Todos los gobernantes mundiales son Cristina
Dardo Gasparré
Economista.


Seguramente los lectores preferirían que en este espacio se analizara la bailanta-arenga del jueves protagonizada por la señora Fernández; la columna no desea comentar el acto para no repetir conceptos vertidos en este espacio reiteradamente, y porque a esta altura los actos psiquiátricos y de impunidad de la vicepresidente en ejercicio de la oposición pertenecen más bien al ámbito médico y al ámbito judicial, dos disciplinas en las que el autor no se siente preparado para incursionar idóneamente.
Sólo se hará mención de un punto (no es que se trate del único dislate y del único relato del reality) para mostrar a qué nivel ha descendido la política y qué nivel se ha deseducado, comprado, coimeado, fanatizado o embaucado a las masas en el medio local. La empresaria hotelera, defendiendo la cueva de contrabandistas y delincuentes en que se ha transformado Aerolíneas Argentinas, sostuvo que, al calcular su desaforada pérdida, -que paga usted, lectora– habría que agregar del lado del haber la ganancia de los hoteles, los restaurantes y quienes viven del turismo. Como seguramente han concluido los lectores, la actividad turística no cae si desaparece Aerolíneas. Al contrario, aumenta, porque las zonas de atracción tendrán muchos más vuelos, más baratos que el transporte terrestre inclusive, como ocurre en todo el mundo. Hasta los aeropuertos ganarán más, siempre que no los sabotee algún sindicato, por supuesto. Así fue el nivel técnico-argumental de toda la charla. Punto final. 
Dejando de lado el previsible sainete, tiene más sentido centrarse en las medidas políticas y socioeconómicas aplicadas por este gobierno y por los otros dos gobiernos anteriores de la viuda de Kirchner, que no fueron revertidas contundentemente en el interregno macrista, o no se logró hacerlo de modo duradero por razones diversas. Son esas medidas, no el estilo ni el desagrado producido por la jefa del peronismo, ni su personalidad, ni su hibris, ni su trastorno de disociación las que han llevado al país donde está, tal vez postrado de por vida.
Esa tesitura es la que debería tomarse en cuenta para analizar el futuro de muchos otros países, que -inspirados en el Reseteo, la Agenda 2030, o simplemente por cobardía política, incompetencia o populismo berreta (habría que ver cómo se dice esto en inglés) toman o planean tomar las mismas medidas que se vienen tomando en el medio local esperando que, por algún milagro infuso los resultados sean distintos. Aquí habría que recordar las críticas de la escuela austríaca, en especial de von Mises, a las medidas mundiales de posguerra, que siguieron un camino totalmente opuesto al que había que seguir, creando una recesión mundial de una década y muchos muertos y pobres, que por supuesto se atribuyeron luego a otras razones disparatadas.  
Para esos países, en especial los más cercanos geográficamente, es más cómodo acusar al peronismo, al populismo o a Cristina Fernández por su impericia, ideología o corrupción por las consecuencias, cuando en realidad lo que debería hacerse es evitar copiar sus medidas, que tendrán un desenlace igualmente nefasto e inevitable para quienquiera que las aplicase. 
EL FLAGELO DE LA INFLACION
Se puede comenzar por la inflación. Si cualquier país emite dinero en exceso, (hay reglas bastante precisas sobre la técnica de emisión) tarde o temprano, en la medida que se vaya excediendo la capacidad instalada, se producirá un efecto inflacionario. Ese efecto puede generar muy temporariamente un aumento del empleo o del salario, pero ambas resultantes retroceden al poco tiempo y curiosamente, requieren una inflación adicional y creciente para sostenerse. Ese proceso ahuyenta la inversión, el crecimiento y el empleo. Eso es lo que ha hecho Argentina, y esas consecuencias son las que está sufriendo. Cristina lo llama “platita en los bolsillos de la gente”, pero eso es anecdótico. Todos los que han encarado un fuerte proceso de gasto y emisión desenfrenada, como alegremente sugirió el FMI y la secretaria del Tesoro Janet Yellen, tendrán el mismo problema argentino, o ya lo tienen. Considerar la inflación un fenómeno meteorológico, ruso o árabe, como creen Biden y Lagarde, es curanderismo. Las consecuencias serán las que todos conocen, que se perciben en cualquier chino. Vale para el dólar también. Y cualquier control de precios es como querer parar la lluvia. 

Si en cambio o además se pretende bajar el déficit con impuestos, sea a la producción, a las grandes empresas o a los particulares, como creen o intentan muchos, como el Reino Unido versión Sunak, el efecto será la baja del consumo de alto valor agregado, la pérdida de inversión y la consiguiente reducción de empleo. Que luego se atribuyan esas resultantes a los astros o a cualquier otra cosa es, simplemente, relato político.  Los nuevos impuestos aplicados al ahorro y al patrimonio en Argentina causaron una estampida inmediata de inversiones y capitales. Querer combatir los efectos inflacionarios con más impuestos, o equilibrar el déficit con el mismo recurso, puede que satisfaga ideologías y envidias, pero demora muchísimo más la solución del problema. Se dirá, como sostienen algunos teóricos pagos, que si todo el mundo hace lo mismo no habrá dónde refugiarse y entonces el capital tarde o temprano invertirá. Se trata de un desconocimiento importante de la acción humana, que acabará volviendo mucho más pobres a las economías en desarrollo y pequeñas. Definitivamente pulverizando el empleo. El ejemplo nacional en este sentido es proyectable mundialmente. Que no se quiera ver, es otra cosa. 
Esta pérdida del empleo motivada por la persecución y confiscación fiscal, unida a la irrupción de la tecnología y la robótica, (una forma y función del Capital) que ha reducido al mínimo la importancia del trabajo, a menos que los individuos se reinventen y reciclen vía alguna clase de educación o a su inventiva personal, da pie al avance del sindicalismo, que toma la idea de la Renta Básica Universal, el aborto ideológico por el que aboga Thomas Piketty, un economista mercenario, ahora miembro de una orga, la ICRICT junto con Martín Guzmán y el multitasking Joseph Stiglitz, que bregan por un sistema impositivo mundial sobre el ahorro privado, prescindiendo completamente de, y aun negando, el efecto deletéreo y hasta delictivo de semejante pretensión. De nuevo hay que tomar el ejemplo que con generosidad ofrece Argentina, que transformó su sistema laboral en un negocio de piqueteros (sin alusión a Piketty), que termina mostrando solamente 6 millones de aportantes al sistema previsional, y el resto del país viviendo del Estado. 
Justamente esa sociedad entre el gobierno y los sindicatos prebendarios, los Moyano de la vida, se reproduce en muchas de las frases, las luchas y las acciones de los homólogos mundiales. El sindicalismo ha virado hacia colgarse del sistema de gasto público e impuestos que se le extraen a la sociedad. Eso ocurre en Europa, en Estados Unidos, en la Patria Grande, en todas las puebladas y asonadas, y son una copia de lo ocurrido localmente, con todas sus consecuencias, y con su efecto final de eliminación del empleo. Ya no se discute la plusvalía.  Se discute la obligación de la sociedad a mantener a los trabajadores que no trabajan, ni quieren trabajar. Hasta Marx se asquearía con la idea. La central sindical trotskista de Uruguay, por ejemplo, que está desesperada por copiar a la CGT, acaba de decir oficialmente que la riqueza "debería contribuir de una mejor manera a la pública felicidad”. ¿Hace falta ser una pitonisa para adivinar el futuro mundial?  
No muy distinto es lo que piensan los sindicatos británicos, los estadounidenses, definitivamente los europeos, que están dispuestos a oponerse en la calle y por sistema a cualquier intento de racionalidad. Y los gobiernos están decididos a complacerlos. ¿Hay alguna duda de que el futuro de todos esos países es igual a la actualidad argenta? 
CAMPEONES MORALES
Campeones morales del facilismo y del populismo. Ese logro de campeón moral, que le fue negado tantas veces al país, desde Luis Ángel Firpo en adelante, finalmente es otorgable por unanimidad e inapelablemente. Pero no es mérito de Cristina. Es resultado de las medidas que se tomaron y toman. Y con lo que quieren las mayorías, no confundirse. Puede verse así en cada paso de pato que se da en la economía: el control-cepo cambiario, la sustitución de importaciones, “make América big again”, la certificación proteccionista europea; el Reseteo se parece cada vez más a lo que tanto se desprecia y hasta se ridiculiza del mercado externo nacional. Proteccionismo, amiguismo, prebendarismo, ineficiencia, falta de competencia, fin de los tratados de libre comercio, escasez, hambre en muchos lugares. Repartija de bienes ajenos. Hasta que dure. 
Después, ¿qué importa? En 3 o 4 años se culpará a quién sabe qué guerra, a qué pandemia a qué meteorito, a qué fin del mundo. No hay diferencia entre la corrupción política argentina y la corrupción política en el mundo escondida detrás de las grandilocuentes promesas de salvar a la humanidad, cambiar la alimentación por gusanos, cobrar impuestos por cabeza de ganado o a la ganancia inesperada, a las eléctricas ¿a las industrias bélicas?, no, claro. Y no parará hasta el sistema impositivo universal y Renta Universal gratuita, global única. Si a alguien le suena dictatorial es que también el modelo nacional puede ser proyectable a la humanidad.
El símil no se agota en lo económico. También se liberan presos en todos lados. O se morigera hasta el ridículo la tipificación de delitos como en España, acción digna de algún Zaffaroni catalán o vasco, tal vez. La violencia es no sólo tolerada, sino casi fomentada en muchos países de América Latina. La droga también. Se puede pasar al capítulo de los ministerios, secretarías, observatorios, nacionales e internacionales que se ocupan de garantizar derechos que se van inventando a diario. Además de ser estructuras carísimas, siempre coartan la libertad, tanto personal como de pensamiento y expresión. Siempre son burocráticos, superfluos, tiránicos y caros. ¿Si no está Cristina todo cambia? Es cuestión de repasar el mundo para comprender que el país simplemente se ha anticipado. Como con el colectivo, el gol olímpico, la Gillete, el dulce de leche y las impresiones digitales. 
SE VIENEN CATASTROFES
La relación áurea (o férrea) insostenible entre los que trabajan y los que limosnean del Estado, entre los que reciben dádivas y los que producen, entre los que pagan impuestos y los que se llevan los grandes sueldos, otra marca registrada nacional, está peligrosamente cerca de ser igualada globalmente. También las catástrofes: el desempleo, la miseria y las hambrunas que eso conllevará. 
Cuando en el medio local se habla de las grandes novelas distópicas de la historia, desde Atlas Shrugged a 1984, desde Huxley a Wells o a Farenheit 451 no se llega a sorprender a nadie. Lo que allí se cuenta hoy es la normalidad. También está pasando globalmente. Será peor. ¿No es acaso Netflix una reedición de Farenheit 451 con otro formato más alevoso y grave? ¿Cuál es la diferencia entre las cancelaciones y la dramática distopía de Bradbury? ¿Acaso no se están quemando todos los libros, como se queman las escuelas que no enseñan sino adoctrinan? 
Como von Mises a la salida de la Segunda Guerra, no es difícil predecir, y acertar, que el Gran Reseteo culmina en un Índice de Gini cero: la pobreza universal perfecta, la equidad final. Y en pocos años. Porque todo lo que se está haciendo desemboca sin remedio en ese final. Que no será de felicidad como dice Francisco.  No demasiado diferente a lo que ocurre hoy mismo en Argentina, el país triste. Es cierto que no todo es copiable. Nosotros, como diría el barrabrava, nosotros tenemos a Cristina Kirchner. Eso es imposible de igualar. Pero no confundirse. El problema no es ella. El problema son las medidas. Y la sociedad. Porque esta columna no cree que los argentinos estén dispuestos a cambiar en serio ninguna de las causas que han traído al país hasta aquí. Para ser justos, el mundo tampoco. ¡Todo nos copian! ¡Todo!


Publicado en La Prensa.

 

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