En tiempos de Twitter ya son superfluos los helicópteros
Sergio Crivelli


El proceso electoral se acelera al ritmo de la crisis inflacionaria. Las candidaturas inviables van cayendo una tras otra.
Primero la de Cristina Kirchner que usó su condena judicial como excusa. Después la de Mauricio Macri. El ex presidente esperaba que el desastre del gobierno hiciera que el número de los que nunca lo votarían disminuyese, pero eso finalmente no ocurrió. Anteayer Alberto Fernández terminó con la ficción de un inverosímil intento reeleccionista con el propósito de evitar males mayores en el mercado cambiario, pero como de costumbre falló.
El único con una imagen negativa invalidante que sigue en carrera es Sergio Massa al que no le queda otro camino que fugar hacia delante. Fracasó en su intento de frenar la inflación y aumentar las reservas del Banco Central y hoy son su único sostén efectivo dos bestias negras del peronismo: el FMI y el Departamento de Estado.
Las corporaciones nativas que suelen acompañarlo y apostar por él están empezando a tomar distancia. El jueves la CGT sacó un documento criticando la “descomposición social” y el deterioro económico acelerado por la crisis.
Pero la desconfianza más peligrosa es la que se percibe en el sector financiero. El viernes 12 después del cierre de los mercados el Indec destapó la vertiginosa inflación de marzo. Para que los bancos siguieran haciendo negocios con una inflación tan alta necesitaban tasas de interés más altas todavía, pero el lunes la esperada suba no se produjo.
El martes, tampoco y ahí se acabó la paciencia: se dispararon el blue y el CCL.
Como de costumbre el gobierno difundió un relato pueril que como también sucede habitualmente repitieron los medios: la culpa era de un  señor Aracre que había convencido a Alberto Fernández sobre la necesidad de devaluar.
FALTA DE DOLARES
Consecuencia: para calmar los mercados Fernández tiró a Aracre por la ventana, pero el dólar no se calmó. El viernes el que saltó por la ventana fue él mismo al grito de “primero la patria”, pero tampoco alcanzó: el blue se fue a $442 y CCL a $452.
A esta altura había quedado en evidencia que el problema no eran ni el presidente ni su efímero jefe de asesores, sino la falta de dólares y la falta de confianza creciente sobre la capacidad de Massa para afrontar la crisis sin devaluar, lo que precipitaría un desastre electoral para el peronismo peor que el de hace dos años.
La confianza en el gobierno que testea mensualmente la Universidad Di Tella cayó de manera vertical entre febrero y marzo de este año y, más aún, en los últimos doce meses (ver VISTO Y OÍDO). A Massa no solo le desconfían las corporaciones, también los ciudadanos de a pie.
Hay sin embargo una excepción a ese recelo: Cristina Kirchner. Atrincherada en el primer piso del Senado trata, crease o no, de quedar lo menos asociada posible a una crisis que ya alcanzó proporciones de desastre. Por eso respalda al ministro de Economía que le sirve de escudo. Coincide al parecer con el pronóstico de Malena Galmarini, alguien no muy aficionado a los eufemismos, que tuiteó que su marido se quedará hasta el final. Para que no hubiera confusión posible sostuvo “el final es cuando se vaya Massa”, lo que en lengua vulgar quiere decir que representa el último obstáculo que se interpone entre el gobierno y el helicóptero propiamente dicho. “Après lui le dèluge”.
La renuncia al poder de Fernández con tanta anticipación no tuvo efecto visible en la crisis inflacionaria y cambiaria, un hecho extraordinario en cualquier sistema presidencialista normal. Se lo dio por sepultado y el oficialismo pasó de inmediato y sin derramar una lágrima a la lucha por la candidatura presidencial que tiene varios anotados.
Se estima que Cristina Kirchner seguirá escudándose detrás del ministro de Economía, mientras que Fernández intentará generarle competencia alentando a Daniel Scioli y Agustín Rossi, entre otros nombres que se echaron a rodar. De todas maneras la incertidumbre no generará confianza, sino más bien lo opuesto.
En el mundo real, entretanto, el problema es la falta de dólares, lo lento y flojo que viene el plan soja 3 y la dificultad de conseguir financiamiento más allá del FMI y de algún organismo multilateral que no alcanzaría de todas maneras para frenar la presión cambiaria. Para mitigar tanta adversidad Massa remata bonos y le entrega menos divisas a los importadores. Otra medida no se le ocurre.
En su última visita a Washington el ministro pidió dólares para evitar una crisis terminal. Le prometieron US$ 2.500 millones, pero no un swap como el existente con China. También necesita que el FMI postergue los vencimientos y adelante los préstamos para pagarlos. Pero su fracaso en cumplir las metas pactadas y la escasa confianza sobre el futuro electoral del peronismo no mejoran en nada la probabilidad de que esas gestiones prosperen.

Publicado en La Prensa.

 

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