Who’s the boss?
Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
“Who’s the Boss”
fue una miniseria americana de las décadas de los ’80 y ’90 en la que los
protagonistas principales eran un hombre retirado de la práctica activa del
beisbol y una mujer de nogocios que trabajaba en una agencia de publicidad en
Manhattan. Obviamente, la inversión de los clásicos roles familiares es lo que
le da trasfondo a la serie, siendo ellos la fuente de innumerables situaciones
de vida que los personajes recrearon para la TV entre 1984 y 1992. El mismo
título, quizás, sea aplicable a la política argentina, más de 30 años después.
El último
análisis político que hicimos en estas columnas fue el jueves 1 de agosto por
la mañana, unas diez horas antes de que hablara Macri en La Boca en ocasión de
su presentación como nuevo presidente del PRO.
En esa columna no
éramos muy optimistas respecto de lo que el ex presidente fuera a manifestar
sobre sus conversaciones con el presidente Milei. Bueno, error. Macri fue
bastante explícito en sus comentarios. Dijo que el respeto, el reconocimiento y
el afecto mutuo es lo que caracteriza su relación personal con el presidente
pero que lo que el PRO había podido colaborar hasta ahora no había sido gracias
sino a pesar de su entorno, marcando una diferencia trascendental entre lo que
son las conversaciones uno a uno con Milei y lo que luego podrían ser los
intentos de bajar a los hechos lo que ellos conversan.
Macri avanzó más
allá en varias apariciones públicas que tuvo luego de su presentación en La
Boca. En ellas identificó por nombre y apellido a Santiago Caputo como el
responsable de que las ideas que él le aporta al presidente, no avancen.
Son ideas, según
Macri, que se ofrecen para acelerar los tiempos de implementación de las cosas
que hablan con Milei.
Hasta allí la
imagen que uno tiene, entonces, es que Milei y Macri acuerdan llevar adelante
una estrategia para que las medidas en las que están de acuerdo pasen al campo
de las materializaciones rápidamente y que, cuando llega la hora de hacer las
cosas que hay que hacer para que se concreten, el entorno presidencial las
entorpece. Esta es la visión que trasmitió Macri. El presidente no habló en
públco del tema ni posteó nada al respecto.
El ex presidente
avanzó públicamente enumerando algunas de aquellas áreas. Habló de las
dependencias que siguen en “manos de Massa y del gobierno anterior”; de las
empresas públicas cuya privatización o cierre se hace esperar demasiado (en
este rubro señaló con nombre y apellido a Aerolíneas Argentinas); de los
procesos de licitación que no se ponen en marcha (como el de la hidrovía) y de
áreas completas de la administración cuya fluidez parece estancada, como la
AFIP, transportes y vialidad.
Si bien la
referencia a Caputo fue concreta no hay que pensar demasiado para detectar en
ese círculo áulico que rodea al presidente a su propia hermana, Karina Milei.
El tema es que el propio jefe de Estado dice públicamente que la verdadera
“jefe” de todo es Karina, no él.
Si eso es así,
está claro que nada de lo que el presidente hable o acuerde con Macri -o con
quien sea- tendrá andamiento alguno si no cuenta, también, con el aval de
Karina.
Hay, en efecto,
una serie de acontecimientos que parecerían probar esa preponderancia. Sobre
todo en las cuestiones políticas que hacen al manejo del gobierno (el área
económica es otra cosa y allí sí el presidente parece tener el manejo completo
de las variables). Así, la intromisión de la hermana presidencial en temas
relacionados con la política exterior, con el manejo legislativo de algunas
iniciativas y con la conformación de la administración es bien evidente.
Macri dice que
nunca tuvo la oportunidad de hablar en privado y a solas con Karina. Cuenta que
las veces que la cruzó ella siempre estaba acompañada por alguien o siendo
parte de un grupo en donde había más personas.
El ex presidente dice no tener ningún problema con ella y también
desconoce cualquier razón que Karina pudiera tener para tener algún problema
con él.
El solo hecho de
que estemos hablando en estos términos (dignos de “Intrusos” o de Ángel De
Brito) para comentar cuestiones que hacen o podrían hacer al éxito de la
gestión de un gobierno, explica por sí mismo los lujos que, bajo todo gobierno,
se da la Argentina.
En efecto,
supeditar la posible aceleración de los cambios en la Argentina a una cuestión
que parece tener más que ver con desavenencias de peluquería que con grandes
discusiones de estadistas, es un lujo que el país no está en condiciones de
darse. Máxime cuando del otro lado solo se espera una debacle para,
rápidamente, producir una nueva unión del colectivismo para avanzar sobre el
poder.
Si LLA tuviera el volumen humano y de cuadros
profesionales suficiente como para llenar todos los puestos de la
administración y hacer pesar el peso de su triunfo no solo en el Poder
Ejecutivo sino en el lugar que tiene la facultad de hacer las leyes que
implementen el cambio, entonces no cabría ninguna duda de que el presidente, su
hermana o quien ellos designen, tendrían la facultad de mandar a callar la boca
a quien pretenda aleccionarlos (o incluso ayudarlos).
Pero cuando una
fuerza política está rodeada por la orfandad y a ocho meses de iniciar su
gestión tiene, en los sillones de los cuales depende que sus ideas avancen o
no, a los que responden al enemigo (sí, sí, dije “enemigo”), entonces la
capacidad de cerrarse sobre un círculo pequeño y rechazar las contribuciones
que podrían ayudar a liberarse del lastre kirchenrista no tiene explicación.
Cualquiera podría
argumentar -con razón- que el rey del gradualismo no está en posición de exigir
rapidez. Es cierto: en un sentido estricto constituye toda una paradoja que Macri
-el presidente que frenó el ritmo que probablemente él mismo quería imprimirle
a las reformas por una cuestión de “prudencia”- venga ahora a reclamar que las
cosas se hagan rápido, parece un chiste.
Pero hay una
explicación: el estado social de los argentinos no es hoy el mismo que en 2017
o 2018; mucho menos que el del 2015.
La idea de que
tener razón a destiempo es lo mismo que estar equivocado aplica como un guante
a lo que le ocurrió a Macri: en su tiempo eran pocos los que veían lo que
ahora, paradójicamente, le exigen a Milei. La sociedad cambió: el desastre
kirchnerista gatilló un búmeran que reclama un impacto urgente sobre las
consecuencias del delirio.
El presidente
Milei debería decodificar ese cambio en el ecosistema social y activar todas las
herramientas que tenga disponibles para que la efectividad de sus medidas
provoque un rápido reacomodamiento de las expectativas. Hay muchas señales que
indican que el presidente tiene muy internalizada esa metamorfosis social. Pero
si no comienza a mostrar rápidamente que el rumbo que quiere imprimirle, no
solo a la economía sino al país, es capaz de cambiarles la vida a los
argentinos, estos se darán vuelta y el populismo regresará.
Lamentablemente
las raíces nacionales están más cerca de eso que de la libertad individual. El
presidente se equivocaría si pensara que, de golpe, los argentinos se hicieron
partidarios de la soberanía individual y del libre cambio. No. Lo que aquí
ocurrió fue un simple hartazgo con el colectivismo pero no una renuncia a su pertenencia:
a poco que los beneficios de la libertad no empiecen a entregar resultados
palpables y medibles en los bolsillos de las familias, estas se sentirán
tentadas a volver al regazo que les promete protección.
Ignoro si un
mega-acuerdo con Macri es el camino más corto para que las leyes se destraben,
el massismo salga de la administración y el libre albedrío reemplace a las
regulaciones. Pero lo que me temo es que el partido del presidente, por sí
mismo, no pueda proveerlo con lo que él necesita urgentemente,
independientemente de los escenarios ideales que Karina pueda tener en la
cabeza.
Publicado en The Post.
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