Una campaña en la que sobran candidatos pero faltan líderes
Sergio Crivelli


El anuncio de Mauricio Macri de que no se presentará en las presidenciales fue explicado por la inclemente Elisa Carrio con un sarcasmo: “renuncia porque no le alcanza la nafta para llegar”. Curiosamente de la situación de Cristina Kirchner se podría decir otro tanto: renunció a cualquier candidatura porque se le acabó la tinta para hacer las listas a voluntad. O, como en el caso de Macri, de definir la boleta presidencial, porque las demás importan poco. Hoy ella no puede imponerla como hizo en 2019 con un tweet.
Este agotamiento de ambos liderazgos ha sumido a las coaliciones gobernante y opositora en el caos. En el peronismo florecieron candidatos a la presidencia sin volumen o sin estructura, porque la crisis arrasó con las chances reales del PJ de mantenerse en el poder.
Gobernadores, intendentes y jefes territoriales se refugian en sus distritos porque consideran inviable cualquier campaña nacional con 40% de pobres, más del 100% de inflación, las reservas cayendo a pique y la devaluación a la vuelta de la esquina. En esa situación sólo puede anotarse alguien que tenga poco que perder.
En Juntos por el Cambio la decisión de Macri dejó en carrera sólo a dos precandidatos, Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta.
Jaime Durán Barba está alarmado por el rumbo de la campaña del jefe de gobierno porteño. Los “focus groups” hechos con votantes del alcalde porteño, de Bullrich y de Milei muestran que nadie sabe bien adónde apunta, que su discurso es difuso.
Identifican a Bullrich con la seguridad y a Milei con un drástico ajuste de la política, pero no tienen muy en claro que haría Rodríguez Larreta de llegar al poder. Otro dato destacado: los votantes de Bullrich y Milei son compatibles, lo que no ocurre con los de Rodríguez Larreta, dudosos de votar a la ex ministra de seguridad.
Este universo opositor marcha de todas maneras a reorganizarse en las PASO. Macri y Rodríguez Larreta llegaron a un acuerdo para que CABA siga en manos del PRO, mientras que hay negociaciones avanzadas para ir a una interna pacífica en la provincia de Buenos Aires.
En el gobierno, en cambio, el enfrentamiento entre el presidente y la vice entró en su apogeo como quedó a la vista con la ansiada visita del primero a la Casa Blanca. Minutos antes del encuentro con Joe Biden, Cristina Kirchner subió a las redes un furioso posteo contra los Estados Unidos a los que atribuyó la intención de proscribirla, porque un senador tejano había pedido que se la sancione por corrupción.
Con esa declaración la vice jugó a instalar un “Braden o Perón” siglo XXI aunque devaluado. El hecho demostró la magnitud de la anarquía que reina en el gobierno, porque el verdadero mensaje fue: ese señor que están recibiendo en la Casa Blanca no me representa ni a mí ni a la mayoría peronista que me sigue.
Con la gestión local intervenida por Cristina Kirchner y Sergio Massa, Fernández quiso mostrarse al timón de la política exterior. Fue a pedir ayuda financiera para terminar su mandato, aunque su confiabilidad como aliado regional sea menos que cero.
Se trata del mismo Fernández que le dijo a un Vladimir Putin a punto de invadir Ucrania que quería ser la puerta de entrada del régimen ruso en América latina. El mismo que no condena las tiranías antinorteamericanas de la región y comparte con el kirchnerismo un rancio discurso anticolonialista. Peor aún, que cultiva una relación con China y con los negocios de los chinos que Washington monitorea con desconfianza.
De todas maneras el gobierno demócrata no le soltó la mano. Sergio Massa no fue recibido por la directora gerente del FMI Kristalina Georgieva, sino por su segunda, pero le perdonaron las metas incumplidas en materia de reservas. La irrelevancia del gobierno que se va autoriza a la administración Biden esa magnanimidad imperial. Tampoco le preocupa a los norteamericanos la prédica anti FMI de la vice, de su hijo Máximo y de la Campora. Sólo pretende que el desastre hecho con la economía en más de tres años de gestión peronista sin plan alguno no provoque un incendio institucional.
Las peleas internas y el tamaño de la crisis en que está hundida la economía no disminuyeron sin embargo el instinto de poder de Cristina Kirchner. Prueba de esto fue la batalla que le ganó a la oposición el jueves en el Senado hallándose en minoría (ver Visto y Oído). Perdió legisladores, pero no la capacidad de manejar la Cámara ante una oposición mayoritaria, pero sin conducción, ni ideas que no supo frenar un atropello institucional inédito y que, derrotada, dejó el recinto en manos de la minoría oficialista. Esa derrota parlamentaria refleja la anarquía en que queda la oposición sin el liderazgo cuestionado, pero unificador de Macri que funcionó desde 2015 hasta  el domingo pasado.

Publicado en La Prensa.

 

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