El préstamo
Dardo Gasparré
Economista.


Como tantas veces en la historia desde Rivadavia en adelante, el bienestar y el progreso argentino parecen depender de un préstamo. No será esta vez de la casa Barings Brothers, como entonces, sino del infaltable FMI, el muro de los lamentos donde van a morir todos los experimentos keynesianos, cepalinos y de planificación central cambiaria que son una constante telúrica. 
Con la alegre irresponsabilidad que lo caracteriza, el ente burocrático internacional está cerca de redoblar su apuesta al país, confiado en que, esta vez, el experimento finalmente funcionará.
Esa erogación se hace, según el Gobierno, para “reforzar las reservas del Banco Central”, el mismo que, de cumplir en serio el Presidente con su promesa, metafórica y simbólica, ahora debería estar quemado, también metafóricamente, se entiende. 
La explicación de cómo se logrará ese objetivo pasa por una rara prestidigitación por la que el Estado se pagará a sí mismo su propia deuda en pesos con esos dólares, con lo que se fortalecerá el patrimonio del Central, y en consecuencia las reservas. Parece.
La pirueta es de por sí difícil de digerir, pero mucho más lo es el criterio de que mediante un préstamo se “fortalecen las reservas”, que es el mismo que sostuviera Martínez de Hoz hace casi 50 años, cuando también, como tantos otros, intentaba mantener anclado el tipo de cambio para impedir las subas generalizadas de precios. 

 Ancla maldita

El sistema del ancla cambiaria ha sido la herramienta favorita de todos los planes económicos que en teoría intentaron controlar la inflación. Inclusive la Convertibilidad usó tal criterio, apoyado en el concepto de que el país tenía tantas reservas disponibles que podía vender al tipo de cambio decretado por el gobierno todos los dólares que se demandasen, con lo que se eliminaba la posibilidad de una corrida porque los especuladores serían sancionados vendiéndoles a precio de remate (o sea el valor fijado a dedo por la burocracia) todos los dólares que quisieran. ¡Vaya sanción!
Ese concepto se está utilizando hoy, más allá de que no sea lo prometido en campaña, aunque la necesidad imprescindible de esperanza les haga creer a muchos argentinos que “se cumple a rajatabla lo dicho en campaña”.  
El mecanismo asume cinco premisas básicas: a) que da lo mismo si los dólares que se venden o comprometen a precio oficial son provenientes de un préstamo o de un resultado neto positivo de la balanza comercial; b) que las divisas que conforman las reservas y se sacrifican en ese proceso disuasivo son de propiedad del Estado; c) que no habrá especulación interna o externa que configure una apuesta contra esa pulseada, como ha ocurrido siempre en todas partes del mundo en que se aplica el control cambiario; d) que no existen los préstamos bancarios en pesos; y e) que no habrá interesados en postergar gastos presentes en pesos para comprar divisas esperando obtener una ventaja mayor. (Sin contar los eventuales contratos de venta de dólar futuro)
En el imaginario oficial, (de cualquier oficialismo controlador) se busca sancionar esa especulación haciendo bajar el valor de la divisa aún más, para lo cual se incurre en costos de intereses crecientes, en defaults y otros dramas. Todo ello sin tener en cuenta los efectos que esos procesos tienen en la desincentivación de inversión, creación de empleo, crecimiento y Producto Bruto. 
Por eso la explicación oficial de que al no haber déficit fiscal no ocurrirá lo mismo que en otros casos no suena pertinente, sin siquiera entrar a analizar si el déficit se eliminó definitiva y auténticamente o no. 
 
Y aquí es necesario insistir hasta el cansancio en algún concepto que la sociedad ha olvidado o no percibe porque casi nunca en su historia se aplicó un régimen de libertad cambiaria: salir del cepo no significa liberar el tipo de cambio ni tener un mercado libre de cambios. El cepo es una exageración del control de cambios que hace que en todo el proceso explicado más arriba el país se quede sin dólares. Porque los vende, porque desestimula su ingreso vía la fijación de un precio al que compra de prepotencia esas divisas de los particulares, porque no produce no exporta lo suficiente justamente por las mismas razones. 
Cuando ello ocurre, la divisa se debe racionar. Lo mismo que cualquier bien cuyo precio se controla en cualquier parte del mundo. Termina ajustando por cantidad, como todos saben, cuando quieren saberlo. 
Eliminar el cepo supone conseguir esos dólares para venderlos a quien los necesite, a quien quiere comprarlos con el propósito que fuera. Como no se pueden conseguir legítima y auténticamente por vía de la exportación e inversión, se piden préstamos para poder liberar el cepo. Y ahí se plantea otra disyuntiva: si se venden al precio controlado la demanda por causas diversas será tan alta que la pérdida del Estado será colosal. Hasta volver a agotar el stock de divisas y obligar a un nuevo cepo. 
O en su defecto se fomentará un mercado negro que elevará por encima de la lógica el valor de la divisa, creará más escasez de dólares y forzará a fijar un precio oficial más alto que impactará sobre los costos y la inflación. 

 Fracaso sistemático

No hay un solo caso en la historia en que los controladores hayan vencido en la pulseada a los especuladores ni a los atemorizados ni a los que no invierten para defender su capital. 
El temor del Gobierno es que la demanda insatisfecha que existe, más la especulación, más el temor, hagan que el tipo de cambio se dispare por encima de su valor real y entonces cree que tramitando un crédito que obre como un arsenal atómico estratégico disuada de cualquier ataque, porque siempre habrá dólares para rematar a precio de liquidación. 
Además de todas las consecuencias que ese criterio acarrea, ya explicadas, el método es de una precariedad tan notoria que siempre impide inversiones auténticas, o hace que las empresas que se radiquen necesiten grandes garantías, exenciones o prebendas para hacerlo. O cosas peores. 
Por eso es que hay muchos economistas que piensan que para salir del cepo hay que liberar simultáneamente el mercado de cambios. De nuevo. No es lo mismo. Un mercado libre de cambios significa que el Estado no interviene, ni es el único comprador y vendedor de las divisas como hoy. El precio de las divisas, como todos los otros precios de la economía, está determinado por el mercado. 
En esa instancia sí es importante que no haya déficit fiscal ni emisión a la violeta, para que el dólar no sufra los mismos efectos que cualquier producto por la inflación. 
Al mismo tiempo, al alejarse con esa libertad de mercado el fantasma de la escasez de divisas y las prohibiciones del cepo, también desaparece la especulación y el miedo al dedazo del estado en el tipo de cambio, que es lo que fogonea las corridas. 
O sea, salir del cepo no es lo mismo que tener un mercado libre de cambios, pero tener un mercado libre de cambios es fundamental para salir del cepo sin préstamos condicionantes, intereses, especulación, amigos millonarios, carry trade, defaults, acomodos, desestímulo de inversión y trampas diversas. 

 El mussolinismo se niega a morir

Si bien es cierto nada de lo que se dice aquí es una novedad, o se ha olvidado o no se quiere recordar, más allá de los pergaminos que exhiba o de los que se vanaglorie el Gobierno, y más allá de las propuestas originales de campaña, que el oficialismo jura sin vergüenza que no han cambiado.  
El tema no es una cuestión teórica ni de diferencias conceptuales. El tema es que el país tiene una estructura industrial prebendaria, falsamente libreempresaria y muchas veces corrupta, que nace con el mussolinismo peronista y dura hasta hoy, disfrazada de una creación de puestos de trabajo que es mentira y amparando siempre a socios y amigos del poder, que está intacta. Por eso es imprescindible tener un tipo de cambio que convenga a esa estructura, obviamente bajo el control de un Estado amigo, no importa quien gobierne, porque siempre su voluntad será tarde o temprano doblegada. Por eso tantos gobiernos no hacen lo que prometieron. 
Por eso es tan peligroso tener un Poder Ejecutivo influenciable, más allá de las groserías e insultos con los que el Gobierno finge firmeza, determinación y solidez de rumbo. Finalmente Argentina está ante la misma disyuntiva de siempre, confiando en que esta vez será distinto, como también se ha dicho hasta el aburrimiento. 
Se dice que las negociaciones con el Fondo, un secreto que abarca hasta el DNU que autoriza al Ejecutivo a firmar un acuerdo que el Congreso no conoce, (ni nadie), en monto, forma, condiciones, garantías ni en ningún otro aspecto, que teóricamente salvará al país por enésima vez, incluyen la prohibición de usar esos fondos del modo en que acá se describe. 
Dejando de lado el riesgo que tomaría el FMI al firmar un préstamo en contra de la Constitución Nacional (no ya de la Ley de Fernández-Guzmán) que dice que el Congreso arreglará la deuda nacional, que no es exactamente lo que se hace ahora, la historia también dice que esos condicionamientos se han burlado siempre. Seguramente esta vez será, también, distinto.
  Las explicaciones ofrecidas por el oficialismo de que no se trata de un aumento de deuda, como si fuera un simple rollover caen al primer soplido, como cayeron las explicaciones de Kicillof y otros negociadores kirchneristas con igual endeblez sobre los bonos PBI, de inflación, el caso YPF y similares. 
Casualmente, el caso de la expropiación de YPF, con un juicio cuyo costo ya asciende a 17 mil millones de dólares y subiendo, mas todos los juicios que se perdieron y pagaron y pagarán es otro elemento que el FMI debe sopesar antes de apostar al incendiado Banco Central argentino.
Paralelamente, hay una situación social que se prefiere no ver: el ahorro de la clase media, que permitió bancar el ajuste, se está agotando. La paciencia en esas condiciones puede seguir igual camino. 
El Presidente, fiel a la fe de la religión económica a la que se convirtiera hace pocos años, y como también se ha dicho acá hasta el aburrimiento, debe cambiar sus influencers y asesores. A menos que su plan sea repetir la historia ad inifitum.

Publicado en La Prensa.

 

Últimos 5 Artículos del Autor
[Ver mas artículos del autor]