¿De qué trata la guerra ruso-ucraniana?

Doug Bandow
Doug Bandow es un Académico Titular del Cato Institute especializado en política exterior y libertades civiles. Trabajó como asistente especial para el Presidente Ronald Reagan y editor de la revista política Inquiry. El escribe regularmente para publicaciones importantes tales como la revista Fortune y habla frecuentemente en conferencias académicas, universidades y grupos de empresarios. Bandow ha sido un comentarista regular en ABC, CBS, NBC, CNN, Fox New Channel, y MSNBC. El tiene un J.D. de Stanford University.
La paz fue una vez el objetivo de los estadistas estadounidenses. Hoy, sin embargo, prácticamente todos en Washington parecen estar a favor de la guerra. Lo mismo ocurre con el conflicto ruso-ucraniano. El deseo de Donald Trump de poner fin a la lucha ha causado un horror apenas reprimido.
Por desgracia, si, como se rumorea, espera lograr la paz amenazando a Rusia con un aumento masivo de la ayuda a Kiev, su esfuerzo está abocado al fracaso. Más ayuda no remediará la mayor debilidad de Ucrania: la mano de obra. Sin embargo, más dinero traicionaría a sus partidarios, que creían que votaban por America First, no por Kiev über alles.
Los argumentos a favor de la paz son claros. Estados Unidos corre el riesgo de que su guerra por poderes contra Rusia se recrudezca, al tiempo que empuja a esta última a establecer relaciones cada vez más estrechas con China, Irán y Corea del Norte. Además, Washington se dirige hacia la insolvencia, gastando casi un billón de dólares anuales para financiar su deuda, que aumenta rápidamente. Mientras tanto, Ucrania está siendo destruida.
¿Cómo justifica el establishment de Washington la última guerra interminable del Tío Sam? Con una serie de argumentos poco convincentes e incoherentes.
Rusia y Ucrania tienen intereses claros; todos los demás, no tanto.
Permitir que Rusia prevalezca socavará el "orden internacional basado en normas". Ese orden es un fraude piadoso, promovido por estados que inventaron reglas para su beneficio y las rompen cuando les conviene. De hecho, la primera administración Trump fue tristemente célebre por utilizar los derechos humanos como arma contra adversarios mientras mimaba a amigos más represivos. Los responsables políticos estadounidenses deberían preguntarse si el orden puede sobrevivir a las múltiples violaciones de Occidente.
La comunidad internacional no debe permitir que la agresión quede impune. La invasión rusa de su vecino fue injustificada. Sin embargo, Estados Unidos y Europa no son modelos de corrección. Como otras grandes potencias, encarnan el infame alarde ateniense: "El fuerte hace lo que puede y el débil sufre lo que debe". Occidente se opone a la agresión, excepto cuando no es así –como el desmembramiento de Yugoslavia por la OTAN, la invasión de Irak por Estados Unidos, la operación de cambio de régimen de los aliados en Libia y la brutal intervención de Arabia Saudí en la guerra civil de Yemen. Sólo en el último cuarto de siglo, cientos de miles de civiles han muerto en las guerras agresivas de Washington.
Una victoria rusa supondría una invitación abierta a posibles agresores. No sólo en uno o dos conflictos sino, argumenta Blank, "en toda Eurasia". Trudy Rubin, del Seattle Times , afirmó que un resultado así "señalaría la debilidad estadounidense". Eso alentaría un nuevo periodo de agresión por parte de Rusia, China, Corea del Norte y un Irán con capacidad nuclear. De hecho, Ucrania es la excepción y no la regla, cuando Occidente ayudó a un Estado víctima. Estados Unidos y los europeos se han negado sistemáticamente a actuar contra la agresión e incluso el genocidio en África, Oriente Medio y Asia, a menos que haya petróleo de por medio. De hecho, como ya se ha señalado, los gobiernos occidentales han ayudado a menudo a sus aliados y socios a cometer esos crímenes.
En cualquier caso, la mayoría de las agresiones son únicas y reflejan circunstancias locales con poca referencia a lo que ocurre en otros lugares. Consideremos los temores de que Xi Jinping se una a Putin como otro aspirante a Hitler e invada Taiwán. Pekín está más preocupado por sus capacidades que por las deficiencias de Ucrania. Además, los defensores de Taipei esperan que Estados Unidos vaya a la guerra para salvar al Estado insular si es invadido, precisamente lo que Washington se ha negado a hacer en nombre de Kiev. El hecho de que los estadounidenses no estuvieran dispuestos a morir por Ucrania debería plantear dudas sobre si estarían dispuestos a hacerlo por Taiwán.
No derrotar a Rusia la animará a intensificar su campaña contra Estados Unidos, en cooperación con otros antagonistas. Alexander Baunov, del Centro Carnegie, afirma que "Ucrania se ha convertido en un punto de inflexión en una lucha global entre la élite occidental y un nuevo orden liderado por Rusia: una vez que Ucrania caiga, Rusia espera tomar Georgia y cualquier otro territorio que desee, y venderse una vez más como un patrón fuerte a países de todo el mundo". Eso difícilmente describe a la Rusia de Vladimir Putin. Si tenía un plan secreto para la conquista del mundo, ¿por qué esperó casi un cuarto de siglo para desencadenarlo? Y si Moscú es tan temible, ¿por qué su patrocinio se ha limitado en gran medida a Estados parias?
Mark Rutte, el nuevo secretario general de la OTAN, es más concreto y advierte: "El hecho de que Irán, Corea del Norte, China y Rusia estén colaborando tan estrechamente. . . [significa] que estas diversas partes del mundo ... están cada vez más conectadas". Citó "la tecnología de misiles que ahora se está enviando desde Rusia a Corea del Norte, que está suponiendo una grave amenaza no sólo para Corea del Sur, Japón, sino también para el territorio continental de Estados Unidos".
Rutte confunde causa y efecto. Rusia abrazó a estos países en respuesta ala guerra por poderes de Occidente. En un principio, Putin no demostró hostilidad alguna hacia Estados Unidos o Europa. Fue el primer líder extranjero en llamar a George W. Bush tras el 11-S. Dos semanas más tarde declaró ante el Bundestag alemán: "¡La Guerra Fría ha terminado! ... Entendemos que sin una arquitectura de seguridad moderna, sólida y sostenible nunca podremos crear una atmósfera de confianza en el continente". Cooperó con Estados Unidos contra Irán, Corea del Norte y los talibanes. Incluso hoy Rusia y Estados Unidos no tienen disputas territoriales ni están inmersos en una contienda ideológica al estilo de la Guerra Fría. Resolver la actual guerra por poderes ayudaría a atraer a Moscú hacia el oeste.
Al respaldar a Kiev, Estados Unidos está debilitando a Rusia a bajo precio, una ganga para Estados Unidos. Utilizar a los ucranianos como carne de cañón en una guerra para engrandecer a Washington puede ser conveniente, pero es una atrocidad moral. Y lo que es más importante, como se acaba de señalar, Moscú no es un enemigo natural de Estados Unidos. La Rusia imperial era amiga de la joven república en todo el mundo, apoyando al gobierno establecido contra la Confederación separatista. También lo fue Putin, que también dijo a su audiencia alemana: "Nadie pone en duda el gran valor de las relaciones de Europa con Estados Unidos". De no ser porque Washington ha invertido la Doctrina Monroe en el sentido de que Estados Unidos tiene derecho a tratar no sólo a América Latina sino a todo el mundo como su esfera de interés, Washington y Moscú no estarían en una guerra de poder-plus por Ucrania. Poner fin al conflicto sería una forma mucho más barata de reducir la "amenaza" rusa.
La credibilidad de Estados Unidos y de la OTAN quedará destruida si Rusia triunfa sobre Ucrania. Kiev no forma parte de la alianza transatlántica. Estados Unidos y Europa no han hecho ninguna promesa de defender a Ucrania. De 2008 a 2022 los aliados se negaron a admitir a Kiev en la OTAN porque nadie quería luchar por ella. En los últimos tres años, los mismos gobiernos se negaron a intervenir en favor de Ucrania por la misma razón. Su derrota simplemente pondría de relieve la importancia de la entrada enla OTAN, precisamente el motivo por el que el gobierno de Zelensky quiere ingresar. Y por qué Putin no ha atacado a ningún miembro de la OTAN mientras intenta bloquear la inclusión de Ucrania. Ambos entienden la diferencia de pertenencia real.
Ucrania se ha convertido en "un baluarte estratégico de Occidente" que protege a Europa y al mundo libre de los ataques. Evidentemente, algunos analistas ven a Putin como Hitler, Stalin y Napoleón reencarnados colectivamente, dedicados a conquistar Europa y la mayor parte del mundo conocido. Así pues, "cualquier paz entre Ucrania y Rusia es sólo temporal", advierten Keith D. Dickson y Yurij Holowinsky, oficial retirado del Ejército y de los servicios de inteligencia, respectivamente. Stephen Blank, del Foreign Policy Research Institute, predijo de forma similar "una generación de guerra" para Europa. De hecho, afirmaba que las "ambiciones de Putin se extienden al Báltico, Asia Central, Moldavia y Oriente Medio, lo que supuestamente constituye las 'fronteras estratégicas' de Rusia, es decir, de la URSS".
Las imaginaciones se enfebrecen cuando las tropas marchan. Putin es malvado, no estúpido. La invasión de Ucrania por Moscú fue criminal, pero el presagio de nada más. Nunca prometió recrear el antiguo imperio ni actuó para reconstituir la Unión Soviética. Aunque a menudo se le cita diciendo: "Quien no echa de menos la Unión Soviética no tiene corazón", su siguiente frase se olvida con la misma frecuencia: "Quien quiera recuperarla no tiene cerebro". Una vez más, si el dictador ruso tenía ambiciones tan amplias, ¿por qué esperó hasta pasadas más de dos décadas de su presidencia? De hecho, sus tribulaciones demuestran la imposibilidad de la tarea. Incluso suponiendo que sus mermadas legiones, que sólo han ganado un modesto territorio ucraniano tras casi tres años de brutal guerra, pudieran improbablemente conquistar el continente, ¿qué esperaría conseguir? ¿Cómo gobernaría su nación sobre semejante territorio y población? ¿Cómo beneficiaría a Rusia destrozar Europa?
De hecho, detalló sus preocupaciones en materia de seguridad en el Foro de Seguridad de Múnich de 2007:
La expansión de la OTAN no tiene ninguna relación con la modernización de la propia Alianza ni con garantizar la seguridad en Europa. Al contrario, representa una grave provocación que reduce el nivel de confianza mutua. ... ¿Y qué pasó con las garantías que dieron nuestros socios occidentales tras la disolución del Pacto de Varsovia?
Estas opiniones son ampliamente compartidas en Rusia. El director de la CIA William Burns, entonces embajador de Estados Unidos en Rusia, informó en 2008: "La entrada de Ucrania en la OTAN es la más brillante de todas las líneas rojas para la élite rusa (no sólo para Putin). ... Todavía no he encontrado a nadie que vea a Ucrania en la OTAN como algo distinto a un desafío directo a los intereses rusos". Lo que importa no es lo que los funcionarios occidentales sostienen que los rusos deberían creer, sino lo que ellos creen.
Una paz que no sea la victoria traicionaría la "independencia, integridad territorial y supervivencia de Ucrania como Estado y nación". La mayor amenaza actual para Kiev y Occidente es la guerra. Al responder, Estados Unidos es responsable ante su propio pueblo, no ante el gobierno de Ucrania. Washington no está obligado a satisfacer las demandas de este último, ni a hacerlo para siempre. La realidad y la tragedia de la política internacional es que el interés siempre ha dominado y debe dominar. Si Estados Unidos no aplicara las reglas atenienses, todavía podría estar luchando en Vietnam, Líbano, Somalia, Irak, Afganistán e incluso en Rusia, que invadió en 1918 para ayudar a derrocar a los bolcheviques. Washington tiene la obligación primordial ante su propio pueblo de poner fin a las políticas que malgastan vidas y riqueza estadounidenses.
Cualquier paz que no sea la victoria "sólo será temporal", y permitirá a Rusia rearmarse y reanudar la guerra. Yuliya Kazdobina, del Consejo de Política Exterior del Prisma Ucraniano, sostiene que Putin no tiene ningún interés "en poner fin a su invasión". De hecho, insiste, "Putin ha demostrado repetidamente su compromiso de borrar a Ucrania del mapa". En tales circunstancias, cualquier conversación sobre un acuerdo de compromiso es peligrosamente ilusoria. Sin embargo, en su invasión Moscú no desplegó tropas suficientes para ocupar Ucrania. Al parecer, Putin pretendía dar un golpe de mano para imponer un cambio de régimen, el medio más sencillo para lograr el principal objetivo de Rusia, la neutralidad ucraniana. El ex secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, admitió que la exclusión de Kiev de la alianza, y no el engrandecimiento territorial, era la exigencia clave de Putin antes de la guerra. Este siguió siendo el tema central de las conversaciones de Estambul entre Rusia y Ucrania incluso después del inicio del conflicto. Si la paz diera este resultado, Moscú tendría pocas razones para reanudar la lucha. Los rusos han pagado un alto precio hasta ahora y Kiev, con el apoyo de sus aliados, también podría aprovechar cualquier pausa para rearmarse. De hecho, la ex canciller alemana Angela Merkel admitió que ese era el objetivo de los Acuerdos de Minsk, pacificar a Moscú y permitir al mismo tiempo a Ucrania prepararse para el siguiente asalto. Insistir en la victoria de Kiev es promover una verdadera guerra sin fin.
La guerra ruso-ucraniana es cara y peligrosa. Tras jurar su cargo, Trump no tendrá otra obligación más importante que abordar el conflicto y garantizar la salida de Estados Unidos. Su mayor obligación es para con el pueblo de esta nación.
Este artículo fue publicado originalmente en The American Conservative (Estados Unidos) el 9 de enero de 2025 y en Cato Institute.
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