El robo paralizante del tipo de cambio controlado
Dardo Gasparré
Economista.


“Voy a hacer una propuesta para discutir técnicamente. Que pasaría si implantáramos el mercado libre de cambios, sin intervención de ningún tipo del Central? Peren. No se apuren. Analicen el tema. No me digan que no tenemos reservas porque no tiene nada que ver”.
Hace tres días el autor publicó este tuit, con la intención de abrir un debate serio y lo más profesional posible sobre esta alternativa cambiaria. No solamente las respuestas fueron muy pocas, sino que la mayoría evidenciaban un profundo desconocimiento del funcionamiento de este mecanismo y, además, no hubo ninguna reacción de ningún tipo de los economistas y especialistas. Silencio. Es posible, seguramente, que ello se deba a haber propuesto un disparate de marca mayor, claro. Pero antes de llegar a semejante conclusión que heriría mortalmente el ego del columnista, es posible ensayar algunas otras explicaciones.
 Hace tantas décadas que se ha descartado la elemental libertad cambiaria, que se ha perdido la costumbre, aún entre los técnicos, de analizar o siquiera de imaginar el método, unido a que hace mucho tiempo que se ha descartado su análisis aún en el medio universitario, saturado de literatura y prédica de economía creativa, o sea estatista. Se pierde en algún lugar de comienzos del siglo XX o fines del siglo XIX el período en que un criterio semejante existió, más allá de las declamaciones, y también de la confusión (popular y técnica) de que un tipo de cambio único y sin restricciones visibles a su compraventa es equivalente a la libertad cambiaria. Dead wrong. 
Por supuesto que el concepto fascista-mussoliniano de Perón, hacía impensable la aplicación de un mercado de esas características, particularmente con la mezcla de intereses entre los negocios del Estado, las Fuerzas Armadas entrometidas en todas las empresas en ese momento y los negociados y acomodos que el tipo de cambio y los permisos de importación permitían a los privados amigos. Los Jorge Antonio de esa época, fueron los precursores de los choferes, jardineros y adláteres que protagonizan la historia reciente del kirchnerismo, heredero natural del líder, como Máximo lo es de su papá. O dicen. Luego en 1950, una entidad funesta, la CEPAL, dirigida por un argentino malaprendido de Keynes, como tantos otros, implantó (o justificó) para siempre en la conciencia del Líder y de la idiosincrasia nacional el concepto de “vivir con lo nuestro” o, más técnicamente, de la sustitución de importaciones, que necesitaba imperiosamente subsidiar a la industria naciente a costa de la única producción real que tenía el país en ese entonces, o sea la agropecuaria, no distinto a lo que ocurre hoy. El tipo de cambio controlado, y el cepo correlativo en algún formato, terminó inventado el gran negociado de los permisos de importación, algunos de los cuales costó la vida al cuñado presidencial Juan Duarte, un Isidoro Cañones de la época, por alguna discrepancia técnica entre algunos interesados y el primer “experto en mercados controlados” que tuvo el país. El IAPI fue la culminación de esa mescolanza de políticas-confiscaciones que culminó con que el Estado era el único comprador de toda la producción local, en pesos, y el único exportador de la misma, en dólares. Una sublimación del cepo y el control de cambios. 
Porque es importante comprender que el mercado controlado, administrado o como se le quiera apodar, es un impuesto, es una estafa, y es una gigantesca retención no solamente al productor y exportador, sino a todos los habitantes de la nación que ejerzan una actividad honesta. Por eso resulta tan difícil entender la existencia de políticos, expertos, economistas, periodistas, emprendedores, dueños de Pymes y público en general, que despotriquen calificando el control del precio de los fideos como un despótico, inútil, históricamente arcaico y dictatorial acto de soberbia, pero que al mismo tiempo consideran aceptable el control del precio del dólar, como si hubiera alguna diferencia, o peor aún, como si no fuera mucho más grave intentar controlar el precio y el indicador más importante de la economía y el bienestar general. Pocos mejores ejemplos de la Fatal arrogancia de la burocracia que fulminara Hayek que un montón de iluminados decidiendo, a veces con complejas fórmulas y ecuaciones matemáticas, otras con total irresponsabilidad, el correcto valor del dólar, o del peso, su nivel de competitividad, también con varias fórmulas engoladas y pretensiosas, o a dedo, da lo mismo. 

¿Tocados por la varita mágica?

Muchos que se proclaman liberales, o defensores de las escuelas clásicas de la economía, o luchadores de la libertad, no parecen haber comprendido lo que significa en materia de derechos, de libertad económica y personal, aún de justicia y equidad, como diría el marxismo woke, que un grupo de tocados por la varita mágica de Dios se proclamen por la fuerza dueños de las divisas extranjeras de los ciudadanos, y además le digan a sus propietarios cuánto le corresponde en equivalente de moneda local a cada uno, según la actividad en que haya obtenido esas divisas, el fin que quiera darle, la época del año, las necesidades del estado, o la generosidad fácil y siempre arbitraria de esa difusa justicia sin venda que se llamó justicia social, o Justicialismo. 
Pasó un siglo y los gobiernos siguen queriendo controlar el tipo de cambio. Y los que se llaman liberales lo siguen incorporando como un dato válido, o a veces justificando con argumentos insostenibles. Nada más incompatible que el control cambiario con la libertad de empresa y comercio. No parece haberse comprendido, aun técnicamente, que cuando se controla el tipo de cambio se acaba controlando un poco más cada día, hasta controlarlo todo. Hasta el cepo final y fatal. Como no se ha comprendido que todo control de cambio, y aún las retenciones, en cualquier lugar del mundo, culmina siempre en estallido especulativo y en estallido real, en una corrida cambiaria del tipo Soros, o simplemente en el Banco Central de Cristina versión I, de Macri o de Cristina versión II, vendiendo dólares o futuros al tuntún (o a los amigos) para mantener una cotización en la que alguien se ha emperrado, que termina siempre en el absurdo de tener que endeudarse para vender a un precio ridículo con la esperanza ignorante de que así se demostrará que la divisa vale lo que el inspirado de turno ha resuelto. 
Como siempre detrás de esta tremenda intervención del Estado existe la excusa de la protección a las grandes empresas que hace cien años que vienen naciendo, o a alguna otra causa sagrada como la no dependencia, que siempre es falsa, o la necesidad de agregar valor, que depende de otras variables o de inventos que llevaron a tener astilleros privados totalmente subsidiados y deficitarios vendiendo barcos solamente al estado, se tolera este accionar fallido y falluto que es simplemente un despojo y un abuso, o un asalto. Pero no existe razón técnica seria alguna para esta metodología. Al contrario, se opone a la competencia y a la eficiencia, con un proteccionismo que, también se ha demostrado hasta el cansancio técnicamente, nunca le sirve al consumidor ni a la sociedad. Sólo sirve a los gobernantes facilistas, populistas y demagogos que tratan de mostrar prosperidad durante su mandato y que quien venga arríe con las consecuencias, como pasa con la inflación o la deuda. 

Prebendas más negociados

Detrás de los controles de cambio, del tipo de cambio administrado, o de la falta de libertad en el mercado cambiario, se esconde la prebenda, el negociado, el famoso capitalismo de amigos o crony capitalism, las milagrosas ganancias de empresas que han ordeñado y ordeñan el futuro de los países, de éste en especial. Detrás del dólar estatizado o de la retención, siempre hay un prebendario que sonríe. Y para que esto no parezca una acusación de la prédica neomarxista mencionada, tiene sentido analizar los resultados reales de una gran cantidad de grandes empresas nacionales que ahora dictan cátedra de prudencia y patriotismo, y que, en 2021, un año aciago para Argentina, obtuvieron los mejores resultados de su historia. Gracias al dólar gobierno, por supuesto. Con razón aplaudían.
Tanto la Escuela austríaca de economía, como la de Chicago, las dos grandes ramas del pensamiento económico, al igual que el corazón de la teoría de Adam Smith, parten del principio inamovible de que la competencia y la eficiencia son la base de la riqueza de las naciones, del bienestar de los pueblos y de la Teoría del Mercado, principios sin los cuales el Capitalismo carece de sustento moral y ético. Pues el tipo de cambio controlado se opone por el eje a todos esos principios. La evidencia empírica se ha cansado de demostrarlo, cuando se aplican y cuando no.  Saque cada uno sus conclusiones. 
Aún la teoría del “ancla cambiaria”, tantas veces esgrimida y aplicada, convalida el dispendio del Estado, o los estados, para no olvidar a los sátrapas provinciales, amos del gasto. Tanto Adalbert Krieger Vassena, como Martínez de Hoz, como Cavallo en su famosa convertibilidad, usaron de una u otra manera formatos de control de cambios, con todos los efectos colaterales, con todas las razones y justificativos que seguramente existieron y las imposibilidades que enfrentaron. Acaso la mejor aproximación a la libertad cambiaria fue el libro que el propio Cavallo escribiera en colaboración en 1987, Volver a Crecer que le ha valido algunos improperios al autor de esta columna cuando se lo recordó al exministro. 
La deuda externa e interna, una parte de la inflación, el estancamiento del producto bruto, la desaparición de las Pyme, la huida de los jóvenes profesionales, y el campo arrasado en que termina el kirchnerismo, se deben a esta idea y sus consecuencias de todo tipo. ¿Cuántos dólares costó mantener los tipos de cambios decididos por los burócratas en cada época, en cada ideología, en cada momento, con prescindencia de quién fuera gobierno? ¿Qué parte de las deudas bimonetarias impagables se pueden atribuir a esa necesidad de no devaluar, a ese tira y afloja con el mercado mundial, a esa casi capricho de decidir cuál es el tipo de cambio que corresponde? Por supuesto es motivo de burla el ministerio del amor, o de la felicidad, conque se satiriza el concepto socialista del poder. ¿No es lo mismo pretender determinar por decreto lo que el mercado debe pagar por un dólar o un euro? Y esto vale para cualquier país, pero vale mucho más para argentina, que sufre hoy los efectos terminales de esa soberbia.
El resto del mundo, aún las grandes potencias, también ha elegido el camino del miedo a todo, del proteccionismo y hasta del acuerdo cambiario entre países. Pues fracasarán, como han fracasado siempre, como fracasó Roosevelt, o Keynes, como fracasaron todos los que eligieron el camino de la fatal arrogancia. Y sobrevivirán mejores los que sigan el camino de la libertad económica. Ya Europa está a un paso de aplicar una suerte de retención inversa, es decir de cobrarle al productor para que pierda dinero si produce, como ocurre con las actividades energía-dependientes. ¿Alguien cree que eso puede salir bien? 
Todo proceso de retenciones-contralor-determinación estatal del tipo de cambio, en especial cuando del otro lado hay una diarrea de gasto en moneda local, termina en un empuje cambiario tal, que lleva a un exacerbamiento del control, o a un sistema de tipo de cambio multitiered, siempre ridículo, siempre incumplible, siempre injusto, como ya ocurre hoy en este medio. También lleva, luego de pasar por todos los estados intermedios descriptos, a una devaluación significativa, tarde o temprano. Lo que implica sencillamente empezar de nuevo, porque no se corrige el tema de fondo, el gasto desaforado, ni los fundamentals. Es perdonable que no lo sepan o no lo quieran saber los políticos, ocupados y preocupados en el Linkedin de sus carreras y sus currículums; pero esa tolerancia no debería extenderse a técnicos serios. 

Mecanismo atroz

Hay, sin dudas, una larga y amplia biblioteca que justifica la permanencia de este mecanismo atroz de redistribución arbitraria de la riqueza que ni siquiera necesitó de la propaganda ni la dialéctica del relato del marxismo para imponerse. Ni del reseteo global, o la Agenda 2030. Lo logró la prebenda, por sí sola. Porque las razones fueron cambiando a lo largo del tiempo, hasta que no fueron necesarias razones porque se había hecho casi dogma el control de la variable central de toda economía. Y ayudó un poco de keynesianismo, que es siempre un antecesor, una pavimentadora del camino del socialismo marxista, que ahora usa la ambición espuria, la peor ambición, para lograr la pobreza general, el único terreno donde puede sembrar la semilla de su mala hierba invasora. 
Pero si aún existieran razones para impedir la libertad justamente en el mercado de cambios, por el supuesto descalabro que ella crearía - un riesgo que por otra parte siempre plantea el ejercicio de la libertad- ningún momento mejor que este para aplicarla. Sin reservas, sin ganas, sin crédito, sin crecimiento en serio, sin empleo privado, sin seguridad, ni jurídica ni personal, sin futuro, sin esperanza, con la tristeza de haber perdido un país o más que un país casi una patria, sin Pymes, sin emprendimientos, con el productor agropecuario expoliado, acusado, acosado, tal vez por primera vez en varias generaciones sea hora de recurrir a la libertad. Haga el lector el listado de los riesgos. Y todos esos riesgos ya han ocurrido habiendo hecho todo lo opuesto a la lógica ortodoxa. Por el camino de la fatal arrogancia de la burocracia. Si el mercado fuera libre, ¿cuánto costaría un dólar? 
Se ha discutido muchas veces la posibilidad de dolarizar la economía. Discusión valiosa que ha llevado siempre que se encaró a la misma conclusión: “Este no es el momento”, no hay reservas”, “no hay crédito”. Un desesperado intento por atar las manos dispendiosas e irresponsables de quienes dan, reparten y se quedan con la mejor parte del presupuesto. Y de la correlativa emisión falsificadora. Es de algún modo, llegar a la libertad cambiaria por la esclavitud a otra moneda, a otro emisor. A otra potencia. Sectores del propio gobierno quieren hacer una suerte de Realización, o sea de usar la moneda brasileña. (Suponiendo que Brasil está loco) como moneda de curso legal, propuestas que en cualquier caso llevarían a la emisión de Patacones o algún otro vale inventado por los gobernadores. Vales del estilo Patrón Costas, tan denostado por el peronismo originario. Cavallo sabe mucho de lo indomable del gasto provincial. Tuvo que sufrirlo.
Ningún mecanismo frenará la propensión al gasto de los delincuentes, y la más modesta e inocente propensión al gasto de amplios sectores de la sociedad, acostumbrados por la deseducación, el populismo y la realidad a mendigar del Estado todo lo que puede, que no cederán fácilmente su limosna. Y a la incongruencia intelectual y emocional que eso conlleva. (Se grita para que se solucione la inflación, pero cuando alguien quiere atacar las causas se rechaza la solución porque se compra la prédica de los ladrones de que ese ahorro afectará a los pobres) Pero un tipo de cambio libre y sin participación de ningún tipo del Estado y sus piratas invasores mostrará al instante cualquier barbaridad, cualquier error, cualquier falencia. Si el gasto aumenta se reflejará al instante. Como se reflejará el aumento impositivo que paraliza la exportación y la actividad, o el sabotaje contra la importación, o una política exterior incoherente o ineficaz, o el déficit. El tipo de cambio como medidor de la calidad de gestión es otro galibo para medir la eficiencia y la competencia, que se escatima a los operadores económicos, que se inutiliza y se deforma; todo ello cuesta muy caro a los pueblos. Y también dejará de permitir falsear la realidad, como ocurre con el PBI y otros indicadores, que se miden con las cifras falsas de un dólar falso. 

Ignorancia ciudadana

Algunas preguntas y cuestionamientos que siguieron al tuit del comienzo muestran cuánto se ha invisibilizado la libertad cambiaria y en cuánta ignorancia se ha sumido al ciudadano. “¿Cómo van a hacer eso si no hay reservas?, preguntan algunos. ¿Qué importancia tienen las reservas en un mercado libre de cambios?  Ni hacen falta reservas, ni hace falta pedir préstamos desesperados para reventarlos vendiendo esos dólares a precio vil para mantener un precio fijado a dedo, que es la contracara de la ganancia de los prebendarios y especuladores. Y eso vale para todos los gobiernos. Es importante saberlo y digerirlo. 
¿Cómo hará el gobierno para pagar la deuda externa?, dicen otros. Aquí dan ganas de contrapreguntar si están hablando en serio. El país no paga hace rato las deudas. Ni casi nada de los intereses. Buena parte de esa deuda contraída para financiar el dólar-prebenda, por todos los gobiernos también. La respuesta, además de esa evidencia, es decir que comprará los dólares en el mercado como cualquier hijo de vecino, o renovará, y hará un plan serio de compra de divisas para no armar una distorsión en el mercado, en el ultrahipotético caso de que lo necesitare. No que se apoderará de las divisas particulares y las pagará al precio que se le cante. ¿Suena lógico? Lo que indica que hay que volver a explicar lo que mercado libre de cambios significa, porque de puro no usarlo, todos se han olvidado de lo que quiere decir, como si fuera un objetivo planificado.  De modo que es imperativo explicarlo. 
Un mercado libre de cambios es aquél en que los dueños de los dólares o divisas, es decir los particulares que los poseen legítimamente, por exportación o cualquier otra causa, los venden a otros particulares interesados en comprarlos, para pagar importación, para atesorarlos, para ahorrarlos, para regalárselos a un hijo o para jugar al casino, on u offlineSiempre en un solo mercado al que concurren todos con la misma libertad, el mismo derecho y las mismas reglas. Incluyendo el Estado, que es un participante más. La cotización surge de la simple oferta y demanda.  Y sin ningún tipo de retención especial a ningún sector, o bonificación o subsidio alguno, finalmente mecanismos de crear tipos de cambio especiales. En ese mercado, el Banco Central no tiene intervención ni participación alguna. No es la contrapartida de todas las operaciones de compraventa como hoy, ni pone reglas y prohibiciones, ni es el comprador o vendedor de última instancia. Para usar la metáfora de un popular político que quiere quemar el Central para que no emita más, esta columna aprovecharía semejante holocausto para que tampoco interviniera de ningún modo en el mercado cambiario, salvo como un simple particular más, comprando lo que hace falta para pagar algún interés, si alguna vez el país vuelve a pagar algo. 
De todos modos, la columna espera la opinión especializada de los colegas que deseen aportarla y el necesario debate, y sobre todo la razón por la que esta alternativa no se podría implementar, con mucho menos esfuerzo y despliegue jurídico que otras variantes, y muchas menos regulaciones, seguramente. La respuesta de que con este gobierno no se puede pensar en ninguna alternativa racional no es aceptable, por lo abarcativo de la respuesta, y porque se aplicaría a cualquier tema. 
Eso no significa que no se siga en la lucha imposible de eludir de volver a meter en caja al robo político y al gasto desaforado casi siempre correlativo. 
Mientras tanto, con la evidencia de todos los daños, todas las prebendas y todos los delitos que ha ocasionado en un siglo de aplicación, es hora de comenzar a aceptar un elemental hecho técnico: el tipo de cambio controlado es el eje de la planificación central, con él en vigencia, la mano invisible no puede hacer su trabajo. 

Publicado en La Prensa.

 

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