La necesidad de una fuerza sólida liberal

Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
Es
preciso que un partido liberal, moderno
y democrático, crezca hasta ocupar un
espacio electoral significativo. De esta forma se podrán discutir alianzas y coincidencias de
distinto grado, alcance, y profundidad.
La
única opción adecuada que defina objetivos que se ensamblen, con viabilidad, dentro de la franja del liberalismo, es la que surja de una estrategia política y
electoral que parta de un diagnostico adecuado de los problemas del país. De ese proceso puede emerger una alianza
política con vía a lograr más apoyo para gobernar. En
política como en tantas cosas “se hace camino al andar” y no hay otra manera, en un contexto
de instituciones democráticas, que
buscar la permanente aproximación entre los dirigentes, la organización
partidaria y el electorado.
Hoy en
día, parece que el planteo de una fuerza representativa de la
franja liberal, sigue siendo incorrecto,
por ambiguo y carente de significación.
Lo que el país necesita no es una unión de un conjunto residual de dirigentes y
agrupaciones, sino una fuerza política que exprese una opción en la que predomine
ampliamente propuestas alejadas de las colectivistas
y corporativas.
La
misma expresión Centro enuncia, de por sí, el fracaso de querer convocar al electorado
detrás. El equívoco del Centro es múltiple:
lleva a la mala idea de unir dirigentes
sin electorado y descuidar a éste. Implica
pensar que todos los grupos centristas tienen una común vocación por ideas liberales y que el electorado que vota a
otros partidos no se identifica con ellas. Errores todos que han sido fatales: no todo el que se califica como Centro, en Argentina, es liberal, ni cree en el mercado, ni es moderno
ni es portador de propuestas eficientes para resolver la crisis nacional.
Si el
Centro se une, no es más que un asunto práctico. Algunos de los partidos de
centro quizá no comulguen con estas ideas y ni siquiera pretenden integrar una
fuerza política liberal y democrática. Están en su derecho, pero no
puede constituir un obstáculo a la consolidación de una alianza que lleve buenas ideas al país. Ésta debería hacerse con los que creen
en ella, tienen vocación y condiciones
políticas anteponiendo las exigencias de Argentina a las mezquindades
personales.
La
idea de construir una alianza partiendo de la ambigüedad es un fracaso para las acciones del futuro. Hoy sabemos que un partido, solo haciéndose
fuerte, podría negociar mejor cuando se presentara la oportunidad y hacer
factible ofrecer al país un programa de gobierno, un horizonte y un derrotero digno del mundo que nos toca
vivir.
No se
debería dejar entre renglones que solo la libertad indivisible nos puede llevar
al progreso económico y a la unión nacional. Ella requiere de la Constitución y del Congreso: el
pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes, éstos están en el Congreso. Las consultas y
conversaciones con los diferentes partidos sirven, aunque sean grupos sin representación parlamentaria,
por su carácter informativo. Pero si Javier Milei, en las próximas elecciones
legislativas, consigue más apoyo para gobernar, la sociedad exigirá que recurra, como
manda la Carta Magna, al Congreso. Son las buenas leyes las que
consolidarán los cambios positivos, mucho más que los DNU. Lo que está en juego es más que la suerte
electoral del gobierno, es más que la solución de los graves problemas que
enfrenta el país, es el futuro institucional, el camino por el que transitaran millones de
argentinos después de un profundo desorden económico y social. A nadie se le escapa que la democracia es
frágil, y que robustecerla es fundamental,
exige el esfuerzo de todos y en todos los planos durante mucho tiempo. El
Gobierno debe comprender su papel al respecto: dejar de actuar como si hubiera enemigos del país que
acechan en todos lados. Su papel es ser eficiente cuando da los pasos
imprescindibles para aventar, con hechos
y realizaciones, los peligros que
todavía están pendientes.
Más de
la mitad de la sociedad reconoce que la responsabilidad de la difícil
situación actual se debe a quienes contrajeron las agobiantes deudas que
hoy se están refinanciando y que por
muchos años deberán pagar los
argentinos. Fueron contraídas a raíz
de fundamentales errores de política
económica, del deseo de ocultar la inflación y de la mentalidad “desarrollista”
infiltrada en las empresas estatales y en los políticos, quienes dieron lugar a toda clase de sobredimensionamientos,
pérdidas, y despilfarro.
Javier
Milei intenta revertir la orientación
general que imperaba, hay más políticos que, como él, están
dispuestos a jugarse por el ideal de la
sociedad liberal en la que creen, antes
de transigir con las imposiciones de los sectores sindicales y de los políticos
kirchneristas y peronistas. Unidos deberían luchar contra un nuevo avance de
esas fuerzas, las cuales no hacen más
que intentar destruir el país. Sin dejar
de lado la coherencia ideológica y de principios, juntos,
podrían hacer entender a la gente
que no se puede bajar la inflación con más inflación, combatir el populismo con
más populismo y a los privilegios con
más privilegios.
Ya se
perciben cambios positivos en Argentina, no solo en el área económica: el 24
de marzo, por ejemplo, se mostró una sociedad más madura, interesada por la verdad histórica.. No fueron
pocas las voces que exigieron se reviera
el tema de la lucha entre militares y terroristas, que se diera a conocer la otra cara de la moneda. Era hora,
sin dejar de repudiar todo tipo de
crimen, no se podía seguir ocultando buena parte de los sucesos que condujeron
a la desaparición de personas y otros abusos. Había que ubicarlos en su justo
marco. Hoy se puede decir, sin temor, que ellos fueron respuesta a la necesidad de
la sociedad argentina de defenderse contra el ataque solapado de la subversión,
la cual convirtió a nuestro país en un cruento campo de batalla.
Una de
las cosas que exige la consolidación de la democracia es el mayor cuidado de no convertir en mártires
a quienes se propusieron, a cualquier
costo, destruirla. No se debe permitir,
en el futuro, que los valores
esenciales de la República democrática sean pisoteados por ideologías contrarias
a la idea de la libertad y exaltadoras
del totalitarismo. Tampoco, dejar que
nuestros hijos sean arrastrados al camino de la violencia ciega del mesianismo revolucionario.
Pocos recuerdan cuantas personas de prestigio
como,
por ejemplo, Ernesto Sábato, hicieron
apología de los jóvenes terroristas muertos, sin decir una palabra sobre los
que murieron en manos del terrorismo: fueron cómplices pasivos o activos de
destruir la República.
Es conveniente advertir a la actual conducción la necesidad, ineludible, de terminar con el daño que han producido
políticas educativas embanderadas en ideologías y comprometidas con intereses partidarios. Se engendraron
maestros plegados a las políticas de turno, quienes promovieron la violencia
desde las aulas, comprometiendo la salud,
física y mental, de toda una generación. Se hace imprescindible
aunar todos los esfuerzos para devolver a la educación la jerarquía que durante
mucho tiempo exhibió: darle un alto grado de eficiencia, con contenidos
amplios y un margen de calidad que
permita la aparición de hombres cultos, alejados de las imposiciones de un Estado
todopoderoso que corroa las iniciativas individuales. La educación debe estar
más allá de lo inmediato, estar a resguardo
de las circunstancias de cada época sin que ello signifique desconocerlas.
Son
muchos los que comparten los principios liberales que defiende el Presidente,
aunque en la práctica se cometan algunas
desviaciones, a veces impulsadas por el
entorno más cercano. Se aplaude la titánica pelea contra el déficit fiscal, producto de
políticos que utilizaron la vía del gasto púbico para satisfacer sus
intereses y las irresponsables promesas electorales, expresión de pura demagogia. El presidente
lleva todos sus esfuerzos a terminar con la inflación, no debería, ahora, esperar
que pasen las elecciones legislativas para
cambiar la política cambiaria, dejando que continúe la pérdida de
reservas que afecta, tanto a
importadores como a exportadores. Y, si apurara
las reformas estructurales, como
prometió en el Pacto de Mayo, mejoraría la competitividad y disminuiría el
riesgo país, con lo cual aumentaría lo que no debe perder: la
confianza.
Se viene una segunda etapa, con el desgaste que
conlleva dos años de gobierno. Se necesitará
ir más rápido hacia una economía
capitalista, obtener resultados positivos que permitan un mejor
nivel de vida. También aumentar el apoyo con los que aceptan un programa liberal
teniendo presente el Principio de Reciprocidad, sin el cual no existe relación
sana ni duradera.
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