Trump y el giro proteccionista: la “batalla cultural” de los aranceles desafía el libre mercado

Alejandro A. Tagliavini
Senior Advisor, The Cedar Portfolio. Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland (California). Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
El concepto de
“batalla cultural” suele explicarse como la búsqueda de hegemonía ideológica,
un término tomado del pensamiento de Antonio Gramsci. Esta noción no luce
desacertada para analizar el momento actual, especialmente al observar cómo
esta lógica se traslada a la política económica.
Desde la
perspectiva de la filosofía clásica -empezando por Aristóteles- el desarrollo,
tanto en la naturaleza como en la sociedad, responde a una lenta maduración
interna. Un niño se convierte en adulto a través de una evolución gradual,
nunca por un salto abrupto. Las revoluciones violentas, lejos de promover un
progreso genuino, tienden a destruir. El caso cubano demuestra con claridad que
la imposición forzada no sustituye la madurez ni suma bienestar.
En la sociedad sucede
algo similar: el verdadero avance suele encontrar resistencia inicial, como
sucede con las ideas de los llamados “genios” en distintos campos. El propio
Einstein, como muchos otros, fue inicialmente incomprendido. El tiempo y la
maduración social terminan validando estas innovaciones, nunca la imposición ni
la precipitación.
Aristóteles
también señaló que la violencia opera en contra de los procesos naturales.
Aplicada a la cultura y las ideas, toda imposición coactiva resulta
incoherente. Cuando el Estado, definido por Weber como el monopolio de la
violencia, pretende conducir la batalla cultural y marcar un rumbo ideológico,
inevitablemente enfrenta reacciones contrarias.
El caso de Donald
Trump es paradigmático: enarbolando una batalla cultural fundamentalmente
dirigida contra movimientos como la agenda “woke”, terminó generando una
oposición latente que puede tener un efecto bumerán a mediano plazo. Medidas
como la que restringe el acceso de estudiantes extranjeros a universidades
estadounidenses -llegando al extremo de afectar a miembros de la realeza
europea- muestran el nivel de intervencionismo alcanzado.
En este club de
líderes que promueven la batalla cultural aparece también Javier Milei, aunque
su enfoque privilegia la disputa económica.
En Argentina,
Milei ha enfrentado el rechazo de sectores que en principio acompañaron su
elección. En provincias como Tierra del Fuego, el descontento con políticas
autodenominadas “liberales” evidencia que muchos de sus votantes no compartían
una verdadera convicción por la libertad económica.
Por otro lado,
distintos sectores académicos se mostraron ambiguos. Algunos economistas,
autoproclamados defensores del libre mercado, avalaron controles cambiarios
como el cepo, justificados de manera “circunstancial”.
Esta
contradicción también alcanzó a la política impositiva, apoyando subas
temporales de impuestos, e incluso defendiendo el giro proteccionista impulsado
por Trump, a pesar de sus fundamentos contrarios al libre comercio.
El corazón del
problema es claro: si un país importa productos más baratos, sus consumidores
se benefician directamente. La diferencia de precio constituye un ahorro para
la población, que puede destinar esos recursos a otros consumos, inversiones o
ahorros, lo cual termina dinamizando y expandiendo la economía nacional.
Incluso cuando
estos bienes llegan subsidiados por el país de origen, lo que reciben los
consumidores locales equivale a una transferencia sin costo.
Desde esa lógica,
la defensa de los aranceles solo encuentra justificación en los intereses de
ciertos sectores protegidos, no en el bienestar general. La argumentación de
Trump sostiene que los gravámenes equilibran las cuentas externas, pero en la
práctica, los ajustes del comercio los realiza el propio mercado: ningún agente
puede gastar indefinidamente por encima de sus ingresos sin sufrir las
consecuencias.
Imponer barreras
comerciales con el objetivo de negociar mejores condiciones con otros países
tampoco resiste el análisis. Si el adversario responde del mismo modo, el
primer afectado será el consumidor local, que tendrá menos variedad, costos más
elevados y menor poder de compra.
Además, al
restringirse la demanda externa, los precios tienden a bajar puertas adentro,
pero ese desahorro se traslada en menor incentivo para la producción local.
Cualquier
política enfocada en aumentar la competitividad debería priorizar una baja de
impuestos y una desregulación genuina. Solo así se reducen costos y se expande
la actividad económica. Incluso si las barreras terminan levantándose luego de
un periodo de conflicto, el perjuicio para la economía ya habrá quedado
instalado.
Otra
justificación frecuente apunta a la supuesta generación de ingresos fiscales a
través de los aranceles. Esta lógica olvida que esas recaudaciones extra provienen,
en última instancia, de los bolsillos de los consumidores y empresas locales,
que terminan asumiendo el costo.
El argumento
sobre la repatriación de empleos manufactureros tampoco resiste la comparación
histórica: importaciones de bienes de menor precio impulsan inversiones,
aumentan la capacidad adquisitiva y, a largo plazo, amplían posibilidades de
empleo y desarrollo tecnológico.
La historia
agrícola en Estados Unidos es elocuente: de 65% de la población dedicada al
campo en 1850 se pasó a 3%, acompañando el proceso de industrialización, con
más alimentos y mejores resultados para la economía.
El giro
proteccionista complica además a la industria local, que depende de insumos
importados.
Suba de aranceles
y reglas migratorias más restrictivas encarecen la estructura de costos y
achican la oferta de mano de obra, restringiendo competitividad. Datos
oficiales marcan la tendencia: mientras que en 1970 un cuarto de los
estadounidenses trabajaba en manufactura, hoy esa proporción es de apenas 8 por
ciento.
Los adelantos
tecnológicos y la globalización explican este cambio. El reemplazo de tareas
rutinarias por trabajo intelectual, el auge de la robótica y la inteligencia
artificial, lejos de engendrar desempleo, activan nuevas áreas, adelantan
procesos de innovación, estimulan inversiones y expanden el mercado laboral
hacia el conocimiento y los servicios.
La verdadera
transformación se produce por evolución y apertura, nunca por cierre o
imposición. La “batalla cultural” traducida al proteccionismo económico
encierra viejas trampas y limita las oportunidades que brinda una economía
abierta al mundo.
Publicado en INFOBAE.
Últimos 5 Artículos del Autor
15/08 |
Becas especiales: Conferencia Mundial de Liberty International - Buenos Aires 2025, 15-17/08
.: AtlasTV
.: Suscribite!
