Dallas Buyers Club y la libertad individual
Gabriela Calderón de Burgos
Es editora de ElCato.org, investigadora del Cato Institute y columnista de El Universo (Ecuador). Se graduó en el 2004 con un título de Ciencias Políticas con concentración en Relaciones Internacionales de la York College of Pennsylvania. Desde enero del 2006 ha escrito para El Universo (Ecuador) y sus artículos han sido reproducidos en otros periódicos de Latinoamérica y España como El Tiempo (Colombia), La Prensa Gráfica (El Salvador), Libertad Digital (España), El Deber (Bolivia), El Universal (Venezuela), La Nación (Argentina), El Diario de Hoy (El Salvador), entre otros. En el 2007 obtuvo su maestría en Comercio y Política Internacional de la George Mason University.


Dallas Buyers Club, película que obtuvo varios premios Oscar, trata del homofóbico Ron Woodruf, cuya vida es trastornada al enterarse que padece de SIDA y que es probable que le queden “30 días de vida”. La película presenta un poderoso argumento a favor de la libertad individual y muestra cómo regulaciones en aras de “proteger a los consumidores”, niegan a los individuos la posibilidad de tomar medidas que podrían salvarles la vida o prolongarla.

En los días de Woodruf un diagnóstico de SIDA equivalía a una sentencia de muerte. Frente a ese prospecto, es comprensible que Woodruf y otros con el mismo diagnóstico estuviesen dispuestos a probar cualquier tratamiento experimental, sin importar que sus riesgos incluyan la muerte. El problema es que la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU. (FDA por sus siglas en inglés) se los prohibía “por el bien de ellos”. La película ilustra como luego de darle un diagnóstico fatal a Woodruf, los doctores se ven obligados a decirle que lo único que puede hacer es “esperar” a que las drogas con potencial de curarlo o prolongar su vida atraviesen el costoso y burocrático proceso de la FDA, lo cual en casos como el de él equivalía a resignarse a morir. Pero estas drogas estaban libremente disponibles en otros países y Woodruf tuvo que salir de su país para probarlas y poder así prolongar su vida por 7 años.

Las autoridades estatales no solo obligaban a aquellos con diagnósticos fatales a esperar, sino que a veces incluso les daban falsas esperanzas o medicinas tóxicas. En la película se muestra cómo las investigaciones aprobadas por la FDA resultaban en que durante las pruebas controladas la mitad de los pacientes recibían placebos o “píldoras de azúcar” mientras que la otra mitad recibía la droga. Además, en el caso particular de las pruebas para la droga AZT, esta se estaba dando en dosis que luego demostraron ser tóxicas. De manera que la supervisión estatal tampoco es garantía de que las personas no recibirán tratamientos perjudiciales. Y si van a esperar a morirse haciendo nada, lo moral es que el paciente por lo menos esté consciente de que eso es lo que está haciendo.

No contento con haber descubierto cómo extender su vida, Woodruf  decide poner un negocio ilegal para satisfacer la demanda de drogas experimentales que él había detectado en pacientes como el travesti Rayon. Woodruf dice claramente que el Dallas Buyers Club no se trata de una caridad. El club era una empresa con fines de lucro que vendía drogas contrabandeadas de México y otros países. En la película vemos cómo la empresa de Woodruf y su socio Rayon, pese a que violaba las leyes, era mutuamente beneficiosa para los empresarios y sus clientes. También vemos como a través del afán de lucrar, Woodruf pasa de ser un homofóbico a ser un individuo mucho más tolerante. 

Muchas veces se presenta a la libertad individual para tomar decisiones en el ámbito personal como algo divorciado de la libertad económica. Dallas Buyers Club es un poderoso argumento de por qué la libertad individual es una sola: la misma que nos permite decidir qué sustancias consumir así como también qué sustancias vender y comprar. No se puede perder la una sin eventualmente perder la otra.

Este artículo fue publicado originalmente en El Universo (Ecuador) el 7 de marzo de 2014.
 

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