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Milei y la osadía de experimentar o el arte de dejar hacer

Ignacio Delfino
Ignacio Delfino. Es Licenciado en Relaciones Internacionales y Doctor en Ciencias Políticas y Sociología por el Departamento de Economía Aplicada V de la Universidad Complutense de Madrid.
La premisa principal que propuso Javier Milei al desembarcar en la arena política argentina fue poner a los ciudadanos en el centro de la escena: invita a los individuos a escribir el guión de la obra y a ser los actores principales de la misma.  El desafío es monumental porque implica administrar una transición desde un Estado parasitario hacia una sociedad que confíe en sí misma. No solo se trata de reformas sino de un cambio cultural profundo que devuelva al individuo el protagonismo que el Estado le arrebató.

Este principio, defendido por la tradición libertaria, parte del convencimiento de que el orden social es más bien un proceso de descubrimiento que el resultado de una planificación centralizada. Dicha creencia se apoya en el estudio de la historia de las civilizaciones que nos revela que las instituciones más valiosas y útiles no fueron diseñadas por gobiernos sino por individuos y comunidades que descubrieron la oportunidad de experimentar e innovar en libertad.

El lenguaje es quizás la institución más evidente de este orden espontáneo. Ningún rey, parlamento ni academia “inventó” el español, el inglés o el chino. Las lenguas evolucionaron de forma orgánica adoptando palabras útiles en un proceso de simplificación de estructuras y transmisión cultural. Las academias de la lengua solo llegaron después, para registrar lo ya consolidado por el uso popular. Friedrich Hayek señalaba que la lengua ilustra cómo millones de decisiones individuales produjeron un sistema altamente complejo y funcional que no obedeció a un diseño comunicacional centralmente organizado.

La moneda es otra institución valiosa que siguió ese mismo derrotero, nacida del descubrimiento del intercambio indirecto. Carl Menger explicó que el dinero surgió cuando los comerciantes descubrieron, por ensayo y error, que ciertas mercancías eran más fáciles de intercambiar que otras. Así, bienes como el oro, la plata o la sal se convirtieron en medios de intercambio universales sin necesidad de un decreto mandatorio. El papel moneda surgió de la práctica bancaria y comercial privada en un principio en forma de recibo o pagaré que podían canjearse por el oro y la plata depositados en cualquier entidad comercial. En el mundo contemporáneo, fenómenos como Bitcoin repiten este proceso: comunidades crean medios monetarios alternativos al margen de bancos centrales estatales, reafirmando el papel del mercado como espacio de experimentación institucional.

El derecho, al igual que la lengua y la moneda, nació de la costumbre y la práctica social antes que de los parlamentos. El Common Law inglés, el Derecho Marítimo Medieval sobre el Mediterráneo y Atlántico o la Lex Mercatoria en la Edad Media son ejemplos de sistemas jurídicos que se desarrollaron de abajo hacia arriba. Bruno Leoni subrayó que la ley auténtica fue aquella que emergió de los acuerdos, conflictos y costumbres de las personas, no la que se impone desde arriba por el legislador.

Cuando el Estado centraliza estas funciones, suele sofocar la diversidad, la innovación y la capacidad de adaptación a las necesidades reales. En cambio, cuando se permite a la sociedad civil ensayar soluciones, emergen instituciones más ricas, flexibles y eficientes.

En palabras de Hayek, el progreso humano no es fruto del diseño consciente de un gobierno, sino del descubrimiento espontáneo que surge cuando las personas son libres de probar, equivocarse y aprender. 

Esta lógica del descubrimiento libre y del aprendizaje social no se limita a las grandes instituciones fundacionales de la civilización, sino que se plasma en los ámbitos más cotidianos de la vida colectiva. Allí donde se permite a las personas experimentar, cooperar de forma voluntaria y asumir riesgos, florecen soluciones inesperadas que responden mejor a las necesidades reales. Algunas de estas experiencias genuinas fueron siendo desplazadas y perdiendo fuerza por imposición de las intervenciones y regulaciones estatales.

Los ejemplos históricos y contemporáneos que siguen muestran cómo este principio del derecho a experimentar e innovar que nos propone Javier Milei han abarcado diversos campos: desde la educación o la salud hasta la infraestructura o la tecnología:


  • Escuelas lancasterianas o las escuelas privadas de bajo costo en India y África muestran cómo comunidades pueden generar soluciones educativas sin monopolios estatales.
  • Las mutualidades obreras del siglo XIX financiaban salud y pensiones con cuotas voluntarias, anticipando modelos de seguridad social mucho más flexibles que los burocráticos.
  • Organizaciones como la Cruz Roja o los bomberos voluntarios evidencian que la ayuda colectiva puede organizarse sin depender del aparato gubernamental.
  • En Inglaterra, las turnpike trusts gestionaban carreteras privadas con peajes, asegurando su mantenimiento.
  • Los ferrocarriles en EE.UU. y Argentina fueron originalmente construidos y financiados por compañías privadas.
  • En seguridad técnica, entidades como Underwriters Laboratories o la IATA desarrollaron estándares de seguridad antes que los reguladores estatales.
  • Estándares tecnológicos y de conocimiento como el desarrollo de Internet y de sus protocolos (IETF), el software libre (Linux, Wikipedia), o los sistemas de arbitraje en cámaras de comercio, son muestras de cómo la sociedad crea estándares globales de cooperación y calidad sin necesidad de planificación centralizada.

La iniciativa reformista de Javier Milei de “dejar hacer” representa una invitación a repensar los cimientos del orden existente. No sorprende que despierte la resistencia de empresarios prebendarios en una de las economías aún más proteccionista del mundo, sindicalistas corporativistas, burócratas obstruccionistas, intelectuales o periodistas serviles al relato estatista y partidos políticos que pretenden seguir beneficiándose del viejo esquema corporativo. Desarticular un sistema parasitario que durante décadas moldeó hábitos, dependencias y formas de pensar no es un desafío menor. Requiere tiempo, aprendizaje y una profunda renovación cultural que devuelva al individuo la confianza en su propia capacidad de crear y prosperar sin tutelas. Si esa transformación logra afirmarse, la experiencia argentina podría convertirse en un ejemplo de cómo una sociedad puede reconstruirse desde la libertad y la responsabilidad.



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