Se viene una sociedad más bulliciosa …
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.


El gobierno cuando asumió no quería  llevar adelante un plan económico limitado, ya se había ensayado en el país y los resultados le hicieron un gran daño. Con poco apoyo en el Congreso pudo trabajar constructivamente y comenzar a resolver cuestiones fundamentales, iniciando el cambio del sistema estatista, intervencionista y dirigista,  responsable de desmayar la economía y las instituciones liberales promovidas por la Constitución de 1853. Confiado en alcanzar,  en las elecciones legislativas de este año,  más apoyo en el Congreso,  promete un nuevo capítulo para  liquidar problemas jurídicos, sociales,  y económicos,  que perturban la tranquilidad interior y afectan a la mayoría de los argentinos.  Pero, el  dilema del país,  aunque con más esperanza, sigue siendo el mismo: si se puede confiar en que se le permitirá al gobierno  enfrentar los problemas nacionales,  cuyas soluciones no pueden demorarse. Según las encuestas,  muchos sectores creen que Javier Milei  llevará adelante  un plan político más definido, y que actuará con decisión y valor civil para cumplirlo.
 
En un año electoral solo irresponsables pueden anteponer los cálculos electorales a los intereses generales. La gente no quiere un país exhausto, dividido, y enervado,  que atraiga males difíciles de calcular,  no está para discusiones académicas ni para ensayos teóricos, se deben resolver problemas que pueden gravitar decisivamente sobre el futuro,  en términos y plazos angustiosos.  Ello requiere la máxima concentración de todas las fuerzas activas, sin dispersión en luchas que pueden postergarse para periodos de mayor estabilidad y tranquilidad.  No atraen  a la parte madura de la sociedad  quienes,  en un clima de crisis,  van detrás de especulaciones electoralistas, las cuales nada traen para el porvenir de la República. Se sabe  quién es quién, por eso no debería tentarse el Gobierno en  ser atraído por quienes ya han comenzado  el periodo de disputa por el poder. Los que votaron por la actual alternativa,  no esperan  una actividad pasiva,  sino que continúe  resolviendo  los grandes problemas nacionales, enfrentando y aguantando la presión de la baja política y de una burocracia dotada de un formidable poder de resistencia.
 
Políticos y periodistas tienden a sustraerse del análisis de las dificultades buscando culpables sin notar siquiera a quienes tienen una mirada más serena y ajustada de la realidad. Hay que tener coraje para tomar al toro por las astas y no incurrir en falsos recursos de oratoria y propaganda. El problema de las inundaciones es un ejemplo: no es solución la casa de brujas o las declaraciones de los distintos sectores políticos intentando cortar cabezas opositoras.. Cuando la responsabilidad es del César hay que dársela a él y no a quien se tenga a mano como chivo expiatorio, eludiendo el fondo de la cuestión.  El problema de las inundaciones es problema técnico y económico, “sin plata” no se pueden encarar las soluciones con eficiencia, solo se podrá realizar lo elemental para que puedan volver los damnificados a sus hogares,  con alguna que otra ayudita del Estado y la descomunal solidaridad privada.  Mientras los órganos de difusión sigan  eludiendo el tema de fondo,   de ésta,  y  otras cuestiones del mismo tenor, Bahía Blanca y otras ciudades  seguirán  incubando nuevas tragedias. La política estatista,  dirigista,  e intervencionista  ha provocado tantas víctimas,  o más,  que las de la misma Naturaleza. Se necesitan decisiones que solucionen el problema en sus aspectos básicos y fundamentales, tomar medidas adecuadas para atenuar,  en lo posible,  los efectos perniciosos de las inclemencias del tiempo,  en vez de salir del paso momentáneamente. Pero, para ello, se necesita generar riqueza,  se podrá si se ayuda e insiste al gobierno actual  a que  apure todo lo posible el cambio estructural que prometió, es imprescindible, también,  para que no vuelva a votarse a la “casta”. Los que se enojan con la mención de este término,   no entienden,  con claridad,  el sentido que el Presidente le da,    propinándole tantos improperios. Para explicarlo,  sobre todo a los periodistas,  hay que enumerar lo que se considera Fuerzas del Trabajo: empleados, obreros, empresarios, profesionales, hombres de campo, estudiantes y demás personas útiles a la sociedad. Muchos de ellos,  que hoy apoyan con decisión a Milei,  han cumplido con sus deberes cívicos  a través de partidos políticos. Pero,  muchos de sus dirigentes, tal como los Kirchner, Massa, Moreau, Losteau y otros varios de la misma calaña,   no se han sentido miembros de esa gran colectividad. Por el contrario, se han comportado como una pieza extraña a las Fuerzas de Trabajo, como integrantes de una casta aparte, con intereses propios,  recurriendo a ellas sólo para obtener caudal electoral e ignorando sus verdaderos intereses e ideales.
 
 En general, aquellos que construyen con su trabajo la grandeza del país,  están expuestos,  constantemente,  a ser manejados por el Estado o por pequeñas camarillas sindicales que coartan su  libertad,  pretenden manipularlos como personas sin ideales  ni voluntad, como entes anónimos carentes de toda dignidad humana. Esa es la casta a la que se refiere Javier Milei. Los sindicalistas  líderes mafiosos, también forman parte de la misma.
 
Durante años “trabajador” es una palabra que ha perdido su  sentido. Cuántas personas holgazanas, perezosas y hasta delincuentes,  quienes constituyen la antítesis de lo que es un verdadero trabajador,  están ocupando cargos directivos en la pequeña política, tanto gremial como en la general.  Han sido y son enaltecidos por una propaganda subalterna que los representa como destinatarios y representantes auténticos de lo que es el trabajo. Mientras,  son relegados obreros capaces, leales,  y dispuestos a realizar una labor constructiva,  deseosos de progresar en un clima de orden y de superación en sus ocupaciones habituales;  en general todos aquellos que quieren construir para sí y sus familias algo que signifique un aliciente en la vida.
 
 Los argentinos se están hartando de que personajes inferiores, sin ningún ascendiente real, se hayan convertido,  por un sistema perverso y corrompido,  en personajes dotados de poderes increíbles, tal como los Moyano. Los caudillos sindicales de este tipo deberían ser barridos sin conmiseración, a menos que se les haga entender  la gran responsabilidad que tienen. En vez de esperar remedios de la vieja política,  tendrían que  ayudar a quienes están dispuestos a dar soluciones prácticas  y convenientes para todos y no solo para una pequeña minoría. Habría que dejar de tenerles miedo y aprender a enfrentarlos, tampoco se tendría que respetar al Estado si no lo merece. Corresponde a la sociedad animarse,  con las garantías que todavía da la ley,  a luchar contra ambos males. Va en ello nuestra oportunidad de construir un futuro de progreso de acuerdo con las posibilidades del país y nuestra libre iniciativa. También se incluye  el respeto que nos merecemos a nosotros mismos y a nuestra propia dignidad.
 
Es hora de reivindicar la palabra trabajador, el Gobierno tiene la facultad de crear las condiciones de progreso para que ello ocurra. Promovamos el gran cambio si vemos que se avanza hacia un sistema donde el gobierno no se entrometa en todo,  salarios, precios, realización de grandes obras y promueva la iniciativa de los trabajadores en todos los órdenes. Insistamos en que sean aprovechados los recursos del país y la incorporación de capitales para que podamos disponer de riquezas que eviten catástrofes naturales, frenen el alza de precios, mejoren salarios, combatan la carestía de vida,  entre otras fructíferas cosas. Si se logra riqueza se podrán reconstruir nuestros propios capitales y las Fuerzas de Trabajo permitirán al país salir del estado de languidez en que estamos. Abandonemos temores infantiles y prejuicios del pasado y hagamos un enérgico esfuerzo para que el país recupere el rango mundial que le corresponde entre las naciones civilizadas de Occidente.
 
 El Gobierno,  por su parte,  tiene el deber de esforzarse por recuperar la confianza disminuida por algunos errores que sembraron dudas sobre su honestidad.  No debería equivocarse más y  olvidar que el Estado además de  garantizar un marco normativo común a los miembros de la sociedad y ser  responsable del orden –aquí se apedrea hasta las ambulancias- también ejerce un efecto de demostración ético para toda la sociedad,  no solo por las consecuencias de sus acciones,  sino también como modelo de eticidad implícita. Un Estado arbitrario difunde ilegitimidad e ilegalidad, en cambio,  disminuyendo  la arbitrariedad,   el resultado es inverso. Si  se recupera la confianza y  apresuran  las condiciones que procuran capitales,  más fábricas, más producción y productividad, tecnología, combustibles y maquinarias, contaremos con mucha más demanda de mano de obra, mejores salarios,  y se evitará el peligro de la desocupación.  Como lo aseguró en la campaña, el Presidente debería  dejar atrás todo tipo de intervencionismo,  salvo el que permita ir hacia la libertad económica,  facilitar el libre juego del mercado y  la acción pujante de las Fuerzas del Trabajo, en procura del aumento de la producción y  la disminución de los precios.
 
 Se descarta que la parte más dura de la oposición continuará pronunciándose  en contra de cualquier  medida del Gobierno: la solución no es otra que la de  informar  objetivamente los problemas a la opinión pública, a fin de que  pueda participar activamente y constructivamente en las soluciones. Con respecto al PRO, se debería lograr consenso  en vez de soslayarlo; Mauricio Macri está mostrando a la sociedad un interés real por el país,   apoyando y dejando atrás cualquier tipo de resentimiento. Pero no hay  que seguir tirando de la cuerda: la política es alianza y acuerdos, mantener las relaciones amistosas con quien puede ayudar a la gobernabilidad, es imprescindible. El Carlos Menem de los 90 nos dio un paradigmático ejemplo.
 
Javier Milei tuvo el merito de iniciar una dura labor de ordenamiento de ideas y una más clara decisión de romper los mitos y prejuicios que protegían el menor esfuerzo,  francamente fáciles para cualquier fuerza política,  pero  camino suicida para el país. Comenzó un cambio necesario e impostergable. Pero,  el surgimiento del mínimo conflicto es atribuido,  inmediatamente,  por los que están empeñados en su fracaso,  a atribuirlo a la política de apertura de la economía, al liberalismo,  para decirlo con todas las letras. El objetivo es crear temor en el sistema,  que a duras penas, se está intentando imponer y que la gente vuelva a preferir el corral sin tranquera.
 
Se advierte una verdadera confabulación anti gobierno que está afectando al país. Cada sector tiene sus propios voceros caracterizados. Cada uno de ellos responde a  la conformación mental del sector que representan y con figuras visibles que personifican a dichos sectores. Algunos  Radicales, kirchneristas, fuerzas de izquierda, sindicalistas, tienen un importante apoyo de la prensa con ideas socialistas, en general. Les cuesta después de tanta prédica antiliberal y falta de conocimiento histórico, sumado al enojo que les provoca los epítetos del Presidente a sus personas,  entender que el progreso, sin duda,  vendrá del fortalecimiento de la sociedad civil, el libre mercado, la propiedad privada y el estado de derecho.
 
Por último lo más importante: si bien,  en general,  se sigue apoyando, con algunas dudas,  la política económica del Gobierno, buena parte de los argentinos tienen  muy presente la necesidad de mejorar la Justicia porque es la que nos permite defendernos contra los poderosos que pretenden hacer prevalecer el imperio de su fuerza o de su número.   La Justicia es la única protección efectiva contra las ansias de poder, por ello no olvidan que los hombres tenemos derechos por el solo hecho de serlo, es  la base de nuestra cultura occidental. Con ideas como esta se combatió la monarquía absoluta. Hay un cambio bienhechor,  también en este sentido: gobierne quien gobierne  la mayoría va a combatir todo intento de autoritarismo o totalitarismo, aunque sea enmascarado por políticas demagógicas,  como fueron las del  gobierno anterior.
 

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