aunque celebraron el 17/10 por separado, gremios y movimientos sociales convergen en la pelea interna para enfrentar al camporismo.Esta semana las planas mayores de ambas ramas se encontraron en la sede de UPCN, convocados por el secretario general de esta organización de empleados estatales, Andrés Rodríguez.
Los blues de Alberto F.
Hecho revelador: el presidente Alberto Fernández no había participado en ninguno de los actos del 17 de octubre: ni se invitó ni fue invitado. Él, sin embargo, no ceja en su intención de competir por un segundo mandato. Ya había demostrado con su  cierre del encuentro de IDEA en Mar del Plata que  no  desperdicia oportunidades de reivindicar su propia gestión. Esta semana, con la colaboración de su vocera, Gabriela Cerruti, apostó al rating que genera el reality show Gran Hermano para volver a subrayar su decencia, respondiendo obstinadamente a uno de sus personajes. Tal vez quiere elevar el índice de conocimiento público de su figura.  La imagen presidencial aparece velada en las fotografías.
Fernández  había obtenido una semana  antes el convite para cerrar la reunión anual de IDEA en Mar del Plata, siempre una caja de resonancia de la agenda económica que promueve el llamado “círculo rojo”.
Aunque el tradicional encuentro no congregaba esta vez a los grandes jugadores del empresariado, IDEA ofrecía a Fernández un escenario valioso. Lo beneficiaba, por otro lado, la ausencia física del ministro de Economía. Sergio Massa -probablemente el funcionario más esperado por los participantes en el evento-  sólo intervino por vía virtual, pues estaba en Estados Unidos, ajustando detalles con el FMI, donde ha conseguido un trato preferencial. En Washington Massa recibía una módica buena noticia de Buenos Aires ( la inflación de septiembre, la primera que se registra con él en Economía, marcó un descenso en relación con la de agosto y con la de julio. Una golondrina no hace verano, pero el ministro puede consolarse diciendo  que entrevé una tendencia).
Fernández venía de una semana complicada en la que se había visto urgido a cambiar tres piezas de su gabinete por la sonora renuncia de una funcionaria (la  ministra Elisabeth Gómez Alcorta consideró que las medidas adoptadas en Río Negro para contener agresiones de un sector que se reivindica mapuche eran agresiones a los derechos humanos)  y el discreto alejamiento voluntario de otros dos ministros. Le costó llenar los casilleros vacíos: en algún caso, por la renuencia de los candidatos que prefería (Carlos Tomada, por caso, no quiso ser reemplazante de  Claudio Moroni en Trabajo), en otros, por el conflicto de intereses que le ocasionaba optar por las postulantes que pugnaban por suceder a Gómez Alcorta.
La designación de Raquel Kelly Olmos en la cartera de Trabajo  no fue bien recibida en el ámbito sindical, no porque se cuestione a la nueva ministra (a quien se le reconocen capacidad política y una intensa experiencia en el peronismo), sino porque los líderes gremiales se enteraron de la decisión de Fernández por la prensa, ni fueron consultados ni fueron anoticiados por el Presidente, que proclama habitualmente ser su aliado.
La alocución de Fernández en IDEA, por momentos dolida, por momentos desafiante, reflejó seguramente el momento que atraviesa. Varias veces  mencionó con disgusto que se le atribuye debilidad.  En verdad, ese rasgo es menos una imputación a su persona que al ejercicio de  sus funciones, que han derivado en una inédita licuación de la autoridad presidencial. 
En ese contexto, su insistencia en ser nuevamente candidato suena como un capricho. La mayoría de los dirigentes territoriales del peronismo (así como el sindicalismo y los movimientos sociales) son hoy muy escépticos sobre las chances oficialistas de imponerse en la elección presidencial de 2023. Y ese escepticismo alcanza niveles desbordantes cuando se baraja el supuesto de que la máxima candidatura esté a nombre de la señora de Kirchner o del actual Presidente. Los gobernadores, preventivamente, empiezan a anticipar las elecciones provinciales para preservarse.
En verdad, hoy el peronismo no visualiza con claridad un candidato competitivo. Crecientes sectores le encienden  una vela a Sergio Massa: “Si consigue acotar la inflación y atravesar la tempestad que viene sin grandes calamidades -especula un dirigente no particularmente afín al tigrense- vamos a hacer cola para rogarle que acepte la candidatura”. 
Un amplio sector del peronismo empieza a asimilar el pragmatismo del ministro de Economía; entretanto,  el llamado círculo rojo espera que Massa y su número dos, Gabriel Rubinstein, avancen en medidas fuertes antes de fin de año (probablemente después del inicio del Mundial de fútbol), siguiendo el guión que ya ha trascendido, que pone el acento en achicar el déficit fiscal,  trabajar sobre la distorsión de precios relativos y, sobre todo, en achicar sensiblemente la brecha entre el dólar oficial y el blue.
La discusión del presupuesto en la Cámara de Diputados muestra que el ajuste del déficit fiscal es un objetivo sobre el que el oficialismo marcha a buen ritmo. Massa, que supervisa el proceso,  emplea  en beneficio de esa meta inclusive algunas exigencias de la oposición.
En los próximos dos meses las noticias rondarán dos nombres parecidos: Massa y Messi.
 Publicado en La Prensa.

 

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