Las ideas deben motivar el cambio
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
La
única causalidad social última es la de las personas, ningún efecto externo a
ellas es causa de su acción, sino límite. Cuando decimos que hay ciertas causas
en el proceso histórico nos referimos a las ideas que ellas tienen y no como decía Marx, al que cuestiona el Presidente,
a las fuerzas productivas en cuyo medio
se desarrollan. Por ello el Gobierno se
preocupa por dar la batalla cultural, las
ideas son decisivas.
Para conducirnos en la realidad, si deseamos
equivocarnos menos, tenemos que admitir la razón, elemento fundamental para ser objetivos, aunque
es falible, podemos darle datos falsos.
Es un error creer que somos solo razón, tenemos pasión, ideologías, las cuales perturban nuestro razonamiento, nos
hacen hacer cosas que no deberíamos realizar como a tantos funcionarios en
nuestro país. El nacionalismo en personas infectadas de fanatismo, por ejemplo,
nos hizo retroceder a los niveles en que nos encontramos hoy. Los argentinos
deberían admitir la razón, darse cuenta de su importancia, si en el Mundo no lo
intentaran, si se actuara solo por sentimientos, hace años que hubiera sido factible una guerra
nuclear.
Las
ideas kirchneristas son casi una religión, son autoritarias, se basan en la aceptación sin peros de lo que
afirman políticos iluminados, dogmáticos,
que se creen infalibles aunque la realidad les pase la cuenta una y otra vez.
No entienden que la historia es un área de contratación, sus teorías ya han sido sometidas a prueba, han fracasado en todos lados.
El problema en nuestro país es la Cultura,
tiende por inercia cultural a permanecer donde está, hay ideas y problemas del pasado que persisten. Para cambiar,
las personas necesitan de mucho tiempo, demoran en absorber nuevos
conocimientos, significa desaprender y re aprender, es muy difícil. Las ideas fuertes,
arraigadas, tardan en irse, el sector
político nos lo muestra con claridad: escuchar a ciertos diputados y senadores,
políticos e intelectuales, hace pensar que se está viviendo en 1950, piensan como los peronistas y
radicales de ese entonces. Contra ellos debe dar la batalla el Gobierno,
¡menuda tarea! además, con poca práctica.
Cuando
la realidad se nos muestra en todo su esplendor
a través de la experiencia, notamos que
muchas de las creencias que abonan nuestras actitudes son falsas, que en gran número nuestros sentimientos, hacia personas o cosas, son prejuicios con los que convivimos mucho
tiempo. Nos la pasamos, por
ejemplo, haciendo generalizaciones arbitrarias, la vida es tan compleja que nos lleva a
tenerlas, a utilizar afirmaciones que no podemos corroborar. ¿Cuál
es el camino a seguir entonces?, nos
quedan dos: uno es reformar nuestras creencias en un juicio más acorde con la
realidad, Javier Milei lo hizo. En
Córdoba señaló que se pasó treinta
años enseñando algo equivocado, tuvo que
modificar ideas porque descubrió que la creencia que las sustentaba era
falsa. El otro camino lo vemos diariamente, también entre políticos y
periodistas: adecuan sus creencias a sus
actitudes, las justifican a pesar de que la realidad les muestra lo contrario.
Convierten un pre-juicio en prejuicio y ¡ahí se quedan!, ello soporta un peligro: cuando estas
actitudes se convierten en conducta, debido a la magnitud de la fijación del
prejuicio, dan lugar a la
discriminación, se excluyen a grupos cuestionados en alguna actividad, de sus
derechos políticos, de la
educación, dadivas y privilegios. Hitler y Stalin, entre
otros, la llevaron hasta el exterminio.
Las personalidades autoritarias tienden a ser
prejuiciosas frente a las democráticas, caracterizadas por la tolerancia. En nuestro país el prejuicio y la discriminación, grietas
permanentes, provienen entre otras causas de la estructura social en la que estamos
inmersos. La ciencia ha demostrado que
los comportamientos de los individuos y
de los grupos sociales se explican por su cultura, su historia, y su estructura de personalidad, no por su dotación genética. La diversidad de conductas es el resultado
directo de la socialización, del aprendizaje que el individuo realiza, de la
cultura que lo rodea. La ausencia de
formas de conductas fijas y heredadas posibilitan su desarrollo, las limitaciones del organismo humano están en
parte compensadas por el hecho de que las personas desarrollan una capacidad de
aprendizaje que puede aumentar con un ambiente adecuado y técnicas educativas. Está
bien entonces, que el Gobierno quiera atacar el adoctrinamiento de ideas que se
han demostrado, por la experiencia
histórica, ser falsas.
El Presidente
por elección de la mayoría es por
cuatro años quien fija objetivos, aunque a muchos no les guste
su personalidad promueve algo bueno: el
individualismo. Es erróneamente rechazado por muchos argentinos sin saber que
es una concepción que preserva, al
máximo, la libre elección del individuo.
No veo por qué se le critica por desear
que el rumbo de su política sea aumentar la libertad de las personas para que les sea posible buscar su propio destino. Por supuesto desea que sea
compatible con la seguridad y sobrevivencia de la sociedad: la libre
elección va unida a la responsabilidad, a la paz, al respeto por los contratos,
a ciertos principios éticos e incluso al Estado como árbitro. Milei defiende la
democracia, sistema donde las normas nos dicen cómo elegir en vez de qué elegir,
pretende fortalecerla, si se lo ayuda un
poco más, al menos.
En
estos días se puso sobre el tapete el problema de repartir alimentos, se siguen
preocupando en quién lo hace mejor, no es lo que desea Milei, como anti
populista quiere terminar con las políticas
distribucionistas. Proyecta ordenar la economía y el Estado de manera que cada
uno, salvo los que realmente no pueden, se ocupe de conseguir el propio
sustento. Es raro que la Iglesia no apoye: San Pablo, tan importante para la Iglesia, no desvalorizaba
el trabajo promovía la dignidad humana:
subrayaba que había trabajado toda su vida. No se oye predicar lo mismo que Pablo: como
los políticos, dignatarios de la Iglesia
y sacerdotes se aferran a mantener las dádivas en vez de exigir se baje la inflación,
se atraigan inversiones, lo que pueda
significar ocupación. El fracaso de las ideas anticapitalistas en el mundo les
debería hacer pensar, incorporar problemas y reflexiones de los que han dejado
de ocuparse, por lo que se explica en los primeros párrafos de la nota.
Como tantos políticos siguen cegados por
prejuicios, no entienden que la
solidaridad no está desligada del sistema capitalista, no solo no la impide
sino que la estimula. En los países capitalistas, ante catástrofes naturales,
accidentes, o guerras, hubo grandísimos emprendimientos
solidarios. Si son aprovechados para
promover corrupción es ajeno al sistema,
la naturaleza humana encuentra siempre la manera de obtener beneficios personales o corporativos,
pero en democracia es más fácil detectarlos.
Es deplorable que en nombre de la solidaridad
se permitan y apoyen décadas de desaparición forzada del capitalismo y degradación de las instituciones democráticas.
Argentina no necesita un líder populista que siga al pie de la letra lo que
quiere la mayoría, como lo hace el
demagogo, necesita de un líder que dé respuesta a los problemas y que solo si tiene éxito sea popular.
Tenemos que recordar que donde se lastima el
capitalismo, la propiedad privada, los
mercados, la estructura jurídica que asegura su funcionamiento y lo
perfecciona, se dañan las posibilidades
de vida de la gente, especialmente de los más necesitados. Lo hemos visto no
solo en Argentina, también en Bolivia, Venezuela, Cuba y otros países. Lo que
no distribuye el mercado, con sus mecanismos espontáneos, neutrales e inciertos
porque depende de millones de decisiones individuales libres, se reparte
autoritariamente, a piacere, por los
funcionarios planificadores. No habría que olvidar que todo lo que toma el
Estado para dar, es siempre y en todo lugar,
lo que la sociedad civil ha creado por sí misma.
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