Reflexiones para salir de las instituciones zombies
Jaime Correas
Ex Director General de Escuelas de Mendoza y miembro de la Coalición por la Educación.
En la última de las
notables columnas semanales de su blog, Danilo Albero da un dato aterrador:
"Semanas atrás leí, en un suplemento cultural, un artículo sobre las
selfies con una estadística que, si bien sospechada, resulta abrumadora;
diariamente se sube 54 millones de fotos en Instagram y 6 veces más en Facebook
y otras redes sociales, esto nos da 324 millones cada 24 horas. Un día tiene
86.400 segundos, un año 31.536.000; in altre parole, nos llevaría unos diez
años, a razón de una imagen por segundo, ver las fotos que se suben en un solo
día por las redes sociales". Esa circulación que hoy inunda a la humanidad
como un tsunami de confusión ocupando el tiempo de los mortales contrasta con
algo relatado en "Manual de Estilo y Ética periodística" del diario
La Nación (1997): "La primicia es, a veces, producida por el azar. Otras,
por la organización. Un ejemplo de este último tipo logrado por La Nación con
respecto a las fotos de la firma del tratado de Versalles. Las cosas ocurrieron
así. El representante general de La Nación en Europa hizo que se tomaran las fotos
del solemne acto. Con las placas sin revelar viajó a París en auto. En la
capital francesa se revelaron y se sacaron copias. El material fotográfico fue
enviado por ferrocarril a Madrid. De Madrid en motocicleta las mandaron al
puerto de Cádiz, donde se embarcaron en el transatlántico Reina Victoria
Eugenia que, como por su calado no podía entrar en Buenos Aires, atracó en
Montevideo. Allí esperaba el material gráfico el aviador Antonio Locatelli, que
lo entregó en la sede de La Nación, en San Martín al 300. El tratado de
Versalles se firmó el 20 de junio de 1919. La Nación publicó su primicia
apenas 21 días más tarde".
Siguiendo los giros
itálicos de Albero: altri tempi. Las dos situaciones contrastadas muestran los
dramáticos cambios que representan estas nuevas posibilidades tecnológicas para
cada uno de los habitantes del planeta y su relación con los demás y con sus
gobiernos. Si siempre hacer que una sociedad funcionara ha sido difícil, estos
inéditos ingredientes hacen aún más complejas todas las relaciones. Y
dificultan el papel que cumple cada uno, sobre todo el de los gobiernos. No
caben dudas que la irrupción de internet y todas sus novedades diarias han
"empachado" con una dieta inabarcable y tóxica a un ser humano
habituado a comer más liviano y espaciado. La velocidad ha generado
distorsiones que están en curso y aún son difícil de sopesar a la hora de
entender cómo se mueve la sociedad, sus integrantes y sus dirigencias.
Las descripciones de la la
circulación de imágenes a inicios del siglo XX en oposición a la actualidad,
apenas cien años después, deja aturdido si se piensa cómo vivían y viven los
habitantes del planeta o de una Nación cada acontecimiento. Observar la
distancia que va de las fotos del tratado de Versalles, que fueron primicia
veintiún días después de tomadas, a la avalancha actual imposible de seguir,
donde el instante presente ya es viejo en segundos, sirve a la perfección como
marco a las reflexiones del imprescindible libro "La rebelión del público.
La crisis de la autoridad en el nuevo milenio" (2023) del cubano americano
Martín Gurri: "Mi tesis es sencilla. Las tecnologías de la información del
siglo XXI han permitido al público, compuesto por aficionados, gente de ningún
lugar, romper el poder de las jerarquías políticas de la era industrial. El
resultado no ha sido una revolución completa a la manera de 1789 y 1917... sino
más bien algo como el prolongado período de inestabilidad que precedió a la Paz
de Wesfalia en 1648. Ninguna de las partes puede liquidar a la otra. Una
resolución, cuando llegue, puede terminar desafiando los propios términos de la
lucha. Ninguna se vislumbra mientras escribo estas líneas". Lo más
curioso, y que dio celebridad a los análisis de la obra, es que su tesis era de
2014, con agregados en 2019, luego de la llegada de Trump y del Brexit. Todo
sigue igual o peor. Gurri estaba viendo con mirada larga y gran conocimiento de
la historia y de métodos de análisis del presente. Por eso ninguna de sus
páginas aventura lo que vendrá con certeza, sino que intenta determinar climas,
tendencias, cambios. Por eso acierta. No es un gurú o un analista desapasionado
o jugado: es un hombre perplejo, un intelectual que pone todos sus elementos al
servicio de sus dudas, no de sus deseos y certezas.
Para clarificarlo, en otro
tramo del libro Gurri explica: "El presente solo puede intentar adivinar
el futuro -y los resultados históricos de esto, veremos, no han sido buenos.
Incluso entre expertos los antecedentes son pésimos-. La razón no es la falsa
conciencia, sino la estupenda complejidad de los acontecimientos humanos, que
vuelve imposible la predicción". El inminente, para muchos, arribo al
poder de la ultraderecha en Francia es un claro ejemplo reciente de esto.
Sucedió lo contrario de lo que la mayoría pronosticaba. En medio de una
tendencia hacia la extrema derecha, en ese país surgió una resistencia
sanitaria del centro que jugó hacia la izquierda (todos fueron a votar,
preocupados) y en Inglaterra al mismo tiempo ganó la izquierda que durante más
de una década estuvo en caída. Allí votaban liderados por los ultra, los Boris
Johnson y su descendencia. ¿Cómo votarían el Brexit hoy esos mismos votantes
moderados de centro que van y vienen y, fundamentalmente, crecieron dejando su
lugar de jóvenes a otros?
Gurri remata su
postulación con más prudencia y prudencia: "Si mi tesis es cierta, hemos
entrado en un periodo histórico de cambio revolucionario que no logra
consumarse. Las instituciones están drenadas de confianza y legitimidad, pero
sobreviven en un estado zombi. Los gobiernos son derribados o expulsados por
medio del voto, pero son reemplazados por sus imágenes especulares. Las
jerarquías son rebajadas, pero se niegan a renunciar a su ilusión de control
desde arriba. De ahí el culto al pasado heroico, la psicología de la
decadencia; la sensación, tan notable en una época de impertinencia radical, de
que no hay nada nuevo bajo el sol".
Esto que parece una
descripción de tantos países, incluida la Argentina de Javier Milei, no debe
ser un freno a enfrentar el futuro, sino el ariete para encararlo. De ahí que
hoy haya tantas dudas en incertidumbres, pero expectativas. Visto con
perspectiva histórica, es improbable que la necedad lleve otra vez al país del
pasado. Al menos más de la mitad se ha atrevido a ver que la situación de
deterioro y pobreza no pueden seguir siendo producto de quienes no gobiernan
sino de los modos de hacerlo de quienes sí lo hicieron. Quizás esa sea la razón
de que por primera vez muchos no reaccionen frente a lo más inmediato, el deterioro
evidente del nivel de vida, sino que alientan una expectativa esperanzada de un
cambio. Los viejos cantos de sirena se han agotado. Esas decenas de miles de
imágenes que aunque no sean procesables dejan una huella han hecho su trabajo.
Los votantes saben que los cambios son todavía inciertos. Casi nadie entiende
de macroeconomía, apenas se percibe con alivio la desaceleración inflacionaria.
Es suficiente. Al menos por ahora. Y si no lo es, buscarán otra opción pero ya
no será igual a las del pasado. Por eso la renovación es una necesidad
imperiosa.
Gurri visualiza un peligro
grave para el sistema democrático si ese jaqueo al sistema de representación
que vive en una vacilación permanente sin generar cambios se prolonga en el
tiempo. Una sociedad que viene de fracaso en fracaso no puede ser gobernada por
un conjunto de nihilistas que están enojados y saben lo que está mal pero no
tienen una propuesta para que esté bien. Se necesita alguien que marque un
rumbo. Una mayoría lo ha encarnado en Milei. Lo más grave y difícil no es
postular las ideas, sino llevarlas a cabo. Las propuestas hay que gestionarlas.
Dice Gurri: "Sólo una pequeña minoría puede ser obispo de la Iglesia. Esto
puede parecer evidente cuando se trata de dirigir un gobierno o gestionar una empresa,
pero se aplica con igual fuerza a la producción de certeza y verdad. Si mi
análisis está cerca de ser correcto, la reforma de la democracia liberal y la
recuperación de la verdad deben esperar a la aparición de una elite
legítima".
El analista dice que
"las cualidades que buscaría entre las elites para sacar a la política de
esta rutina sin fin son la honestidad y la humildad". Y se atreve a tomar
prestada otra virtud: coraje. Se podría agregar otra: competencia. Si se mira
para atrás estas virtudes han sido escasas y en algunos casos nulas. Eso es lo
que muchos están todavía viendo. Gurri remata: "Al final, todo dependerá
de los ciudadanos: de nosotros. Si Ortega tenía razón, hemos perdido el derecho
a despotricar sobre nuestros gobernantes. En lugar de ello debemos tomarnos el
trabajo de elegir a sus sucesores".
El presente tiene un solo
mérito que nadie puede desconocer. Durante años la Argentina no tuvo opción.
Había un solo camino y sí o sí había que ir por ese. Las corporaciones marcaban
los rumbos de acuerdo a sus intereses y las elites garantizaban ese estado de
cosas. Hoy existe la posibilidad de cambiar esa maldición. El cambio está
supeditado al trabajo conjunto de la sociedad sobre la base de las ideas que se
plantean desde la cabeza gobernante. Claro, es imprescindible que quienes
conducen aporten honestidad, humildad, coraje y competencia. No es simple ni
fácil, pero es preferible a la decadencia en la que está sumido el país desde
hace muchas décadas.
Publicado en Mendoza Post.
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