Selecciones nacionales, ¿en serio?
Gabriel Gasave
Director, Economía de Mercado, Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Estamos en vísperas del inicio de una nueva edición de la Copa del Mundo de fútbol, la número 22, acontecimiento que cada cuatro años inexorablemente atrapa la atención de millones de almas alrededor del planeta y mueve cientos de millones de dólares.
Una vez más, observaremos como, cuan modernos flautistas de Hamelín, las banderas y los himnos nacionales aunarán detrás suyo a enfervorizados simpatizantes. Nuevamente, como acontece también durante los Juegos Olímpicos, los nombres propios cederán en relevancia ante la nacionalidad. Ya no es fulano o mengano quien realizó tal magnifica jugada, sino el país “A” que encabeza el Grupo “J”.
Al igual que en los sistemas colectivistas que cuando ponen en acción su ingeniería social indefectiblemente el “nosotros” viene a sustituir al vilipendiado “Yo” ante cada proyecto público que se pretende implementar, durante estas gestas deportivas vemos también como la primera persona del plural lo avasalla todo. “Ganamos”, “perdimos”, “vamos bien”, “goleamos”, etc. son algunas expresiones mediante las cuales muchos individuos materializan el milagro de actuar sin moverse de su sofá.
No es la intención criticar aquí a la saludable y recomendable práctica de un deporte como el fútbol, sino reflexionar acerca de lo absurdo de ese primitivo sentimiento nacionalista y tribal que, siempre latente, suele aflorar ante conflictos bélicos o eventos como el que se inicia este 20 de noviembre.
Para muchos, se avecina una guerra a ser librada por 32 naciones de las cuales solamente una de ellas saldrá airosa. Los disparos de mortero o los misiles son reemplazados por tiros de emboquillada, penales y goles “olímpicos” y las trincheras por barreras humanas, pero la noción subyacente es siempre la misma: Se trata de otro país, de gente distinta, con otro aspecto, idioma y costumbres, en definitiva, de un enemigo a vencer.
Es exactamente el mismo principio por el cual, en otros planos, se alzan muros fronterizos y se exigen pasaportes, se establecen barreras comerciales y aranceles, y por el cual se habla de balanza comercial solamente cuando los bienes pasan a través de una aduana y no cuando cruzan de vereda en un mismo barrio.
¿Pero resulta válido el argumento de que al tener supuestamente cada región sus estilos y características propias de juego, cabe entonces emplear la metáfora del país como jugador?  ¿A qué estilo nacional se refieren?
En Qatar 2022, poco más de un tercio de las selecciones serán dirigidas por extranjeros. De los 32 países participantes en el certamen, 11 equipos nacionales (34 %) cuentan con técnicos de otro origen.
México y Ecuador tienen técnicos argentinos (Gerardo Martino y Gustavo Alfaro); los equipos de Bélgica y del anfitrión Qatar serán dirigidos por españoles (Roberto Martínez y Félix Sánchez Bas); Arabia Saudita y Marruecos por franceses (Hervé Renard y Walid Regragui); Canadá por un inglés (John Herdman); Croacia por un bosnio (Zlatko Dalić); Corea del Sur e Irán por dos lusitanos (Paulo Bento y Carlos Queiroz) y finalmente, quien dará las indicaciones en Costa Rica será un colombiano (Luis Fernando Suárez).
Qué será más relevante en el momento en que cada uno de ellos deba impartir sus directivas, ¿el lugar de residencia actual o el que consta en su certificado de nacimiento?
Por otra parte, de los 831 jugadores participantes, el grueso de los oriundos de las regiones en desarrollo se encuentra disperso por el mundo, principalmente contratados por equipos europeos. Así es que, en el Mundial de la FIFA de este año, estarán representadas un total de 42 ligas nacionales, destacándose la inglesa que aporta 164 jugadores, seguida por las de España y Alemania con 87 y 81 deportistas respectivamente. Un gran porcentaje de los futbolistas juega en una liga diferente a la de su país, y hay casos como el del plantel de Argentina con tan solo un jugador de su liga local.
Muchos chovinistas se decepcionarán también al ver que los antepasados de algunos participantes no guardan una estrecha relación histórica y “tradicional” con los colores que éstos representarán durante el certamen. Un apellido como Fernandes, por caso, no parecería ser compartido por muchos en la tierra de los chocolates y los relojes cucú y no obstante corresponde a un integrante del plantel de Suiza, así como a un tal Jamal Musiala muchos no se lo imaginarían pateando a favor de Alemania. Yunus Musah, Giovanni Reyna y Luca De la Torre, tampoco suenan a pasajeros que arribaron al Cabo Cod abordo del Mayflower en 1620, y sin embargo corresponden a integrantes del plantel estadounidense.
Tenemos también el caso de aquellos jugadores que nacieron en un país pero que terminan jugando en otro diferente, no siendo poco frecuentes las nacionalizaciones apresuradas antes de algún torneo de esta envergadura. En Qatar serán 137 los futbolistas que jugarán para otro país distinto de aquel en el que vinieron al mundo. Por ejemplo, Raheem Sterlin defenderá para Inglaterra, pero el jugador del Chelsea es de Kingston, Jamaica. Youssoufa Moukoko nacido en Yaoundé, Camerún es integrante del plantel de Alemania y la estrella de Croacia, Mateo Kovacic, es de Linz, Austria. En Sudamérica por su parte, encontramos en el arco 'charrúa' a Fernando Muslera que no es uruguayo sino de la otra orilla pues nació en Buenos Aires, Argentina y a Rogelio Funes Mori, oriundo de Mendoza pero que juega con la casaca mexicana.
En alguna ocasión he atestiguado personalmente la angustia de aquel inmigrante que, frente al televisor, en ocasión de enfrentarse el conjunto de su país de origen con el de su tierra adoptiva, sentía que la circunstancia de alentar a viva voz frente a familiares, amigos y vecinos a uno u otro equipo se asemejaba a tomar las armas a favor de uno de ellos durante una conflagración y a un acto equivalente a la más abierta traición.
No han sido ajenos a este fervor patriotero los gobiernos que, cuan si se tratasen de brigadas de mercenarios, en ocasiones ofrecen suculentos premios y prebendas a los integrantes de su conjunto nacional para motivarlos a lograr algún progreso deportivo. Esto para no mencionar el uso y la manipulación que políticos inescrupulosos de distintos países suelen hacer frente a esta clase de eventos a efectos de procurar que su inoperancia y corrupción queden tras la neblina de algún logro futbolístico.
Así como un mundo libre de trabas al comercio y de distorsiones cambiarias artificiales, tendería a tener un solo precio para un mismo producto, con el paso del tiempo el mercado del fútbol se ha ido nivelando espontánea y libremente y las diferencias en la manera de entrenarse y jugar se han ido desdibujando hasta volverse casi imperceptibles. Hoy día, desmenuzar la conformación de cualquier cuadro al azar se asemeja a la apertura de un teléfono celular para analizar sus partes. Veremos que hay decenas de componentes con orígenes diversos y que el acto de estipular un “Hecho en…” constituye toda una arbitrariedad.
Es de esperar que algún día este magnífico deporte, deje de tener otras connotaciones que van más allá de un espectáculo en el que 11 profesionales excelentemente remunerados se enfrentan contra otros tantos durante noventa minutos sobre una verdosa superficie. Que los mismos no sean escogidos por compartir ese mero accidente que implica la nacionalidad, sino en función de otros parámetros y que las parcialidades comprendan que nada demasiado relevante está en juego. Entonces, la racionalidad habrá dejado de perder por goleada.
Por ahora, simplemente, ¡que gane el mejor!
Gabriel Gasave es Investigador Asociado del Centro Para la Prosperidad Global en el Independent Institute y Director de ElIndependent.org.

 

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