Defendiendo la
Libertad en Argentina
desde 1998

Karl Popper, siempre vigente.

Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
Karl Popper, del que Guy Sorman decía que era el más grande filósofo contemporáneo,  Raymon Aron lo consideraba su único maestro y Hugh Thomas admiraba como tantos pensadores que conocieron su obra, motiva esta nota. Pocos son los liberales que en Argentina le dan la importancia que tiene como el máximo teórico del pensamiento político. Se prefiere, por lo general,  las opiniones de otros pensadores menores que, si bien, son bastante reconocidos,  no pueden competir con el gran filósofo del siglo XX.
 
En un reportaje que los periodistas Marcelo Pera y Corrado Augias  hacen en 1990,  para la revista Gente, Karl Popper hace un buen resumen de lo que pensaba sobre  el desplome de la URSS y de las hipótesis que aventuraba sobre su futuro. También responde a temas que tienen vigencia en la actualidad. Creo que es una buena idea resumirlas aquí.
 
Consideraba que la perestroika, o sea la reestructuración de la URSS,  había sido, sin duda,  una verdadera revolución, pero que como todas ellas llevaba implícita  incertidumbre sobre el futuro.  Por ello  creía que no podía hacer previsiones, ya que en función de las experiencias del pasado la historia nos decía que fueron pocas las que consiguieron,  al final,  algo parecido a lo que los jefes revolucionarios habían pretendido. Tal era el caso  de las que terminaron en dictaduras militares como sucedió en Francia con Napoleón, cosa que,  en el caso soviético,  opinaba,  no debía excluirse. Pensaba que siendo en ese momento la fuerza militar soviética la más grande del mundo se imponía la pregunta de si iba a ser posible  que dos circuitos industriales separados, uno para  las actividades civiles,  y otro para las militares podrían ser reconvertidos o unificados y,  si Gorbachov no encontraría resistencias en ese sector. Eso lo inquietaba.
 
El entendía que las únicas revoluciones que habían alcanzado sus fines eran la inglesa de 1688 y la norteamericana de 1776. Pensaba que la verdadera característica de la inglesa había sido la lucha entre católicos y protestantes y que antes de la llamada Glorious Revolution, hubo una serie de actos preparatorios. En cuanto a la revolución norteamericana creía que había sido,  en cierto sentido, la continuación de aquella, aunque las circunstancias fueran totalmente diferentes. El dato común que le encontraba Popper era que multitudes de personas tenían una fe religiosa o civil para proponer y perseguir, eran revoluciones realizadas en nombre de algo. En cambio,  en la URSS, la fe en el marxismo se había agotado,  tanto en el pueblo como en los aparatos burocráticos,  y,  en ese momento,  no estaban en condiciones de mover o estimular nada. Era lo que impedía una comparación. Apreciaba que se estuviera dando una revolución sin el derramamiento de una sola gota de sangre, pero llamaba la atención sobre los aspectos menos notorios de dicho acontecimiento. Popper consideraba que la decadencia del imperio soviético estaba bajo los ojos de todos pero había que preguntarse cuál sería el resultado final y que era válida,  también,  la hipótesis de que podía terminar en una dictadura militar.
 
Se refiere en la nota a Marx,  al que atribuía ideas maravillosas pero falsas, a su juicio, allí,  durante décadas,  había tenido vigencia el infierno político, antítesis de lo que  pasaba en Occidente. Creía que la sociedad Occidental era la mejor que existía, a pesar de que los intelectuales y periodistas no se cansaran de repetir  que vivimos en un infierno. Lo consideraba un error sobre todo si se la confrontaba con la Uniòn Soviética, mal llamada hasta hacía poco por los socialistas “el paraíso en la tierra”.
 
La sociedad abierta, como él la llamaba, la que nace en Grecia fruto de un largo proceso histórico y en la que tuvieron vital importancia los libros comerciales y la imprenta, en cambio, era para él la antítesis de la soviética  porque es una sociedad ansiosa, responsable, se ocupa de los desheredados y menesterosos y está dispuesta a ser mejorada y a nuevas reformas; la consideraba la mejor que ha existido en toda la historia de la humanidad. Aunque no negaba los muchos problemas y dificultades, ni los bolsones de pobreza que aún existen en áreas de los continentes extraeuropeos donde no se ha vivido un desarrollo histórico armonioso, coherente, la realidad indicaba que no era el purgatorio como muchos creían. En cuanto a la desigualdad en el reparto de la riqueza y la corrupción, mal tan temido, indicaba que la corrupción ha existido siempre, lo ejemplificaba con La Ilíada, la cual comienza con un caso de corrupción, desde el momento en que Agamenón aprovecha su poder para llevarse consigo a Aquiles y a Briseide. Pero,  subrayaba,  que en los países democráticos, donde existe un cierto control público, la corrupción, por lo menos en parte, era castigada, en cambio,  donde no existe,  la corrupción se transformaba en impunidad.
 
En cuanto a la justicia social y a los pobres, otro tema de actualidad,  aseveraba  que en Occidente el problema económico ha sido sustancialmente resuelto porque en los países industrializados,  al sistema capitalista los pobres no le sirven. Pensaba que donde  todavía existen es por un error, no por necesidad, y ello  podía corregirse. Es cierto,  reflexionaba Popper,  que persistían diferencias y personas relativamente más pobres que otras, pero era indiscutible que en el mundo hay más justicia y libertad de la que había antes. Le extrañaba que  la gente no lo comprendiera y fuera poco agradecida al proceso que la humanidad ha vivido hace tan poco tiempo, un proceso sin precedentes por el bienestar que acarreó debido a la ciencia y a sus aplicaciones o sea,  a la tecnología. Un mejoramiento de dimensiones planetarias que ha permitido a millones de personas vivir como nunca lo habían hecho antes, desde que el hombre apareció en la tierra.
 
Con respecto al argumento contrario que esgrimen muchos, o sea que la tecnología arruina el planeta, lo refutaba. Lo consideraba solo  un mito que se ha creado porque creer en la razón es muy difícil. En cuanto a los agujeros de ozono y los desiertos más expandidos sobre los que se le pregunta,  Popper responde que la vida cometía errores y creaba problemas para la vida, pero ésta había creado un mundo fundamentalmente adaptado a ella,  solo la tecnología podrà consentir la reparación de los errores cometidos por la misma tecnología. Mencionaba,  como ejemplo, que   en EEUU,  había permitido recuperar situaciones ambientales que parecían desesperadas. Afirmaba,  que se debía rechazar,  por erróneo,  el planteo según el cual la tecnología es nociva, sostenía que los que pensaban que se tendría que volver a  los tiempos primitivos, no consideraban que,  en los hechos,  querría decir suprimir buena parte de la humanidad existente,  porque,  sin tecnología,  millones de personas se morirían de hambre.
 
Opinaba que una batalla justa sería combatir contra un excesivo aumento de la población,  un problema médico y tecnológico que no estamos en condiciones de resolver. Aunque según los católicos es un problema moral, pensaba que la Iglesia debería cambiar su actitud o  se dañaría, incluso, a sí misma. Le preocupaba uno de los problemas cruciales para el futuro,  solo parcialmente moral y,  sin duda,  no un problema político de la especie humana pero sí médico y tecnológico,   la reducción de la población total.
 
Con respecto a otro tema de actualidad, al que sì consideraba un problema moral,  el aborto, respondía que no habría necesidad de recurrir a esa práctica,  si existiese una suficiente enseñanza tecnológica y médica. Lo veía,  más que desde el punto de vista de la mujer,  desde el derecho  que tiene el niño de ser amado. Es inimaginable, señalaba,    como,  por ejemplo, en Gran Bretaña y otros países europeos están difundidos la crueldad y la violencia contra los niños. Sostenía que ninguno debería nacer de una mujer que quiere liberarse de un embarazo no deseado, pues cada criatura que viene al mundo debería tener razonables esperanzas de ser amado.
 
En cuanto al futuro decía no saber nada, por ello creía que era mejor detenerse en el presente. Lo que más le preocupaba era la constante insatisfacción de sus contemporáneos,  explicaba que  juegan  en ello  un papel decisivo  los medios de comunicación masiva creando una histeria colectiva sobre nuestra pretendida mala situación. Le afligía que nadie dijera, no obstante el vertiginoso aumento de la población, que el mundo industrializado había derrotado el problema del hambre y que esto era posible,  también,  para el mundo subdesarrollado. Invitaba a comprobarlo  a cualquiera  que decidiera recordar el camino que el primer hombre había hecho hasta la actualidad. Hacía notar que existían, en el mundo de hoy,   para la mayoría de los hombres,   oportunidades físicas, económicas e intelectuales que nadie había tenido jamás. Recuerda, en ese entonces con 87 años, el tremendo rol de las mujeres en la sociedad en la que nació: cuando era chico existían todavía las mujeres esclavas, las trabajadoras prisioneras de un destino servil, hasta que las que liberó la tecnología. Las mujeres que trabajaban tenían un día de descanso cada dos semanas, el resto del tiempo trabajaban del alba al anochecer. Debían obedecer a cualquier orden que se les daba, incluidas las prestaciones sexuales. Esto que hoy no existe, es el legado de nuestro tiempo el cual,  deseaba el Maestro, pudiese ser extendido a las generaciones que vendrán. Observaba con claridad que las oportunidades estarán del lado del dominio de la ciencia y la tecnología.
 
Ojalá esta nota valga para incentivar la lectura de sus libros y a rechazar como èl bien decía  el mito irresponsable y hasta criminal de presentar a nuestro mundo a los jóvenes como un mundo horrible y miserable viciado por la ciencia, por la tecnología y por la industria, grotesca falsedad que ha llevado a la desesperación y a las drogas a personas jóvenes cuyos ojos permanecen cerrados a la maravillosa belleza del mundo en que vivimos, abierto y lleno de oportunidades, muchas más de las que han existido nunca sobre la tierra. Popper denunciaba la  responsabilidad de los intelectuales al no apreciar los grandes logros de nuestra cultura, cerrando los ojos ante ellos socavando, de esta forma,  nuestros limitados pero importantes éxitos. Creía que los pesimistas y profetas de hecatombes era una forma de suicidio: rendirse moralmente en representación de Occidente, sin luchar por un mundo mejor,  era también equivalente a abandonar a los jóvenes.
 
Una sociedad abierta,  explicaba el filósofo,  conlleva por ser real mucho irracionalismo, por lo cual debe tolerarse siempre que no sea ese irracionalismo agresivamente intolerante.  Animaba a llevar la cruz de todo ciudadano: no retroceder con miedo ante la tensión de la civilización; no ponerse histérico por el cambio social, sino tratarle de sacar el mejor partido.
 
 Karl Popper,  con su gran obra,  intentó que nos diéramos cuenta de nuestros errores como sociedad, que fuéramos abiertos al diálogo en la búsqueda de la verdad y humildes con los resultados de dicha búsqueda sabiendo que la certeza es prácticamente inalcanzable. El camino que propone es acerarnos al conocimiento, el cual como bien decía Kant nos libera,  a través de la crítica racional de nuestras hipótesis.
 

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