Del renunciamiento a la proscripción y del desacato a la obediencia
Diego Dillenberger
Director de la revista Imagen y conductor de La Hora de Maquiavelo.


Del “no voy a ser candidata a nada” al “me proscriben, como a Perón” hay una gran distancia: exactamente 15 días. Menor es el trayecto entre el “no voy a cumplir el fallo de la Corte” para restituir la coparticipación que el gobierno nacional le quitó a la ciudad de Buenos Aires para dársela al gobernador bonaerense Axel Kicillof al “voy a cumplir, pero poquito”: apenas siete días.
Ese tiempo bastó para estropear las pocas posibilidades que le quedaban al gobierno para surfear la ola del espíritu de alegría que embargaba a la sociedad por el triunfo de la Scaloneta en Qatar. Alberto Fernández bajó de golpe a los argentinos a Tierra con su amenaza de provocar una gravísima crisis institucional sin precedentes en la democracia argentina. Finalmente dijo que le pagaría a la ciudad con algún bono, y ante el reclamo del gobierno porteño, terminó de girar 180 grados anunciando que inventaría nuevos impuestos para poder pagar.
¿Se pueden entender las desconcertantes idas y vueltas discursivas del Presidente y la “mujer fuerte” de la Argentina, Cristina Kirchner, con análisis político tradicional o hace falta un abordaje psicológico?

Alberto Fernández, profesor de Derecho

Hay que recordar que al Presidente, su exvocero y confidente Juan Pablo Biondi le había organizado un arranque de mandato a toda orquesta como “profesor de Derecho de la UBA”. Muchos se preguntaron tres años atrás por qué en sus primeras horas de mandato, con los terribles problemas económicos con los que arrancaba su gestión, Alberto Fernández dedicaba tiempo y esfuerzo a dar una clase de derecho penal. Eso sí: la cátedra del profesor Fernández fue debidamente grabada y fotografiada para la TV y los diarios.
Pero el “Show del Profe” tenía un sentido estratégico. La función primordial del mandato de Alberto Fernández era cumplir con la misión que le encomendó Cristina Kirchner, su “vice”, para ungirlo Presidente: lograr todo tipo de reformas judiciales para que la jefa del peronismo no tuviera más inconvenientes con la Justicia.

Del renunciamiento a la proscripción y del desacato a la obediencia
Hoy Biondi se debe estar agarrando la cabeza viendo cómo su exjefe le arruinó en un día el posicionamiento simbólico y mediático del “Profe Alberto”.
Cuando Fernández anunció alegremente que no cumpliría con la medida cautelar dictada por la Corte Suprema para que empezara a pagarle a la Ciudad por lo menos parte de lo que le quitó en 2020, ¿no reflexionó antes, cuando lo fueron a ver algunos gobernadores peronistas -a pedido de Cristina- para proponerle que desobedeciera a la Corte Suprema?
Si bien el “Show del Profe’' se refería a una suplencia en una materia de Derecho Penal, ya en la escuela secundaria los alumnos aprenden que cometer desacato ante un fallo de la Corte Suprema es un grave delito de sedición que puede ser penado con prisión.
Pero a la cárcel terminaría yendo el Presidente y no los gobernadores que viajaron a Buenos Aires para instigarlo a que cometiera el delito. Los popes provinciales no tenían nada que perder: el que estampaba la firma en el incumplimiento debía ser el Presidente. La Corte no les tocaba ni un centavo de su cuantiosa coparticipación a los gobernadores. El único que eventualmente perdería sería Kicillof, el “niño mimado” de Cristina Kirchner.

El rol de Sergio Massa y el “renunciamiento” de Cristina Kirchner

El ministro de Economía, Sergio Massa, también es abogado. Recién Fernández entendió que se estaba metiendo en un brete cuando el jefe del Palacio de Hacienda le avisó que no contaran con él para esa fechoría judicial ya que era el tigrense quien debía girar los fondos y se haría cómplice y partícipe necesario de la maniobra.
Un comportamiento igualmente desconcertante tuvo la vicepresidenta cuando anunció, primero, que no iba a ser “candidata a nada” en una furiosa diatriba después de escuchar su sentencia a seis años de cárcel e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. En ese discurso, remarcó: “No voy a estar en ninguna boleta electoral”. La abogada Cristina Kirchner sabe que su sentencia no está firme hasta que no la confirme la Corte Suprema.
Los medios y los analistas políticos interpretaron su renuncia -textualmente- como un “renunciamiento”.
No había ni hay hoy otro análisis semántico posible: si la jefa del peronismo, que supuestamente es abogada y sabe que su inhabilitación no está firme, dice que no va a estar en ninguna boleta, dijo eso y punto. Y lo dijo en un video grabado por ella misma. No fue un “lapsus linguae” en vivo.
Sin embargo, dos semanas después, hablando en un acto en el municipio kirchnerista de Avellaneda para inaugurar el Polideportivo Diego Armando Maradona, se desdijo y acusó a los medios de haberla malinterpretado con malicia. Además de dejar en claro que el kirchnerismo es “maradoniano” y no “messista”, en ese acto Cristina dijo que “el único renunciamiento es el de Evita”.
“Nunca renuncié a nada, me proscribieron, como proscribieron al peronismo”, afirmó en referencia a las elecciones a partir de la década del 50 y hasta 1973 en las que, efectivamente, el peronismo no podía participar.
Pero como la condena no está firme porque sus abogados apelaron la sentencia, por el mismo motivo por el que no tiene que ir a prisión aún -y por eso pudo ir al polideportivo maradoniano a dar su discurso- también podría presentarse en 2023 a lo que ella quisiera.
Muchos analistas y algunos líderes peronistas entusiasmados con el giro rotundo de su líder, cambiaron su interpretación de dos semanas atrás: aparentemente Cristina Kirchner ahora sí quiere ser candidata a algo, aunque más no sea para seguir con fueros de arresto.

¿Realmente ahora Cristina Kirchner quiere ser candidata?

Tan poco reflexiva como el abogado Fernández, al que ella misma impulsó a la Presidencia cuando calculó que no le alcanzarían los votos para ganarle a Mauricio Macri, Cristina no reparó en que estaba metiéndose de cabeza en la “Paradoja de Epiménides”.
Se refiere al silogismo bíblico atribuido al filósofo griego de origen cretense que habría dicho en el siglo V antes de Cristo que “todos los cretenses son mentirosos”. Y como Epiménides era cretense, surgía la paradoja: ¿será cierto, entonces, que los cretenses son mentirosos?
Si Cristina Kirchner finalmente cambiaba de idea y contradecía su iracunda promesa de 15 días atrás de que “no voy a ser candidata a nada y no voy a estar en 2023 en ninguna boleta”, ¿no estaría demostrando ella misma que no está proscripta, si al final se presenta a algún cargo?
El mareo estratégico de Cristina contagió a los propios analistas políticos que van viendo que necesitan criterios de psicología para entender a los líderes del peronismo: renuncian, pero no renuncian; desacatan a la Corte Suprema o la obedecen, pero solo un poquito. Un mareo.
Un sondeo de la revista Imagen a un panel de 49 encuestadores y analistas políticos arrojó que la mitad cree que, al desdecirse de su renuncia, Cristina Kirchner reabre la posibilidad de presentarse en las elecciones de 2023 a algún cargo electivo. Pero, al mismo tiempo, dos tercios de esos consultores y analistas políticos creen que ella finalmente no se presentará.

No es tanta la contradicción

Para el historiador y politólogo Sergio Berensztein, solo se puede entender el giro de 180 grados de la vicepresidenta en tan pocos días analizando que “se asustó al notar que los gobernadores y sindicalistas ya empezaban a hablar entre ellos para organizar un esquema electoral propio y arreglarse sin ella para las elecciones de 2023″.
¿Cristina realmente esperaba otra cosa del peronismo? Su “renunciamiento” habría sido un tanto precoz y poco reflexivo.
No presentarse implicaba perder más aceleradamente lo que le quedaba de poder en el peronismo para, aunque sea, poder usar su todopoderoso dedo para seleccionar a un posible sucesor y meter en las listas peronistas a la mayor cantidad posible de militantes de La Cámpora y otros amigos.
El consultor Carlos Fara recuerda que Cristina podría volver al llano, como en 2015, “aunque esta vez su situación procesal es mucho más compleja que entonces como para prescindir de los fueros”. Fara también recuerda que en 2019 no mostró las cartas -o la carta de ir como vicepresidenta de Alberto Fernández- hasta el último round, a escasos tres meses de las PASO.
Pero la vicepresidenta, ya antes de escuchar su sentencia a seis años de prisión, dio una pista de que es muy poco probable que al final se presente como candidata a presidenta o “vice”: “Yo elegí la historia, y a mí me absolvió la historia”, dijo en su alegato acusando al TOF2 de “tribunal del lawfare”. Esa “absolución de la historia’', en su visión de las cosas, se produjo en el formato de las dos elecciones presidenciales que ganó, en 2007 y 2011, más la elección a vicepresidenta de 2019.
Cristina Kirchner lee las mismas encuestas que leemos todos y sabe que, si ella define que es el pueblo con su voto el que la absuelve -o la condena- si se presentara nuevamente en 2023, probablemente recibiría una condena “de la historia” mucho más severa que la del Tribunal Oral Federal.
La última encuesta de D’Alessio IROL Berenzstein indicaba que apenas un 10 por ciento del electorado se sentía sin representación y desorientado tras el inicial “renunciamiento” de Cristina. Otro potencial 20 por ciento dijo que podría votar a cualquier otro candidato del peronismo: demasiado poco como para ser absuelta por la historia.

Publicado en TN.




 

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