Adam Smith y la pobreza

Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
En el libro “La Riqueza de las Naciones”, Adam Smith creó una economía política que
hacia depender la riqueza y el bienestar de la gente de una economía industrial
altamente desarrollada, en expansión, y de un sistema de “libertad natural” que se
regulaba a si mismo.
Gertrude
Himmelfarb en su preciado libro “La idea
de la pobreza” se refiere a Adam Smith como genuinamente revolucionario tanto
en su actitud hacia los pobres como en sus ideas sobre la pobreza. Pero no en
el sentido que muchos le dan: la desmoralización de la economía proveniente de
la doctrina del Laissez- faire, como también
la del hombre económico y la de los pobres que se encontraban a merced
de fuerzas que no controlaban, sobre las cuales en la nueva economía política,
nadie tenía control. Esta interpretación de La Riqueza de Las Naciones, nos dice la
autora, es común, pero no justa, porque supone que la idea de Smith de una
economía de mercado carecía de un fin moral, que su concepto de la naturaleza
humana era mecanicista y reduccionista y
que su actitud hacia los pobres era indiferente o insensible. No toma en cuenta que Smith era un filósofo
moral por convicción y profesión, como
profesor de filosofía moral de la Universidad de Glasgow y célebre autor de “La
teoría de los sentimientos morales”.
No era un individualista cruel, como a veces se pretende, por el contrario, una
lectura atenta de su libro sugiere, que
la economía política, como el filósofo
escocés la entendía, formaba parte de un
nuevo tipo de filosofía moral. Smith insistió en que había muchas ocasiones, en que
los intereses del individuo tenían que cederle el lugar a los intereses de los
otros, sin importar ningún cálculo de utilidad: “Un individuo nunca debe
preferirse más que a otro, como para dañarlo y ofenderlo, para beneficiarse,
aunque el beneficio que obtenga sea mucho mayor que el daño o la ofensa al
otro”.
Una de
las principales críticas que hacia al
sistema mercantil era que alentaba a los comerciantes y a los fabricantes a ser
egoístas e hipócritas. Estos ataques a
los intereses privados, señala la
autora, que estaban en conflicto con el
interés general, en especial con los
pobres e indigentes, difícilmente pueden
reconciliarse con la famosa afirmación:” No esperemos nuestra comida de la
bondad del carnicero, del cervecero, o del panadero, sino del fomento de sus
propios intereses”. Pero, el principio del propio interés lo proponía
limitado por ciertas condiciones: que estos no se aprovecharan de los otros,
que respetaran las reglas del mercado libre y que no “conspiraran” “engañaran”
y “oprimieran”.
Nos explica Gertrude, que la mano invisible, desde luego era
invisible, porque el espíritu del sistema
de “la libertad natural” no requería “ninguna mano” ni intervención o
reglamentación para producir el bien general. Sin embargo, la metáfora sirvió para el importante
propósito de recordarle al lector cuál era el fin de ese sistema: el individuo era impulsado
por la mano invisible a “promover un fin que no era parte de su intención” al
buscar su propio interés, frecuentemente, promovía el de la sociedad y más eficazmente que cuando realmente intentaba
originarlo”. Esa metáfora pone el énfasis
de la argumentación en el interés general, sin ella, podía haberse apoyado en el interés del
individuo.
El titulo,
“La Riqueza de las Naciones” no
se refería a la Nación en el sentido mercantilista : nación-estado, cuya riqueza era la medida del poder que podía
ejercer frente a otros estados, sino a
las personas que la integraba. La importancia de la gente aparece pronto en el
libro, cuando examina la división del
trabajo, afirma que la gran “opulencia universal” se difunde por los diferentes sectores de la sociedad: “Lo que mejora
las circunstancias de la mayoría no puede considerarse un inconveniente
para la totalidad…ninguna sociedad puede florecer y ser feliz, si la mayoría de
sus miembros son pobres y miserables.” Pensaba que los trabajadores, como
consumidores, estaban mal retribuidos
por el sistema que promovía los precios altos y combatía las importaciones y, como productores, por un sistema que permitía que los patrones
por medios legales o ilegales mantuvieran bajos los salarios y los precios
elevados. En resumen, los pobres eran las principales víctimas del sistema
existente y serian los principales beneficiarios del sistema “natural”
propuesto por Smith. La condición de los pobres era decisiva para el sistema de
libre mercado, por lo tanto, como productores de los bienes que gozaba el
resto de la sociedad, tenían derecho a
una parte justa de esos bienes.
Su obra
no solo fue un ataque a la
reglamentación gubernamental y un alegato al laissez-faire, era también una crítica
a la teoría prevaleciente de los salarios. Los cuestiona cuando son bajos
ofreciendo una razón para ello; en
oposición a David Hume, quien explicaba que en los años de escasez
cuando eran bajos “los pobres trabajaban
más”, Smith creía que los salarios altos
eran consecuencia de una creciente riqueza y que la división del trabajo era crucial por la
misma razón: contribuía a una mayor productividad y por ello a una economía en expansión, donde la riqueza creciente podía alcanzar a los
estratos más bajos de la sociedad. Estaba convencido que el libre comercio aumentaría
la libertad y la riqueza; los salarios altos asegurarían la productividad y el
interés personal del individuo promovería, aunque inconscientemente, el interés público.
Para
Smith, apunta Himmelfarb, como en general para la Ilustración escocesa, la razón no definía a la naturaleza humana
sino los intereses, las pasiones, los sentimientos, las simpatías, cualidades
que compartía toda la gente, sin distinciones. No se necesitaba un déspota
ilustrado para promover esos intereses, ni un legislador del tipo de Bentham,
para lograr que fueran armónicos, solo
se requería liberar a toda la gente para que pudieran actuar a favor de ellos:
con estos actos individualmente motivados, libremente inspirados, el interés
general surgiría sin intervenciones, reglamentos, o coerción.
En cuanto al problema naturaleza- educación, Smith
subrayaba la educación, creía que si las personas eran distintas no
se debía a diferencias innatas sino al diferente desarrollo de las cualidades
comunes, el cual dependía de los hábitos,
la cultura, y la educación. La única cualidad innata que menciona, compartida sin distinciones, es la de “la
propensión a permutar, traficar, e
intercambiar”. Afirmaba que era el común denominador que permitía que todos
participaran en la división del trabajo y que todos se beneficiaran de esa
división. Así también, las diferencias
entre los órdenes sociales eran funcionales y no jerárquicas, los tres órdenes se definían por la
naturaleza de ingresos: rentas, salarios y ganancias y no por la posición en una jerarquía alta,
media o baja, lo importante de los sectores bajos no era su status sino que
recibían sus ingresos en forma de salarios y no de rentas o ganancias. Eran los
más importantes de una empresa económica porque su trabajo era la fuente del
valor.( Recordar que Smith describió el valor de una mercancía en términos del
trabajo requerido para la obtención de
un bien). El trabajo, tal como las rentas y las utilidades, era un “patrimonio”, una forma de propiedad
que tenía derecho a la misma consideración que cualquier otro tipo de
propiedad.
Donde
por momentos le falla esta visión optimista es en el tema de la “alienación” de
la clase trabajadora. La sitúa no en el capitalismo sino en el obrero
industrial: lo reducía a un estado de letargo, estupidez e
ignorancia, a menos que el gobierno hiciera algo para cambiar su situación..
Esta imagen pesimista no condice con la que presenta en la mayor parte de su
obra, donde le asigna al obrero
industrial inteligencia, buen salario, y mejoramiento continuo, compartiendo con los
demás “la opulencia universal” creada
por la división del trabajo.
Al final de su obra plantea como solución, la educación pública: educar por medio de la
lectura, escritura y aritmética; el Estado
debía cobrar una cuota muy modesta, para
que hasta el más pobre pudiera
pagarla, aunque las escuelas no
serian obligatorias, lo seria cierto tipo de instrucción antes de presentarse a
un trabajo o establecer un comercio. En pos de mejorar la condición de los
pobres contradice su doctrina: había predicado en la mayor parte de dos volúmenes contra las reglamentaciones
gubernamentales y luego, propone una
participación del Estado mayor de la que existía en este tema.
Smith
no criticaba a los románticos de esa época que idealizaban el analfabetismo
como parte de una cultura “natural” superior del pueblo. Criticaba, por lo menos implícitamente, a sus contemporáneos
quienes les negaban a los pobres la capacidad y la oportunidad de lograr “ los
valores de la clase media”, a los que creían que ninguna educación podía
civilizarlos, socializarlos y
moralizarlos y a quienes les preocupaba
que el populacho educado se volviera rebelde, exigente, y disconforme.. Cuando pide que se
los eduque para que se conviertan en mejores ciudadanos, en mejores
trabajadores, y en mejores seres humanos,
no desprecia a los pobres,
les atribuye los valores que él tenía en alta estima. Pretendía hacer posible la libertad y hacer de ella una
virtud, lo era para él, era la condición previa para todas las otras virtudes,
deseaba que fuera accesible a la gente común, aun a aquellos entrenados para ocupaciones más
simples. Smith no era partidario - como
se pretende- de un laissez-faire dogmatico
y riguroso, su plan de educación solo es uno de los ejemplos en que se apartaba
del laissez-faire y no involuntariamente.
Lo hizo también, cuando propuso
una ley que limitaba la libertad de los banqueros para hacer billetes o cuando abogó
para que se conservara la ley contra la usura. De igual manera, aunque implícitamente, cuando
apoyó la ley de los pobres y no se opuso a la obligación de ofrecer ayuda a los
que no podían mantenerse.
Adam
Smith, señala la conocida historiadora, no pretendía que la igualdad “formal” de la
ley, ni
la igualdad “natural” de las leyes de la economía política, tuvieran el mismo efecto sobre los pobres que
sobre los ricos, fue por eso que inventó
un sistema estatal de educación específicamente destinado a los pobres y apoyó
las leyes que favorecían a los trabajadores, abogó por una política de salarios
altos y una economía “ progresista”. No
negó el hecho de la desigualdad pero tampoco abandono su supuesto básico: que
los pobres, igual que los ricos, eran agentes morales libres, responsables. Mostró
el mismo espíritu pragmático, y la misma
preocupación por los pobres con respecto a los impuestos: su primer principio fue que debían gravarse “proporcionalmente”
a la capacidad de pago y solo
podía ser gravado “el lujo” y no los artículos “necesarios”. Desaprobó también los reglamentos de los
salarios que en vez de establecer una
tasa mínima, establecían una tasa máxima,
en cambio apoyó la ley que exigía que
los patrones les pagaran a los obreros en efectivo, en vez de hacerlo en
mercancías.
Resumiendo
a la autora, la economía política para
Smith, no era un fin en sí, sino un
medio para lograr un fin y el fin era la riqueza y el bienestar moral y
material de la gente de la que los pobres trabajadores formaban la mayor parte.
Tenían un status moral en esa economía, no el especial que tenían en el orden jerárquico
sino el que los unía como individuos en una sociedad libre en la que compartían
una naturaleza humana común, es decir,
moral. Entre la antigua economía moral y la economía política del filósofo, había un abismo: la primera dependía de un sistema de reglamentaciones
derivados de la equidad, la tradición, la ley, era un sistema que ordenaba los
precios justos, salarios justos, derechos consuetudinarios, leyes corporativas obligaciones paternalistas,
relaciones jerárquicas, todo estaba destinado a lograr un orden orgánico
estructurado, seguro, armonioso. El
sistema de libertad “natural”, en cambio,
se enorgullecía de ser abierto, móvil, cambiante, individualista, con todos los
riesgos pero también con todas las oportunidades asociadas a la libertad.
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