Dolarización: Sí, es viable

Emilio Ocampo
Profesor de Finanzas e Historia Económica en UCEMA (Buenos Aires), donde también dirige el Centro de Estudios de Historia Económica.
En un artículo
titulado “Bimonetarismo, competencia de monedas y cómo bajar la inflación” (La
Nación, 25 de enero de 2025), el economista Miguel Kiguel analiza las
limitaciones y perspectivas de la actual política económica del gobierno y
propone algunas recomendaciones. Aunque no trata específicamente sobre la
dolarización, cuando la menciona incurre, a mi juicio, en algunos errores que
es conveniente aclarar.
Según Kiguel, “el
término competencia de monedas la [sic] puso de moda este Gobierno, que ante la
frustración de no poder dolarizar porque no había dólares en el Banco Central,
pensó que darle a la gente la posibilidad de elegir la moneda que prefiriera para
hacer transacciones y ahorrar iba a llevar a que se incline por el dólar. De
esa manera, la dolarización se iba a dar sola”. Mas adelante, se refiere
nuevamente a la dolarización y afirma que “suena atractiva y puede ser un
recurso de última instancia, hoy es inviable porque no hay dólares para comprar
todos los pesos en circulación”. Recalca además algunas supuestas desventajas
de este régimen monetario, especialmente las “limitaciones para poder responder
a shocks externos desfavorables y la falta de un prestamista de última
instancia”.
Antes de empezar,
corresponden algunas aclaraciones. La primera es de carácter semántico.
Monetarismo es una teoría económica asociada a Milton Friedman. Bi-monetarismo
sugiere doble monetarismo. El término correcto sería bimonetariedad. En cuanto
al término dolarización, admite múltiples significados y siempre conviene
aclarar. La dolarización de facto o espontánea es la adopción del dólar por
parte de la gente en reemplazo de la moneda doméstica (o sea bimonetariedad),
que como bien señala Kiguel es el legado de décadas de inestabilidad monetaria.
La dolarización oficial o de jure es otorgarle al dólar curso legal, lo cual no
necesariamente requiere quitárselo al peso. La Argentina está dolarizada de
facto pero no de jure. Esta incongruencia genera altos costos de transacción
para la economía y le resta efectividad a la política monetaria.
La segunda
aclaración es histórica. La dolarización oficial, tal como la proponíamos, era
y es viable, al menos en el plano jurídico y financiero. Como nunca participé
en una discusión con el presidente Milei al respecto, no puedo explicar las
razones por las cuales decidió no avanzar (¿o posponer quizás?) con esta
promesa de campaña. Quizás, al igual que Kiguel, creyó que no había suficientes
dólares para implementarla. O quizás juzgó que no estaban dadas las condiciones
políticas para hacerlo.
Kiguel
incorrectamente asocia la viabilidad de la dolarización al monto de reservas
netas reportadas por el BCRA. Su comentario me recuerda al del economista
ecuatoriano Abelardo Pachano, ex gerente del Banco Central del Ecuador (BCE),
quien diez días antes de que el presidente Jamil Mahuad anunciara la
dolarización, declaró de manera terminante que era imposible dolarizar porque
no había reservas. “Para dolarizar necesitamos traer 600 millones de dólares en
billetes para canjearlos con los sucres que tenemos los ecuatorianos en
nuestros bolsillos,” explicó Pachano. “¿Quién nos va a dar esos 600 millones de
dólares? (...) Yo no veo a la dolarización como algo lógico, factible,
recomendable”. Doce meses después de anunciada la dolarización, las reservas en
el BCE sumaban 1.197 millones de dólares y no quedaba ni un sucre en
circulación. Aclaro también que cuando se anunció la Convertibilidad en marzo
de 1991, las reservas netas tal como se definen hoy eran negativas (BONEX
incluidos). Es decir, con el argumento de Kiguel ni la Convertibilidad ni la
dolarización en Ecuador eran viables.
La realidad es
que con una dolarización oficial no sólo el banco central dejaría de existir
tal cual lo conocemos, sino también las reservas internacionales (aunque es
posible preservar ambos como lo hizo Ecuador). Según el razonamiento de Kiguel,
se necesitarían US$80.000 millones de dólares de reservas líquidas en el BCRA
para implementar una dolarización oficial. Esta cifra surge de dividir el M3 en
pesos privado por el tipo de cambio CCL. Pero según el último balance del BCRA
las reservas netas son negativas, ergo, es imposible dolarizar. Para quienes
estén aunque sea vagamente familiarizados con las experiencias de Ecuador y El
Salvador, esta línea de argumentación es fácilmente refutable.
El primer error
es sostener que bajo una dolarización hay que rescatar todo el M3 privado en
pesos. Esto implicaría una estatización de los depósitos como la que hizo Perón
en 1946. En realidad, el único pasivo que hay que (potencialmente) rescatar es
la circulación monetaria. Es decir, los billetes de pesos emitidos por el BCRA.
Pongamos las cifras en perspectiva: al 7 de diciembre de 2023, la circulación
monetaria convertida al tipo de cambio CCL equivalía a US$6.600 millones, un
mínimo histórico equivalente a poco más de 1% del PBI, un mes de exportaciones
promedio del período 2022-2023 y 1,4 meses de recaudación tributaria promedio
de 2023 convertida al tipo de cambio CCL. Pero no se necesitaban US$6.600
millones al anunciar una dolarización, ya que bajo nuestra propuesta la
conversión de los pesos emitidos a dólares era voluntaria y podía tomar varios
meses e incluso años. En cuanto al dinero bancario, tampoco hay por qué
rescatarlo, simplemente redenominarlo con una nueva unidad de cuenta: el dólar.
Lo cual no es tan complicado ya que casi un tercio de todos los depósitos están
denominados en dólares.
Solo en el
improbable escenario de una masiva corrida de depósitos el argumento de Kiguel
tendría algún sentido. Pero el sistema de reservas fraccionarias existe en la
Argentina y todos los países del mundo y la gente no sale corriendo todos los
días al banco para retirar sus depósitos. Lo que es aún más relevante a la
discusión es que hoy en la Argentina quien tiene dólares depositados en los
bancos locales, no pierde el sueño a pesar de que sus depósitos no tienen 100%
de respaldo (¡y parte del respaldo está depositado en el banco central, que
supuestamente ya no tiene los dólares!).1 Si todos los depositantes decidieran
mañana retirar sus dólares, los bancos no podrían satisfacer esa demanda. ¿Por
qué lo harían si el gobierno decide adoptar el dólar como moneda de curso legal?
La única razón sería que el gobierno regala los dólares. Es decir, los vende
por debajo del precio de mercado. No sería recomendable.
Otro error
consiste en suponer que los dólares que se requieren para implementar una
dolarización oficial son los dólares líquidos en poder del banco central (es
decir, lo que en la jerga se conoce como reservas netas). No me canso de
repetirlo: si es creíble una dolarización es auto-financiable vía un aumento de
los depósitos bancarios. Así ocurrió en Ecuador.
Una vez adoptado
el dólar como moneda de curso legal, la circulación monetaria pasa a engrosar
la deuda de un Estado que recauda todos sus impuestos en dólares. Ya no
importan las reservas. Mientras el monto de esa deuda no sea estrafalario (y en
una economía desmonetizada nunca lo es) no hay razón para que la gente crea que
no podrá ser cancelada. Como ya señalé, al 7 de diciembre de 2023 la
circulación monetaria apenas superaba 1% del PBI. Al 30 de enero de 2025, este
ratio se había triplicado, pero sigue siendo una cifra manejable.
Como han señalado
desde Keynes hasta Sargent, la viabilidad financiera de una dolarización
oficial (o de un régimen de convertibilidad con paridad fija) no depende tanto
de las reservas en el banco central como de la solidez fiscal. Es decir,
siempre será viable a un tipo de cambio de mercado mientras el público crea que
el gobierno mantendrá sus cuentas equilibradas. Más aún, si alcanza superávits
sustentables.
Contrariamente a
lo que afirma Kiguel, en el caso de la Argentina, dada la alta dolarización de
facto y una posición financiera internacional superavitaria de US$75.000
millones, la viabilidad de una dolarización oficial es función de la disciplina
fiscal, no de las reservas brutas o netas del banco central. En nuestro país
una dolarización oficial no implica imponerle a la gente el uso del dólar, sino
permitir la libre circulación de los dólares que ya tienen y cuyo valor duplica
o triplica el todos los pesos emitidos por el BCRA y multiplicados por los
bancos. Hay dólares, el problema es que los argentinos los mantienen fuera de
los bancos.
Es un error común
suponer que una dolarización oficial implica una cancelación inmediata de todos
los activos y pasivos del banco central y del sistema financiero. Es decir,
plantear un escenario de liquidación. En realidad, se trata de un escenario de
“operación en marcha” (going-concern). No lo digo yo, lo dice la experiencia de
Ecuador y El Salvador. Como ya lo he señalado en varios artículos, la
experiencia de ambos países demuestra claramente que una vez adoptado el dólar
como moneda de curso legal y una vez fijada su paridad con la moneda doméstica
a un valor de mercado, durante un tiempo ambas monedas continuan circulando y
no hay cancelación anticipada de pasivos, ni masiva fuga de capitales, ni
corrida de depósitos. Por el contrario, ocurre lo contrario, y, además, caen
las tasas de interés.
Aunque el
gobierno quisiera rescatar toda la circulación monetaria en pesos sería
logísticamente imposible en el corto plazo. En Ecuador se anunció la
dolarización el 9 de enero de 2000. Un mes y medio más tarde el Congreso
estableció por ley que a partir del 30 de junio los sucres en circulación
dejarían de tener valor. Es decir, había un incentivo poderosísimo para que la
gente canjeara cuanto antes todos sus sucres por dólares. Sin embargo, en la
fecha establecida se habían canjeado solamente dos tercios de todos los sucres
emitidos. Consecuentemente, para poder rescatar el remanente (y evitar una
bruta contracción monetaria) el gobierno se vio forzado a extender el plazo
tres meses más. En El Salvador, donde se adoptó un formato de dolarización
distinto, bajo el cual la moneda local no fue eliminada, el canje por dólares
fue voluntario y tomó cerca de dos años. Lo mismo sucedería con los
bancos y el resto de la economía, que continuaría funcionando como hasta
entonces, pero con una nueva unidad de cuenta y una nueva moneda de curso
legal. Los activos y pasivos no se cancelan, sino que se convierten a dólares.
La economía es un flujo circular. Mientras la actividad
económica no se contraiga abruptamente luego del anuncio de una dolarización
oficial, seguirá generando activos y pasivos financieros denominados en dólares
y se pagarán los impuestos en dólares. No hay razón para que se produzca una masiva
fuga de capitales, el otro “cuco” que esgrimen otros detractores de la
dolarización. Además, no hay que ignorar el papel que juegan las tasas de
interés como mecanismo equilibrador del mercado de dinero.
En cuanto a las supuestas desventajas de una dolarización
oficial que menciona Kiguel valen algunas observaciones. Primero, en una
economía desmonetizada y con pasivos altamente dolarizados como la Argentina,
la política cambiaria tiene muy poca capacidad de amortiguar shocks. El stock
de deuda en dólares es muy superior al M3 en pesos. Una devaluación incrementa
el costo financiero del sector público y privado y puede empujar a muchas
empresas a la quiebra, generando problemas en el sistema bancario. En vez de
amortiguar los shocks, la devaluación los profundiza. En cuanto al prestamista
de última instancia, es una ficción mientras que el Estado no tenga pueda
endeudarse a largo plazo en su propia moneda. En estas condiciones, lo único
que puede hacer el banco central es inflacionar. Puntualizar las limitaciones
de una dolarización oficial con relación a un régimen inasequible en la
práctica es la falacia del nirvana. Volvamos a la realidad.
Uno debe suponer que, dada su formación y experiencia,
Kiguel no ignora ninguno de los puntos señalados. Simplemente está en contra de
una dolarización oficial. Sostener de manera tajante que no es viable es una
estrategia muy efectiva para anular el debate sobre su conveniencia.
Contrariamente a lo que aseguran Kiguel y algunos
economistas, una dolarización oficial era y es viable en la Argentina. Hoy
requeriría bastante más dólares que en diciembre de 2023, pero la relación
costo-beneficio sigue siendo favorable a su implementación. Además, el gobierno
ha validado su credibilidad en el plano fiscal. Aunque incluso sería posible
hacerlo con restricciones a los movimientos de capitales y a un tipo de cambio
por debajo del mercado, no sería recomendable. La única limitante es política.
Pero dilucidar si una dolarización es políticamente viable no es tarea para los
economistas sino para quienes gobiernan y sus asesores.
En cuanto a la
recomendación de Kiguel para reducir la inflación –equilibrio fiscal sostenido
y una política monetaria creíble y duradera diseñada e implementada por un
banco central independiente– es como decirle a un obeso que para bajar de peso
tiene que comer menos. Verdad de perogrullo. Pero por algo nunca se pudo
implementar en la Argentina, donde el Congreso está obligado
constitucionalmente hacer todo lo conducente a preservar el valor de la moneda
y el banco central es relativamente de jure independiente, pero de facto está
siempre sometido al poder político. No es necesario dictar nuevas leyes o
reformar la Constitución para implementar la recomendación de Kiguel. El
problema es que, como decía Carlos Nino, somos un país enfermo de anomia
institucional en el que el principal violador de las leyes es el propio Estado.
Es el legado de décadas de populismo. Hasta que no nos curremos de esta
enfermedad moral, el banco central independiente seguirá siendo una quimera.
Este artículo fue
publicado originalmente en Dolarización en Argentina (Argentina) el 14 de
febrero de 2025.
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