El nacionalismo y el antisemitismo

Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
El Nacionalismo
que ensangrentó a Europa en el siglo XX, sedujo con su mezcla de modernidad y amor por la tradición, no sólo a Europa, sino también a América. En nuestro país llegó
para quedarse, tiñó la realidad con el
tinte fuerte de los colores nacionales. Hugo Wast (Guillermo Martínez Suviría)
quien alcanzó el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública en 1943, en tres de sus libros, mostró el perfil antisemita que caracterizó al
nacionalismo restaurador. También, entre muchos otros, el nacionalista, católico,
presbítero, y doctor en filosofía
y teología, Julio Meinvielle, admirador de la Edad Media, atacó a los judíos
acusándolos de controlar nuestros trigos, carnes e industrias.
Los
hacía responsables de todo lo que no les
gustaba del país, era ejemplo perfecto de lo que Karl Popper llamó “teoría
conspirativa de la sociedad”: al no entender fenómenos complejos sociales se
los atribuía a individuos o grupos poderosos. Muchos de este sector ideológico admiraban
a la Italia fascista y los métodos violentos para imponer el orden social que
anhelaban. Pero veamos las ideas que
expresaba uno de ellos, Bonifacio Lastra, nacionalista,
enemigo acérrimo del capitalismo
al que achacaba la miseria de la clase trabajadora, lo identificaba con los
judíos. Expulsaba todo su odio en un capítulo
de su libro “Bajo el signo nacionalista” publicado en enero de 1944, no entendía
que el lucro y la ganancia son parte de todo intercambio, por ello los
acusaba de ser dueños de la banca internacional, de dominar el préstamo
usurario, la industria y la producción.
Con ese monopolio de la banca, remataba, determinaban toda la economía condicionando la
producción, no a las necesidades de los hombres, sino al
lucro personal. Les atribuía el plan de adueñarse de la riqueza, someter a su
yugo a los gobiernos, corromper las costumbres “con una manera de pensar y de
sentir sensualista, antiheroica y
antiespiritual”, con el fin de lanzar a unas clases sociales contra otras, destruir a las naciones cristianas e implantar
“el imperio universal judío”. Esperaban,
señalaba, “de acuerdo a sus profecías malditas” que llegara su Mesías, el que
reemplazaría a Cristo, al que habían negado y crucificado hacia muchos siglos. Los
acusaba de haber llegado a la Argentina para poner nuestras fuentes de
producción, nuestros transportes, nuestro comercio en manos de los enemigos de
la Cristiandad. Así se expresaba: “extranjeros contaminados y agentes ocultos o manifiestos de la judería -la pronunciación
gangosa señalaba la casta- se encargaron de desparramar la mala semilla”.
En su
libro explica, que desde 1938, año en
que salieron a la calle estudiantes y obreros de la Alianza de la Juventud
Nacionalista, se había perdido el sentido de las voces de derecha e izquierda. El nacionalismo les había arrebatado lo único que justificaba la postura de cada
una de esas fuerzas: a las izquierdas su doctrina de justicia social, “filtrándola
de las sucias contaminaciones judías”, y a las derechas su bandera de
nacionalidad y tradicionalismo, despojando esos conceptos del sentido reaccionario
y antipopular, el cual divorciaba a las
derechas de las masas”.
Consideraba
a los judíos enemigos de la Patria y de los trabajadores, como también
Marx, quien señalaba que una organización de la sociedad
que acabase con las premisas de la usura, y por lo tanto con la posibilidad de ésta,
haría imposible al judío. Ambos no comprendían que la enorme ampliación de los mercados, por lo cual se reconoce al sistema capitalista,
no solo lo hace indetenible, sino que se
desarrolla llevando la oferta a la gente común, de la que vive y se impulsa. Ambos tenían, como sus seguidores, los temibles
prejuicios de Hitler. Los judíos nunca
los tuvieron respecto a la actividad comercial, el interés y el dinero, su religión los consentía. Perseguidos, la única actividad que asumieron, para
sobrevivir, fue el comercio, así es, como llegaron a ser pioneros en el desarrollo
del capitalismo, y en la creación de
estructuras necesarias para su funcionamiento. Por la misma razón ocuparon puestos de banqueros, comerciantes e
industriales. Los primeros capitalistas surgieron de grupos marginales como
eran los judíos, pudieron, de tal modo, convertirse en burgueses, artesanos,
propietarios capitalistas, o
trabajadores libres.
Los
nacionalistas soñaban con un Estado que
no respondiera a los intereses de ninguna clase, un Estado fuerte, un Estado
autoritario, que impusiera esa justicia
social que hasta ese entonces “no había podido implantar ningún Estado
liberal”. El pueblo debía elegir entre el Comunismo o un nuevo orden nacional
social y cristiano, el cual lo iba a
emancipar del Capitalismo internacional, El peor de los sistemas era, para quienes pensaban de la misma forma, la
mal llamada democracia o “gobierno de la clase burguesa-capitalista”.
La
difusión de estas ideas penetró con vigor en la política argentina a partir de
la revolución del 30, desde los hijos de familias patricias, la Iglesia, el
ejército profesionalizado y la intelectualidad tradicionalista y
reaccionaria. Impregnaron el pensamiento
de los militares que llegaron al poder en 1930 y de los que más tarde derrocaron
a Castillo, en 1943. Se vieron también reflejadas, en figuras civiles de
prestigio, quienes se fueron posicionando en una línea histórica que crearon:
Rosas-Yrigoyen-Perón. Los tres se habían destacado en la defensa de “valores argentinos”, al oponerse al influjo de potencias extranjeras. Los
igualaban, sin considerar sus diferencias, idealizando los procesos históricos reales.
Decían defender la democracia pero admiraron a Rosas y más tarde, a Perón,
dos dictadores.
En
realidad es muy difícil explicar el nacionalismo argentino porque hubo muchas
diferencias entre sus miembros, además
de idas y venidas de acuerdo a lo que sucedía en el país. Pero todos
contribuyeron a destruir a la democracia, tanto los que apoyaron ideas
totalitarias, como los que creyeron y
ayudaron a que Perón llegara al poder y a sembrar confusión en las cátedras
universitarias, sobre todo en la
enseñanza de la historia argentina; mediante el revisionismo se igualó la democracia
con la dictadura; se hicieron trizas los valores liberales, base de un sistema
democrático.
La
Justicia social, el distribucionismo, la autarquía, el antiliberalismo, están
ligados al populismo, y también a la jerarquía, al orden autoritario y al
rechazo a lo extranjero. Roba tanto del nacionalismo de derecha como del de
izquierda: un estrecho contacto con la Iglesia, la prédica por la independencia
económica, y el rechazo a los partidos políticos en beneficio de una
representación corporativa que los
sustituye. Estas ideas, como el antisemitismo, desplazaron a aquellas
que nos hubieran llevado a tener un contacto fluido con el mundo democrático;
penetraron en la cultura convencional y
en los medios masivos de comunicación.
La
libertad, que en un sistema democrático
permite luchar contra las regulaciones al comercio, atrae
a los capitales de cualquier procedencia y permite la existencia de una sociedad abierta, fue
cercenada y mancillada en nombre de ideas que defendieron lo autóctono y rechazaron
fervorosamente todo lo que oliera a extranjero, a innovación, y a creatividad..
Últimos 5 Artículos del Autor
.: AtlasTV
.: Suscribite!
