Lo que hace posible a los “Fernández”
Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


La rarísima habilidad que el peronismo en general y Alberto Fernández en particular tienen para deshacerse de las culpas por lo que ocurre y para cargar por las responsabilidades de eso a cualquier otro menos a ellos mismos, es francamente notable.
Es más, ni siquiera acusan recibo y se retractan cuando pasa el tiempo y una andanada de evidencias les fue expuesta para demostrar claramente que la culpa es exclusivamente de ellos. Eso jamás. Insisten sobre lo mismo como si nadie les hubiera dicho nada.
Hace ya tiempo, el presidente se levantó un día con la creencia de haber descubierto una tesis económica jamás desarrollada en el país y que era lo suficientemente útil -una vez más- como para eximir de responsabilidades a su partido y a él mismo por uno de los problemas más graves con los que debe lidiar el hombre común: la inflación.
Aquella mañana Fernández -un viejo versero del peronismo que siempre está dispuesto a sacar conejos de la galera para deshacerse de lo que no son otra cosa que las consecuencias de sus burradas- dijo, con un aire doctoral como si estuviera revelando algo que a nadie se le había ocurrido, que la inflación en la Argentina era un fenómeno “autoconstruido”, como dando a entender que, de la nada y como consecuencia de una rara variante del masoquismo, los argentinos eligen vivir bajo este flagelo simplemente porque sí.
Obviamente recibió una avalancha de pruebas que demostraban claramente que lo que estaba diciendo no solo era una soberana estupidez técnica sino que eran las acciones de su propio gobierno y la intrínseca mala praxis de sus ideas lo que hacía que el que país fuera una auténtica excepción en el mundo, porque sólo un puñado de cinco o seis naciones seguían hoy, en pleno siglo XXI, padeciendo ese problema.
Ayer, en una entrevista que le concedió al medio brasileño Band Jornalismo, volvió con la misma cantinela y dijo que gran parte de la inflación “es autoconstruida”, es decir, que “está en la cabeza de la gente”. En el mismo diálogo se quejó por la “fascinación de los argentinos por el dólar”.
En el razonamiento de Fernández, él y su pésimo gobierno (el peor de la historia por lejos) no tienen nada que ver en este completo desmadre sino que es “la gente” la responsable del problema. Es también “la gente” la que, disponiendo de un medio apto para transar, ahorrar y comprar como el peso argentino, sin que exista ninguna explicación, se siente fascinada por el dólar y recurre a él desdeñando la moneda nacional.
La verdad es que uno se pregunta en cuál de los anillos de Saturno vive el presidente. Desde que llegó al gobierno en 2003, el kirchnerismo multiplicó por dos el tamaño del Estado (el peso de las cuentas públicas respecto del PIB en 2003 era del 23%, hoy es del 48%).
Destruyó por completo el orden de la Convertibilidad (que había reducido a cero la inflación durante 10 años); multiplicó el gasto público a niveles siderales; llenó de regulaciones, prohibiciones y restricciones de toda naturaleza a la economía (lo que causó notorias dificultades a los generadores de oferta de bienes y servicios con la consecuente restricción frente a una demanda que, encima, era estimulada artificialmente por anabólicos financiados con emisión); cerró el comercio y la competencia internacional; creó bolsones de militantes a cargo del presupuesto público llevando la dotación de empleados públicos consolidados en todo el país a más de 12 millones de agentes (cuando la fuerza de trabajo activa en el sector privado no llega a 8 millones de personas); multiplicó casi por dos la base de jubilados estatizando las AFJP y concediendo beneficios a personas sin aportes; aumentó la presión tributaria a niveles directamente risibles por lo ridículos (la Argentina tiene más de 165 impuestos), y, como ahogó todas las variantes genuinas de financiación para semejante monstruo de gasto, comenzó una desenfrenada emisión que duplica por año la base monetaria completa.
Frente a todo este manual ideal de cómo generar inflación, el impresentable presidente que solo un país como la Argentina se puede dar el lujo de tener, se permite decir que la inflación es culpa de la cabeza de la gente y de su inexplicable fascinación por el dólar.
Frente a esto uno se pregunta cuándo fue que los argentinos empezaron a preferir voluntariamente lo peor para, con su voto, hacerlo llegar al gobierno.
Porque allí sí que hay una responsabilidad de la gente. Si bien ésta no tiene nada que ver con la inflación (que es un fenómeno económico de exclusiva creación estatal) sí tiene responsabilidad por sentar en los sillones del Estado a verdaderos burros que, además de no tener la menor idea sobre cómo funcionan los fundamentos más primarios de la economía, encima culpan a los ciudadanos de lo que no son otra cosa que las consecuencias de sus propias ignorancias.
Y no solo eso, sino que, incluso, cuando una andanada de demostraciones de toda clase le son tiradas literalmente por la cabeza al presidente para que cese con su inveterada costumbre de propagar sandeces, él insiste con lo mismo como si todo lo que se le dijo no hubiera servido para nada.
Aquel dicho que afirma que es preferible quedarse callado y pasar por tonto antes que abrir la boca y remover toda duda, le es aplicable a Fernández poco menos que todos los santos días.
Aun cuando, pensándolo bien, el mote de “tonto” es en realidad un regalo para Fernández, una forma de reducir a un nivel inocente de la maldad lo que en realidad es el presidente: Fernández es un impresentable cínico; un personaje para con el que no habría que tener ninguna misericordia. Ni siquiera aquella que supone considerarlo un “tonto”. El presidente no es un tonto que ignora el daño que provoca: provoca el daño aun a sabiendas de que lo provoca. Si su conducta no estuviera amparada por la no judicialización que protege las decisiones políticas podría hablarse tranquilamente de dolo en los términos del Código Penal.
Pero remover a los impresentables del gobierno que generan las peores condiciones de vida para el pueblo al que luego imputan lo que no son otra cosa que las responsabilidades de ellos, es una tarea que recae sobre el voto inteligente de los argentinos.
Mientras esa decisión personal que consiste en levantarse el día de las votaciones y dirigirse a tomar un pedazo de papel para introducirlo en una urna esté gobernada no por el raciocinio sino por impulsos bajos que responden a envidias, recelos y resentimientos que vienen desde el fondo de los tiempos, esto no tendrá solución y el propio sistema generado por ese voto permitirá que personajes como Fernández no solo sigan sometiendo a millones de la miseria de la inflación sino que, encima, los culpen por la existencia del problema.

Publicado en The Post.



 

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