¿Un peso fuerte al final o al inicio del camino?

Luis Secco
Economista. Director de Perspectivas Económicas
La estabilidad
macroeconómica es una condición indispensable para que el potencial de
crecimiento pueda materializarse. Pero atención, dicha estabilidad debe ser
vista como permanente. La expectativa de transitoriedad de la actual
estabilización sigue siendo elevada y conspira contra una mejora más
contundente y perceptible de la confianza y de la recuperación del nivel de
actividad económica.
El Gobierno, con
éxito diverso, concentra sus esfuerzos, en materia de gestión y de
comunicación, en varios frentes para mejorar la percepción de que la
estabilización es consistente y duradera. Desde la gestión, el Gobierno aplica
a fondo las políticas de la denominada fase II. El ancla fiscal y cambiaria más
el cierre de las canillas de emisión que habían estado abiertas hasta mitad de
año (las derivadas del cuasifiscal y de la compra de divisas), más el control
de la brecha cambiaria, ejercen una presión descendiente sobre la inflación,
mientras los anabólicos del blanqueo, la moratoria y el ingreso anticipado del
impuesto a los bienes personales impulsan señales favorables del lado de los
mercados. Señales con las que el Gobierno intenta convencer, desde lo
comunicacional, que el programa tal como lo conocemos es suficiente para llegar
a buen puerto (las elecciones de medio término de octubre del año que viene),
que lo peor quedó atrás y que por delante solo habrá buenas noticias.
Con ese fin, no pierde oportunidad para realzar sus logros,
aun cuando peque de falta de rigor o caiga en evidentes exageraciones, tanto de
la herencia recibida como de los resultados de sus primeros diez meses de
gestión. Y en una práctica que ya resulta cansina, acusa de ignorante (o mal
intencionado) a todo aquel que formula alguna crítica o que señala algún
aspecto del programa que merecería ser abordado y corregido. En particular, es
evidente el esfuerzo de las máximas autoridades de la administración Milei por
justificar la extensión del cepo y de los controles cambiarios. Y para ello se
recurre a todo tipo de argumentaciones y ejemplos, muchas veces
contradictorios.
Recientemente, el ministro de Economía volvió a justificar
que se puede crecer con cepo y mencionó los casos de Chile, China y Corea del
Sur. Ahora bien, una cosa es imponer controles para mantener una moneda
deliberadamente débil y depreciada o para evitar ingresos de capitales (el caso
de los países considerados como ejemplo) y otra cosa es hacerlo para defender
una moneda apreciada o para evitar que salgan capitales. Es correcto que los
ejemplos de esos países muestran que es posible crecer con controles cambiarios
y de capital, pero lo hicieron en contextos muy diferentes al de Argentina:
◆ China (desde fines de los años
70 hasta la actualidad) y Corea (entre los años 60 y los 80) implementaron
controles para mantener una moneda débil y competitiva, lo que permitió un
crecimiento exportador sostenido. Estos países estaban en una etapa de fuerte
crecimiento industrial, con una estructura económica sólida y políticas
consistentes.
◆ Chile, por su parte, utilizó
controles de capital de manera temporal para evitar el ingreso de capitales
especulativos, pero desde fines del siglo pasado su tipo de cambio ha sido
flotante, aunque intervenido ocasionalmente.
La clave está en que estos países implementaron sus
controles en contextos de crecimiento sostenido, mientras que en Argentina el
cepo se percibe más como una medida defensiva, en un contexto de elevada
fragilidad económica y baja competitividad estructural.
También hay algo de correcto en lo que sostienen el
Presidente y su equipo económico acerca de que una Argentina estable y
desregulada, con un Estado más chico (menor presión tributaria) y eficiente
(mejores bienes públicos), sería lo suficientemente competitiva como para
desenvolverse sin problemas con una moneda apreciada, pero el tránsito a esa
economía recién comienza. Y la pregunta es si con cepo y con un peso apreciado
es factible transitar ese camino y llegar a esa otra Argentina.
En particular, la apreciación real del peso se ha producido
con una velocidad pocas veces vista, una velocidad que supera ampliamente la
velocidad de la transformación económica. Y si bien les permite al Presidente y
a su equipo realizar comparaciones muy favorables, aunque de escaso rigor
técnico, en materia de mejoras salariales u otros indicadores de bienestar, la
expectativa de una eventual corrección cambiaria sigue condicionando la toma de
decisiones y los mecanismos de formación de precios.
No es casual o caprichoso que en el centro de los porqués de
la percepción de transitoriedad del programa se encuentre la actual política
cambiaria, o sea la continuidad del cepo y la apreciación real del peso. La
fase II implica por sí misma un bajo ritmo de acumulación de reservas, pero su
extensión indefinida en el tiempo significaría que las reservas netas del BCRA
permanezcan, también indefinidamente, en terreno negativo. Y en un contexto de
altísima incertidumbre climática y relativamente bajos precios de nuestros
productos de exportación (cereales, oleaginosas y energía), un peso fuerte y
encepado no es precisamente una invitación a mayor inversión, producción y
exportaciones. Esto es central respecto de la eventual duración de la fase II,
léase: ¿hasta cuándo es posible mantener sin cambios la actual política
cambiaria? El Gobierno habla de condiciones que hay cumplir para poder levantar
los controles y establecer una nueva política (la fase III). Pero no está claro
cómo o quién determinará que esas condiciones han sido reunidas (no hay
parámetros objetivos establecidos) y en definitiva la decisión será tan
discrecional como si dichas condiciones no hubiesen sido formuladas.
La apreciación
real del peso, en las actuales circunstancias, corre el riesgo de convertirse
en un factor que agrave las dificultades económicas en lugar de resolverlas. Para
que la estabilización sea realmente duradera, es necesario alinear las
políticas económicas con un marco que no solo busque controlar la inflación
anclando el tipo de cambio, sino que además fortalezca de manera sustentable la
competitividad estructural de la economía. Y si bien el Gobierno, a través de
la tarea del ministro Federico Sturzenegger, avanza diariamente en esa
dirección, todavía queda pendiente la discusión de cuestiones estructurales
claves que requerirán de modificaciones legislativas fundamentales. Una nueva
ley previsional, una reforma tributaria, una reforma laboral y un nuevo marco
para las relaciones fiscales federales son parte de la agenda que terminaría de
configurar la Argentina competitiva y exitosa a la que aspira el Presidente
Milei. Una Argentina en la que la fortaleza del peso sea la consecuencia de
dicho éxito y no el punto de partida o un insumo para su construcción. Pero,
obviamente, avanzar en esos frentes requeriría de un consenso político y social
que luce muy difícil de construir en el actual contexto de fragmentación y
confrontación política.
En síntesis, la velocidad con la que se ha apreciado el peso
en términos reales no refleja un cambio sustancial en los fundamentos
estructurales de la economía, sino más bien el efecto temporal de políticas
restrictivas y la introducción de medidas puntuales (como las derivadas del
blanqueo y otros incentivos impositivos) que no tienen un carácter permanente.
Estos factores pueden generar alivios momentáneos en ciertos indicadores, pero
es improbable que puedan sostener un escenario de estabilidad prolongada.
Publicado en diario Perfil.
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