El plan de Javier Milei, trabado en el Congreso: qué le recomendaría Maquiavelo para gestionar mejor
Diego Dillenberger
Director de la revista Imagen y conductor de La Hora de Maquiavelo.
Nicolás Maquiavelo es el
historiador y filósofo político de la Florencia del Siglo XV que trascendió por
escritos como El Príncipe, que desde hace 500 años es casi una “biblia del
poder”. Pero Maquiavelo también fue el primer pensador político que descubrió
la importancia de la opinión pública para conquistar y -lo que es mucho más
complejo- retener el poder.
¿Qué le diría hoy
Maquiavelo al presidente Javier Milei al verlo tan entrampado en su proyecto de
gobierno por un Congreso hostil que la semana pasada le propinó dos derrotas
importantes a su proyecto de gobierno?
Una semana dificil
El jueves, el Senado
aprobó un cambio que propuso Diputados en el cálculo de las actualizaciones de
las jubilaciones. Muy generoso el Congreso con los abuelos, la medida complica
ahora severamente los planes del gobierno de Milei de bajar la inflación
manteniendo el equilibrio fiscal a como dé lugar. La reacción de los mercados
fue inmediata: subió el riesgo país y se volvió a ubicar por encima de los
1.500 puntos.
El otro golpe es más
simbólico, pero no menos duro desde la mitología “maquiavélica” del poder: con
los votos del PRO de Mauricio Macri, el miércoles los diputados rechazaron el
DNU con el que Milei pretendía sumar cien mil millones de pesos a fondos
reservados de la SIDE.
Detrás de estos dos
fracasos está el principal operador en las sombras de Milei: el joven consultor
político Santiago Caputo, que no tiene cargo formal en el gabinete, pero a
quien el propio Presidente describe como la tercera pata del núcleo íntimo de su
poder, que se completa con su hermana, Karina, que es secretaria general de
Presidencia.
Caputo no solo controla la
inteligencia a través de su amigo, Sergio Neiffert, sino que también le
responden casi todas las segundas líneas de los ministerios. Los cien mil
millones eran -indirectamente- para Caputo.
Aunque entre Karina y
Santiago no siempre hay total armonía en los últimos tiempos, cuando esta
semana los periodistas le preguntaron al Presidente en la entrada a la Casa
Rosada si se pensaba desprender de Caputo luego de que los medios le
atribuyeran al joven consultor los últimos fracasos, Milei fue contundente: “es
gente que no entiende nada”, dijo sobre esas versiones.
Santiago Caputo es
inseparable para Javier Milei
De alguna forma, Caputo
cumple un rol de “Gran Maquiavelo” de su gobierno, al ser el principal asesor
del poder. Pero -a diferencia del florentino de hace 500 años- Santiago Caputo
controla el poder directamente colocando a sus hombres en todos los recovecos.
Para el veterano consultor
de comunicación política Carlos Germano, un viejo “peronólogo”, los cien mil
millones para la SIDE a los que aspiraba Caputo y que el Congreso le negó,
además de contratar encuestas, debían reforzar “la construcción de un 6,7,8
digital”, en referencia al tristemente célebre programa de la TV pública de la
era Kirchner que tenía la función de atacar a periodistas disidentes. “Caputo
se volvió un pacman de poder”, dice Germano.
La armada cibernética para
“domar” periodistas críticos no es algo tan novedoso, después de todo. El jefe
de gabinete de Mauricio Macri, Marcos Peña, contaba con su propio ejército en
el ciberespacio: los tristemente célebres “trolls de Marcos”.
Caputo también comparte
con Peña que Macri había delegado prácticamente toda la gestión en el joven
dirigente del PRO. Desde muy temprano, políticos y analistas bienintencionados
le recomendaban al expresidente que se deshiciera de su joven e inexperta “mano
derecha e izquierda”. Macri lo sostuvo hasta el final: cayeron juntos.
Peña y Caputo comparten
también la misma escuela: son discípulos de Jaime Durán Barba, el célebre
consultor ecuatoriano que ayudó con mucho éxito a Macri a ganar elección tras
elección.
Pero las enseñanzas de
Durán Barba -el padre del fracasado gradualismo- no funcionaron para la gestión
de un país tan complejo en lo económico como la Argentina.
Es llamativo que Caputo
exhiba en la mesa de su despacho en la Casa Rosada un ejemplar del libro de
memorias de Marcos Peña, que tiene el sugestivo título de El arte de subir (y
bajar) la montaña. Pero lo más curioso es que el ejemplar de Caputo tiene un
cuchillo clavado y está casi destrozado de las puñaladas que le asesta el joven
funcionario sin cartera de Milei a modo de “descarga de nervios”.
El mensaje de la simbólica
mutilación del libro de Peña apunta a que Caputo haría todo distinto a su
condiscípulo duranbarbiano.
Un desafío complejo
El de Caputo es un desafío
mucho más complejo que el de Marcos Peña, si se tiene en cuenta que el sustento
parlamentario del gobierno de La Libertad Avanza es casi nulo, en comparación
con el de Cambiemos: tiene apenas el 15 por ciento de los diputados y el 10 por
ciento del Senado. Esta semana, quedó claro que sin una alianza sólida, otra
hazaña como la ley Bases es inimaginable.
Y queda más que claro que
con Macri, que todavía maneja el grueso del PRO, la relación no está bien.
Macri se vive quejando de Caputo las pocas veces que habla con Milei.
Por el contrario, el
poderoso joven asesor sin cartera apuesta a ir armando mayorías “ley por ley”.
Algo muy complicado que -como quedó claro la semana pasada- es cada vez menos
eficiente.
La próxima gran apuesta de
Caputo es conseguir en el Senado los votos para el pliego del controvertido
juez Ariel Lijo para completar el casillero vacante en la Corte Suprema. Aquí
la alianza sería con todos aquellos que le suelen votar en contra en casi todo
lo demás: los kirchneristas y los radicales más alejados de las ideas
liberales.
Nadie puede hoy
pronosticar cómo saldrá la votación en las próximas semanas, pero Cristina
Kirchner estaría a favor de lograr la total disciplina de sus más de 30
senadores para obtener dos tercios de los presentes en el día que se vote el
pliego. El PRO y buena parte de los radicales votarían en contra. El resultado
dependerá más de las ausencias que de las presencias.
Uno de los senadores
libertarios, el formoseño Francisco Paoltroni, ya anunció que votará en contra,
porque Lijo fue el juez que sobreseyó al gobernador casi vitalicio de su
provincia, el peronista Gildo Insfrán, amo y señor de Formosa.
El de Lijo en la Corte
sería un “triunfo a lo Pirro” de Milei que podría tener demasiado sabor a
fracaso: ¿le sirve pactar con el kirchnerismo para elevar a la Corte Suprema a
un candidato “de la casta” que -según los que tienen ideas más próximas al
conjunto de valores que el propio Milei proclamaba en la campaña electoral- no
sería digno de ese cargo?
La hoguera de las
vanidades
Las ideas de Nicolás
Maquiavelo sólo pudieron existir porque de adolescente admiraba a un monje
dominico que logró llegar al poder en Florencia predicando contra “la casta” de
esa era: Girolamo Di Savonarola. Maquiavelo lo llamaba un “profeta desarmado”
porque no tenía ejércitos, solo su imagen y su prédica “anticasta”. Fue el
primer gobierno florentino que sustentaba su poder en la opinión pública.
Cualquier parecido con las circunstancias de hoy de Javier Milei no es mera
casualidad.
Cuando Savonarola
finalmente obtuvo el poder, convirtió a Florencia en una teocracia, y tanto
Maquiavelo, como la mayoría de los florentinos, se empezaron a hartar del monje
y sus “hogueras de las vanidades” a las que mandaba a quemar ropa, muebles y
objetos de valor, que consideraba “pecaminosos”.
Con un “empujón” de la
exiliada dinastía de los Medici, “la casta” de los florentinos destituyó a
Savonarola y lo quemaron en la hoguera.
Maquiavelo quedó marcado
por los errores del dominico a la hora de retener ese “poder soft” que había
conquistado a través de su popularidad en la opinión pública. A partir de ahí,
nació su interés por estudiar el poder.
Maquiavelo recuerda que
Savonarola, que predicaba en contra de la pena de muerte, cuando un grupo de
preadolescentes se insuborindó contra su poder, no dudó en mandarlos a
ajusticiar.
Las madres de esos chicos
apelaron desesperadas al discurso antipena de muerte de Savonarola para
conseguir la clemencia del monje. Pero, nada de nada: a la hora de la verdad,
la prédica “electoral” de Savonarola por la clemencia quedó en la nada y los
mandó a ajusticiar.
Maquiavelo aprendió que es
muy difícil retener el poder sin armas. Pero cuando ese poder se sustenta solo
en la fuerza de la opinión pública, lo peor que se puede hacer es traicionar
los principios que afirman ese “poder simbólico”, como hizo el fraile Savonarola.
Volviendo a la Argentina
Normalmente, el debate en
torno a la elección de un ministro de la Corte Suprema es algo que preocupa
sólo al “círculo rojo”. Pero de tanta controversia, Lijo levantó demasiada
polvareda: una encuesta de Synopsis de la semana pasada muestra que más del 70
por ciento de los argentinos están al tanto del tema, y, de esos enterados, el
80 por ciento rechaza a Lijo.
Carlos Germano sostiene
que, a lo largo de la historia, “tercerizar” el poder en un monje negro,
“siempre terminó mal”. Recuerda a Rasputín, el místico campesino que había
enamorado a muchas de las mujeres de la nobleza rusa de principios de siglo y
que terminó ganándose la confianza de los zares antes de la caída del imperio
ruso a manos del comunismo.
Rasputín “vendía” que
tenía poderes sobrenaturales. Al tiempo los nobles de San Petersburgo se dieron
cuenta de que los zares habían caído sojuzgados ante los encantos de un
farsante.
Trataron en vano durante
años de advertir a los Romanov que Rasputín estaba llevando a Rusia a la ruina
y les pedían de mil maneras que lo echaran. Cuando decidieron terminar el
asunto mandando a asesinar a Rasputín, ya fue demasiado tarde: a los pocos días
la revolución echó a los zares para siempre de Rusia.
Publicado en Clarín.
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