Un año de estabilidad económica con los políticos en el exilio
Sergio Crivelli


En julio, cuando llevaba siete meses en el Ministerio de Economía, Luis Caputo anunció que los dólares libres iban a “colapsar” y que se produciría una convergencia de hecho con el dólar oficial, lo que permitiría junto con otras condiciones macroeconómicas eliminar el cepo (ver “Inquietud por la revaluación”). 
En ese momento el blue estaba en 1.500 pesos, los periodistas “K” festejaban lo que preveían como una corrida cambiaria inminente y los economistas se burlaban en privado. El viernes la cotización del blue quedó a sólo el 1,5% de la del dólar Banco Nación. En cuatro meses bajó un tercio de su valor y la convergencia quedó al alcance de la mano.
Ese, sin embargo, no es el hecho más insólito de la performance económica del gobierno. El dólar libre en 1.050 pesos está en casi la misma cotización de diciembre de 2023 cuando Javier Milei recibió una crisis que parecía a punto de desembocar en otra hiperinflación. Durante el último año del gobierno de Alberto Fernández-Cristina Kirchner el dólar había aumentado el 211% y el Central estaba con reservas “negativas”, es decir, fundido.
En un año el gobierno compró 20 mil millones de dólares, bajó la inflación al 2,7%, hizo una poda de gasto público sin antecedentes que lo llevó a tener superávits gemelos desde el primer mes, pagó la deuda, no confiscó depósitos, cortó la emisión monetaria y comenzó a ver los primeros signos de reactivación en un plazo menor al esperado. 
Todo esto no se cansan de repetirlo el presidente y sus voceros. Lo que no dicen es que el efecto político fue más sorprendente que el económico, empezando por el hecho de que, a pesar de haberle recortado fondos a todos los sectores, Milei tiene más aceptación en su primer año en la Casa Rosada que Cristina Kirchner, Mauricio Macri y Alberto Fernández. 
Llegó al poder agitando una motosierra y no se equivocó sobre cuál era la demanda del electorado. A lo que hay que agregar que el orden fiscal provocó de manera inmediata un reordenamiento de las demás variables. El “fenómeno Milei” tiene varias facetas. En primer lugar, el presidente pudo ocupar el centro del escenario y definir la agenda. La oposición que esperaba echarlo en tres meses con paros, violencia en las calles y rechazos en el Congreso se fue apagando. Las marchas no sirvieron de nada, la CGT se rompió y los piqueteros fueron barridos por Patricia Bullrich.
Con la burocracia partidaria pasó algo similar. Primero absorbió a los representantes del PRO en el Congreso. Eso provocó la ruptura con Mauricio Macri que quedó expuesta con la pelea por el proyecto de ficha limpia. Pero el ex presidente lleva las de perder en esa pulseada.
Algo parecido pasó con el radicalismo. El bloque de Diputados se rompió y en el del Senado la libertad de acción es un hecho.
En el caso del peronismo consiguió el apoyo de los gobernadores, lo que le permitió aprobar la ley de bases y la de reforma fiscal y frenar las embestidas del kirchnerismo asociado con Lousteau, Carrió y la izquierda. El balance del año parlamentario fue más positivo de lo esperado por el gobierno, porque el establishment político quedó fuera de juego.
La única fuerza que le hizo enfrente fue el kirchnerismo que más que como un partido se mueve como una secta con una líder inapelable que toma decisiones por sí y ante sí y con un único objetivo: aliviar su cada vez más comprometida situación judicial. El problema es que se trata de una profeta en decadencia, que no puede presentarse a elecciones por lo único que importa: la Presidencia de la Nación.
Milei, jefe de un grupo que también tiene rasgos de secta, parece haber comprendido la situación y está convencido que ni el mejor economista (Caputo), ni la mejor operadora capaz de armar un partido nacional en seis meses (para él Karina Milei) podrán vencer al kirchnerismo, si no lo derrotan al mismo tiempo en la batalla cultural.
¿Qué entiende por batalla cultural? Varias cosas simultáneamente: la discusión ideológica contra el “wokismo”; el enfrentamiento con la “casta” que se niega a cualquier cambio y vive de los que pagan impuestos, la lucha contra el “centrismo” que siempre termina transigiendo con la socialdemocracia y con sus principios contrarios a la libertad individual.
Como había ocurrido con los economistas, los políticos y los medios también profetizaron su fracaso a corto plazo, pero los hechos demuestran que hoy la banca está en sus manos y el resto juega de punto. ¿Pudo lograr esto sin política? 
Milei se declara un “escéptico” del diálogo y del consenso y entiende la política como un juego de suma cero: el poder que no tengo, lo tiene mi enemigo. Eso lo lleva a un decisionismo férreo que es la causa y a la vez la condición de posibilidad de su éxito económico. Hasta ahora esa opinión no ha sido desmentida por los hechos.

Publicado en La Prensa.
 

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