Economía social, intercambio y división del trabajo
Gabriel Boragina

Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas). Autor de numerosos libros, entre ellos: La credulidad, La democracia, Socialismo y Capitalismo, La teoría del mito social, Apuntes sobre filosofía política y económica, etc. como sus obras más vendidas.



Este pleonasmo de la ‘’economía social’’ se escucha y se lee casi diariamente. Quizás la ignorancia generalizada sobre temas económicos sea su origen. En otros casos, no es la ignorancia sino la voluntad deliberada de quienes procuran dirigir la economía de los demás (o que otros lo hagan por ellos) la que los mueve a inventar un término que permita concentrar en pocas manos los destinos económicos del resto de sus congéneres. Pero la economía nace del cambio, este del interés, y el interés sólo puede ser individual:
‘’Como Adam Smith ampliamente lo ilustra en varias partes de su libro, 16 es el interés individual (correctamente entendido) lo que conduce al intercambio, porque, si los individuos pensaran que vivirían peor "cambiando, trocando e intercambiando", seguramente no se detectaría tal propensión’’[1]
Es que hablar de economía individual y social no es hablar de dos cosas distintas sino que es usar dos fórmulas diferentes para designar la misma cosa. Y pretender que son entidades distintas es o oscurantismo o mala fe, o una combinación de ambos en algunos casos. Lo social es el resultado de lo individual. Es una derivación, el punto de origen siempre es individual. Un mal social es un mal individual sumado y un bien social es su inverso.
‘’Debido a la importancia de estas implicaciones, ausentes con frecuencia en la enseñanza de la ciencia económica, el principio de la división del trabajo merece una explicación más detallada en los textos básicos de economía’’[2]
La ausencia indicada es debida a que esos textos están en su mayoría basados en la teoría keynesiana, que es la que sustenta con más vigor la teoría de la economía social como contraria a la individual. Y en este error se fundamenta la mayoría de la enseñanza económica.
‘’De hecho, la esencia de los textos de economía no es más que la explicación de cómo la división del trabajo se coordina espontáneamente en el mercado, mediante el sistema de precios, el uso del dinero y otros factores determinantes’’.
Es cierto, pero a su vez, hay que agregar que esos textos -en su mayor parte- critican precisamente esa natural espontaneidad en la coordinación. Y la censura que hacen la radican precisamente en que esa espontaneidad individual va en contra los difusos y fantasmales ‘’intereses sociales’’ que sus autores defienden.
‘’Es bueno recordar que, reducida a lo esencial, no obstante la complejidad de los sistemas monetarios, en última instancia la función del dinero es permitir la división del trabajo’’.[3]
Es decir, las transacciones que surgen de esa división. O dicho en otros términos, el traspaso de frutos de ese trabajo dividido. Pero más que permitir, la palabra adecuada en este caso hubiera sido facilitar, porque la ausencia de dinero no impediría las transferencias, como lo ha demostrado el caso del trueque antes de la existencia del dinero mismo.
La aparición de un medio de transmisión común como lo fueron la sal, el ganado, el tabaco, etc. hace más simple la entrega recíproca. No se limita a permitirla, como si antes del dinero no hubiera sido posible el comerciar cosa alguna.
 ‘’En una economía de mercado, sólo se puede hacer fortuna enriqueciendo a otros’’[4]
Indudablemente es así, y es muy útil la mención de que ello ocurre solamente ‘’ ’En una economía de mercado’’, porque en un sistema que no sea de este orden la riqueza sólo se logra a expensas de los demás, es decir, beneficia a unos sólo en la medida en que otros salen perjudicados, con lo que se origina el juego de suma cero del que se ocupa excelentemente este autor.
 ‘’Las explicaciones del intercambio descansan predominantemente sobre la base de que las personas difieren en sus valuaciones subjetivas; así que, cuando intercambian, entregan algo que subjetivamente valoran menos que lo que reciben, lo cual es una verdad evidente’’[5]
Como se ha dicho antes, si tal beneficio no fuera apreciado por los negociantes el mercar no se llevaría a cabo. Sin embargo, las tesis antiliberales afirman lo contrario arguyendo que, en toda adquisición una parte siempre se beneficia más que la otra, o bien que el que entrega algo a cambio de otra cosa sale perdiendo. Este pensamiento erróneo dominó el mundo desde épocas remotas, y fue la base del tristemente celebre Dogma Montaigne.
‘’Pero aquellas explicaciones no nos informan sobre cómo la riqueza material total de los participantes habrá aumentado, sino sólo nos dicen que ha cambiado de manos. Es decir, no nos informan sobre cómo la división del trabajo per se aumenta el producto real -la riqueza material de los participantes, aun cuando la productividad individual de unos y otros se mantenga constante. 17’’[6]
Sucede que la riqueza es un concepto subjetivo, y de la misma manera que se causa la comercialización cuando subjetivamente los negociantes estiman que estarán mejor después de la misma que antes, de idéntica forma, producida la conmutación, esas mismas personas sentirán que son más ricas después que antes.
Aun así, materialmente también serán más beneficiadas a posteriori, ya que la división del trabajo reduce costos de producción. Puede que sepa hacer zapatos aun siendo abogado, pero ganaría mas dedicándome a lo que mejor se hacer comprándole los zapatos al zapatero.
 ‘’Apreciaremos lo dicho con el ejemplo de un intercambio entre dos personas, suponiendo incluso el peor escenario, en el que Juan es menos productivo que Pedro en todo. Es imprescindible tomar en consideración este escenario para demostrar por qué hasta al más productivo le conviene cooperar con el menos productivo: en él se explica cómo aun el intercambiante más hábil ganará en la cooperación con el intercambiante menos hábil. La única excepción la constituye el caso hipotético e improbable de que la superior dotación de uno sea idéntica en cada una y en todas las tareas’’[7]
En la ganancia final de las partes se conciertan diversos factores: las habilidades de cada uno, el tiempo de producción (considerado como un costo) junto con los materiales empleados, que incluyen el costo de adquisición, las calidades y cantidades de lo que se produce, etc.
De esta composición de elementos surgirá la ventaja de que cada uno se divida el trabajo dedicándose a aquello que mejor saber hacer, y de ese modo incrementar la riqueza mutua y total mediante el negocio.

[1] Manuel F. Ayau Cordón Un juego que no suma cero La lógica del intercambio y los derechos de propiedad Biblioteca Ludwig von Mises. Universidad Francisco Marroquín. Edición. ISBN: 99922-50-03-8. Centro de Estudios Económico-Sociales. Impreso en Guatemala. Pág. 23
[2] Ayau Cordón M. F. Un juego que…ibídem pág. 23
[3] Ayau Cordón M. F. Un juego que…ibídem pág. 23
[4] Ayau Cordón M. F. Un juego que…ibídem pág. 23
[5] Ayau Cordón M. F. Un juego que…ibídem pág. 23
[6] Ayau Cordón M. F. Un juego que…ibídem pág. 24
[7] Ayau Cordón M. F. Un juego que…ibídem pág. 24
 

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