Tiempo al tiempo
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
Cuando
Javier Milei ingresó a la actividad
política, la opinión pública, en general, estaba llena de expectativas. Se produjo un
hecho distinto en la política argentina: apareció un hombre nuevo sin
experiencia ni apoyo de un partido, solamente
mostraba decisión y coraje para volver a La Argentina a las ideas de la Constitución
alberdiana. Su personalidad no gustaba, de
lenguaje fuerte y muchas veces grosero, atraía a los jóvenes pero rechazaba a
un sector numeroso de los votantes. Su
llegada al poder produjo tremendo enojo en las fuerzas opositoras, en los
viejos políticos, dudas en los más por el escepticismo reinante, pero también nuevas esperanzas en quienes creían que un
político no tiene por qué ser forzosamente
el modelo ideal, sino quien debe conocer
bien los problemas del país.
Y aquí
está, hombre de soluciones rápidas,
drásticas, inmediatas; hay un sector proclive a soportar por inercia lo que no debería, que está impaciente porque no mejoran, pronto,
las cosas que permitió destruir durante décadas. A los
pocos meses mostró ansiedad e incomprensión creciente, sin
entender que para hacer visible
las reformas se necesitaba tiempo. Tanto para estabilizar la moneda, para
equilibrar la balanza de pagos, para detener el aparentemente incontenible alza de precios,
para convencer a quienes, por una u
otra razón, se oponen a las medidas que
la situación requiere. Sin embargo, los
hechos de hace unas semanas están indicando que está triunfando la sensatez y
el patriotismo: cuando dirigentes opositores
proclaman la necesidad de mantener empresas estatizadas y deficitarias, el
hombre común les está volviendo la espalda. Incluso, cuando sindicalistas vociferan en las calles y por los medios pidiendo altos salarios, valiéndose del gran sacrificio que sufrimos
todos y con más razón los sectores menos afortunados, muchos son los que no los acompañan. La
experiencia les ha enseñado que si bien se benefician como trabajadores, se perjudican como consumidores. Escuchan al Presidente,
quien a menudo explica algo ya evidente: ayudar solo a un sector pone sobre la
mesa inmoralidad porque perjudica a otro;
muestra también, que los números cantan con una lógica irrefutable.
Se ha
esperado un tiempo como pedía el Gobierno, la realidad está emergiendo, parte
de la oposición acepta, ante los primeros buenos resultados, el plan
económico y las severas medidas que éste conlleva. Por
supuesto, también se emiten opiniones
facilistas a favor de economías mixtas, las cuales desde hace años, por experiencia, se sabe que no funcionan. Muchos
dirigentes políticos y gremiales, artistas, escritores, no comprenden aún, que la iniciativa privada, el desarrollo y la multiplicación
de las sociedades por acciones, han
facilitado la creación de industrias aptas para la producción masiva. Es por
ello que llevan al alcance de personas de
recursos más modestos, cantidades y
variedades, cada vez más grandes, de productos y servicios a precios siempre más bajos. La producción
industrial no puede concebirse para un
mercado reducido, formado por unos pocos
compradores acaudalados. Para prosperar y reducir los costos de producción se
necesita que el mercado esté formado por millares de consumidores potenciales
con poder de compra. Opuestamente, con
un mismo nivel de producción y de intercambios, las aspiraciones de mejoras de
un grupo se cumplen siempre, a
expensas del perjuicio de otro grupo o de toda la sociedad. Es indispensable el
respeto por la propiedad privada y la eliminación del Estado como socio del
hombre de trabajo.
Milei está cambiando la política
internacional, es meritorio, el estado- nación es un marco estrecho para una
economía capitalista, para las
dimensiones de las empresas, los flujos de capital, el desarrollo cultural, de la ciencia y de la técnica, los cuales son
sin duda universalistas. La interdependencia critica y responsable, provisoria
y renovable, es el camino para una asociación de sociedades, a pesar de las
diferencias y los conflictos.
La
economía argentina exige un marco
institucional: un sistema abierto en transformación, además
de que las libertades civiles e individuales no se vean perturbadas por la
arbitrariedad del Estado. Ojalá el Gobierno se dé cuenta que es cardinal para el despegue, la calidad de la
Justicia. Preocupa la insistencia del
Presidente en promover, como juez de la
Suprema Corte al juez federal Ariel
Lijo, a pesar de la inconformidad de la mayor parte sana de la sociedad. Su
actitud ha llevado a pensar toda clase
de suposiciones que sería preciso evitar.
Por
otra parte, está siendo difícil tender un puente para cubrir la
brecha surgida entre la política económica del gobierno central y los programas
de varios gobernadores provinciales, ello
tiene un efecto de freno sobre el
programa global de gobierno. Por ejemplo,
la política de la provincia de Buenos Aires representa una considerable
carga sobre la economía, lo cual está lejos de ser apropiado para alentar a los
inversores nacionales o extranjeros e intensificar sus actividades en esa provincia.
Ignorando los intereses combinados del país, el Gobernador Kicillof está empeñado en introducir políticas anticuadas que van contra la realidad y
generan un ambiente de inseguridad en los círculos agrícolas, comerciales, e industriales. No quiere tirar del mismo
carro! Pero, tiempo al tiempo: cuando se comparen los resultados de la política del gobernador Kicillof y otros gobiernos provinciales, con la política nacional, se verá,
muy claro, que Javier Milei y su equipo han propuesto el único camino que puede seguir el país para
recuperarse. Cada vez la sociedad está más segura de que pretenden, sinceramente, promover el engrandecimiento económico del
país y que esa riqueza sea compartida por todos los argentinos, en vez de ir a un solo grupo de privilegiados.
El
país no está en condiciones de
permitirse el lujo de absurdos económicos, es inevitable que la gran tarea de la recuperación exija sacrificios, el
presupuesto nacional no puede seguir arrastrando el enorme déficit de las
empresas estatales; es obvio también que los presupuestos particulares no consigan
soportar el mayor incremento de cargas fiscales. Los sacrificios son exigibles cuando
se comprende bien su finalidad, dan resultados concretos y se vislumbra el fin
del penoso camino, recién lo estamos
comenzando a notar.
Milei ha reventado todos los globos
contenedores de mentiras de los gobiernos kirchneristas, pidió un tiempo, una tregua para poder
reorganizar al país, dejar de practicar el despilfarro, disminuir lo más
posible la inútil burocracia, el
personal y servicios ineficaces, mejorar las finanzas que iban derecho a la
bancarrota. Mucha gente ya está de vuelta de las panaceas siempre incumplidas, comprende una política de orden y de autenticidad,
apoyan esta orientación que ha triunfado, en el pasado y en la actualidad, en muchos países del Mundo. Por eso, el Gobierno está decidido a combatir todo lo
que anule los valores que hacen a la jerarquía y dignidad humana y a defender el incentivo individual en un clima de
libertad. Combate la arbitrariedad y prepotencia del Estado, la manía
planificadora, dirigista, y la acción directa con la que amenazan los grupos de
presión.
No entienden
la realidad quienes confunden las actitudes del Presidente, muchas veces
cuestionables, con su política, la cual
lleva hacia más libertad política y económica. El enojo que ellas suscitan hace olvidar que la tendencia del Estado es
invadir la sociedad civil, disminuir su espontaneidad y destruir los centros de
lealtad autónoma, surgidos espontáneamente de los intercambios. Tiende a multiplicar las reglamentaciones y
controles de sus cuerpos administrativos para dominar lo inesperado de la
sociedad. Es así como los que dirigen el Estado lo utilizan a su antojo tratando de extender sus funciones, bajo pretextos inventados, para poder exterminar todo centro de poder que
compita con él. Milei, esperemos no le tuerzan el rumbo, hasta ahora, promueve lo contrario - gusten o no sus
maneras- la institucionalización de la
propiedad privada, la cual, indudablemente,
diversifica el poder.
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