La economía estadounidense y el fracaso del pensamiento keynesiano
Alvaro Vargas Llosa
Director del Center for Global Prosperity, Independent Institute. Miembro del Consejo Internacional de Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Tenemos datos suficientes, incluidas las cifras de noviembre, para concluir que la economía estadounidense continúa estancada, que la inflación de precios dista mucho de estar bajo control y, lo que es más significativo, que las políticas keynesianas no producen los efectos que sus promotores creen.
Ajustadas por inflación, las ventas minoristas de noviembre han descendido un 2% en comparación con las de hace un año. Desde marzo de 2021, las ventas en tiendas de electrónica y electrodomésticos se han reducido un 21,5 por ciento, y varios puertos del país han visto caer significativamente sus cargas de bienes importados; el de Los Ángeles ha disminuido un 24 por ciento en comparación con noviembre del año pasado.
Los políticos del gobierno se han estado jactando de una sólida recuperación desde la pandemia. En muchos casos, la actividad económica ha vuelto a los niveles prepandémicos tras un repunte debido al fin de los confinamientos y a los billones de dólares de dinero de estímulo que distorsionaron temporalmente los patrones de consumo (un repunte que, a su vez, siguió a la caída precipitada producida por las cuarentenas).
De marzo de 2021 a noviembre de 2022, el comercio electrónico, que había experimentado un repunte importante antes de esa fecha cuando la gente dejó de acudir a las tiendas y tuvo que efectuar sus pedidos por Internet, cayó un 1,7%. Desde marzo de 2021, las ventas de muebles y artículos de decoración han bajado un 13% tras dispararse casi un 200% el año anterior por las razones que acabamos de mencionar. Por su parte, la producción industrial está más o menos donde se encontraba en 2018.
La idea keynesiana, adoptada por el gobierno de Estados Unidos y muchos otros países, de que estimulando artificialmente el consumo en tiempos difíciles se espolea la actividad económica en general de manera sostenida ha demostrado ser falaz una vez más. Donald Trump y Joe Biden estimularon la economía con una suma combinada de 6 billones de dólares. El resultado, salvo por un breve y excepcional periodo de recuperación, es que la economía ha dejado de evidenciar robustez. La apertura del sector de la gastronomía combinada con el estímulo derramado sobre los consumidores ha dado obviamente cierto impulso a esta industria en particular (ha crecido alrededor del 5 por ciento), pero ¿dónde está el efecto sobre el resto de la economía?
Los que sostenían que la inflación actual se debía al dinamismo de la recuperación pospandémica tienen un problema. ¿Cómo explican el proceso inflacionario en curso a la vista de las estadísticas mencionadas?
La inflación sigue haciéndose sentir en todo Estados Unidos, aunque algunos políticos señalen índices como el deflactor PCE* para insistir en que ha bajado al 4,8 por ciento. Los artículos esenciales que afectan a la vida de la gente corriente están excluidos de este índice, incluidas las ventas en supermercados (un 12% más interanual) y la energía (un 13% más). Lo más probable es que la inflación tenga que ver con el gasto fiscal masivo y la impresión de dinero. Como señalaba David Stockman en una reciente gacetilla, antes del fin del patrón oro, la relación entre la deuda total (incluida la deuda pública y la privada) y el producto bruto interno era de aproximadamente 1,5, y con más de 90 billones de dólares, es en la actualidad de 3,6.
Lo peor de todo es que, a pesar de los esfuerzos de la Reserva Federal por contener y, con suerte, revertir el aluvión monetario de los últimos años, el gasto fiscal sigue estando totalmente desfasado con respecto a los ingresos públicos, lo que significa más presión inflacionaria en alguna instancia futura. En noviembre, los ingresos fiscales ascendieron a 252.000 millones de dólares, pero el gasto se duplicó.
Ciertamente no parece que la brillante recuperación económica pregonada por los políticos desde la pandemia se haya traducido en un aumento de los ingresos públicos. Mientras tanto, no se ha hecho ningún esfuerzo para frenar el gasto, una de las principales causas de la inflación.
Nota del Traductor:
*Sigla en inglés para Gastos de Consumo Personal.
Las cifras consignadas como miles de millones y como billones en español, corresponden respectivamente a billones y trillones en inglés.
Traducido por Gabriel Gasave
El original en inglés puede verse aquí.
Álvaro Vargas Llosa es Académico Asociado Senior del Centro Para la Prosperidad Global del Independent Institute. Sus libros del Independent incluyen Global CrossingsLiberty for Latin America y  The Che Guevara Myth.
 

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