El domino de Cristina: cae la economia, se habla mas de corrupcion, pierde imagen y pide que la defi
Hugo Grimaldi


 BUENOS AIRES, jun 01 (DyN) - El grado de soledad política que demostró estar viviendo por estas horas Cristina Fernández le dio un tono patético a su exaltado discurso del último jueves. Sus gestos, sus tonos, sus miradas y toda su bronca vociferada por sentirse incomprendida la dejaron sobre el escenario desnuda de toda desnudez.

   Daniel Scioli estaba en primera línea y se llevó todos los cachetazos, pero no sólo el gobernador bonaerense es quien hoy “no aguanta los trapos” del actual cristinismo, tal como ha dicho la nueva jefa de la bancada kirchnerista en Diputados, Juliana Di Tullio, ya que son muchos los políticos y hasta los gobernadores que empiezan a mirar para otro lado.

  O porque calculó al milímetro el paso que iba a dar o bien porque se fue de boca, el grado de arrojo y dramatismo que mostró la Presidenta esa tarde-noche para clamar ayuda ante lo que considera que son ataques de la oposición y los medios por los hechos que salieron a la luz a partir del caso Lázaro Báez en Santa Cruz, que aluden por inevitable cercanía al ex presidente Néstor Kirchner, le otorga a ese discurso características de bisagra.

  En una frase, Cristina señaló: “pese a que a mí no me defienden algunos dirigentes y que cuando dicen las cosas que dicen de mí o de mi compañero, miran para otro lado… yo no me hago más la estúpida, no crean que soy estúpida”. Y en la misma línea de adjetivación agregó: “de lo que estoy cansada es de que algunos se hagan los idiotas o me tomen a mí por idiota”.

  Mientras la cara de Scioli se desencajaba segundo a segundo y la TV oficial no paraba de mostrarlo, en este punto, la Presidenta la emprendió contra aquellos que dicen “palabras de ocasión” como algo “fácil y cómodo” para “quedar bien con todos y tener un millón de amigos”, a quienes nunca la prensa les “pega” y los contrapuso con su valoración personal hacia “aquellos compañeros, no que defienden al Gobierno, sino que defienden un proyecto político”.

   Para marcar un estilo de cercanía hacia la gente, Cristina se entusiasmó y dijo que “cuando hay otro argentino que sufre, ahí voy a estar siempre, sin especulaciones, sin borrarme, sin mirar para otro lado, defendiendo a la gente”, quizás recordando que en las inundaciones de La Plata ella llegó antes que el gobernador y el intendente, aunque la inconveniente mención irritó mucho a los familiares de la tragedia de Once, un hecho muy notorio en el que CFK se mostró más que distante.

   En cuanto a las ingratitudes que se empeñó en facturar, como “peronista de toda la vida” la Presidenta no desconoce, por haber sido parte ella y su marido de volteretas históricas, que la dirigencia del peronismo o se corrió o se va a correr de su influjo en la medida que se siga verificando el acelerado desgaste que la aqueja. Sabe muy bien que a ningún peronista le place entrar a los cementerios y que sólo acompaña a los dirigentes en desgracia hasta la puerta.

  Por estas horas, Scioli ha dicho elípticamente que no va a “romper” con el Gobierno y que sólo lo hará con “las injusticias, el paco y la inseguridad”, aunque se sigue mostrando crítico contra las formas kirchneristas de la confrontación y el corto plazo, lo que demuestra que el gobernador aún no cree que se esté en el tramo final del último viaje. Otros ya han salido corriendo para armar algo para sí mismos o para acomodarse detrás de quien sea el sucesor del finado.

  Para resistir toda esta ingrata situación e intentar una levantada que la aleje de ese crucial momento, a Cristina sólo parecen quedarle algunos incondicionales que sobreactúan para seguir medrando, mucha militancia juvenil, idealista o rentada, y agradecidos resabios de aquel 54%, que como tal ya no existe más, debido a la lealtad de mucha gente que la considera, junto a Néstor, su salvadora.

  Es precísamente “el pueblo” la carta más fuerte que tiene la Presidenta, a la que trata de recurrir de modo directo (a “empoderar” en su lenguaje), para convencerlo sobre la necesidad de darle continuidad no a ella, en principio, sino a su proyecto político más allá de 2015, un ideal que tiene como basamento un modelo económico que es justamente hoy uno de sus salvavidas de plomo, porque está pasando por tensiones casi imposibles de remontar.

  Si ya es complicado hacer de todo ello un dogma, cuanto más es a estas alturas intentar tapar el Sol con las manos en nombre de un progresismo que hace agua por los cuatro costados, con pobres cada vez más desesperanzados, con la droga en la puerta de las casas, con mafias y sicarios por las calles, con la inseguridad que le llega a todos, con la educación pública en terapia intensiva, con la justicia penal en retroceso y con un deterioro creciente en materia de infraestructura.

  En primer término, hay que considerar la inflación, la madre de todos los desaguisados, una lacra que ataca más que a nadie a los humildes y sobre el cual los argentinos parecen haber perdido la memoria. En un rapto de realismo, de a poco el fenómeno empezó a ser reconocido por el Gobierno, aunque sea mediante la puesta en marcha del arcaico y nunca efectivo procedimiento de los controles de precios, aderezado en estos tiempos de protagonismo militante, con el ruido de patrullas juveniles que por ahora serán sólo una decoración, pese a los verborrágicos anuncios presidenciales.

  Pero también, hay que anotar como ciertamente positivo la admisión de economistas cercanos al Gobierno de números de suba de precios cercanos a 20%  por año, aunque por ahora no quieran dar el brazo a torcer sobre que ello ha sido la consecuencia directa del patrón de consumo que se impuso, como si fuera la verdad revelada, con el combustible del gasto público y la emisión casi descontrolada. Ellos prefieren susurrarle al oído a la Presidenta que todo se trata de una puja por la distribución del ingreso y darle letra para que diga, cada vez que puede, que los que ponen los valores son los empresarios que buscan enriquecerse a costa de los consumidores.

  Luego, hay que apuntar, como correlato de la suba de los costos locales, el atraso cambiario, que le quita competitividad a las empresas. También están los subsidios que han mantenido las tarifas deprimidas, pero que a la vez dejaron sin incentivos a la inversión privada, sobre todo en el área energética, lo que generó por su lado importaciones crecientes de gas que, junto a la fuga de capitales y a la decisión de pagar la deuda con reservas generan pérdida de divisas. Todo este dislate derivó en el cepo cambiario, en la trepada del dólar blue y en la ampliación de la brecha, mientras la economía se frenó y empezaron a declinar los empleos.

  En tercer lugar, está el modo exacerbado en que el Estado ha comenzado a meterse con la vida de la gente, a partir de una presión impositiva que llega hasta los asalariados, junto al avasallamiento que le impuso a las empresas, más su obsesión por recuperar YPF, Aerolíneas, el manejo de las jubilaciones, capitanear todos los proyectos de infraestructura y reducir el peso del sector privado. 

  En este capítulo de las libertades ha sido casi lógico que los medios que no siguen los designios gubernamentales hayan sido catalogados como enemigos a vencer y, por lo tanto, dignos de ser silenciados, mientras que se consideró a la Justicia, que trata de cumplir su rol constitucional de equilibrio, como merecedora de una reforma correctiva para que no entorpezca. 

   Ciertamente, los medios y la justicia independiente han sido dos escollos muy bravos para el cristinismo en estos años, a partir del remedio de las cautelares con que los jueces han parado los avances del Estado. El odio que ha generado en la Presidenta la situación la llevó a tratar de desmembrar al Poder Judicial con una Ley que propone atar el nombramiento y la remoción de jueces al mundo de la política, orquestado con la instauración de mayorías simples en el Consejo de la Magistratura y con otra Ley que prácticamente reduce los amparos a la nada.

   En los últimos dos días, ya los jueces han empezado a declarar la inconstitucionalidad de estos avances gubernamentales y será la Corte Suprema la que deberá decir en las próximas semanas si lo que aprobaron las mayorías del oficialismo en el Congreso es viable. Estos fallos serán clave, porque si le resultan adversos, podrían profundizar el estado de soledad que se vislumbró en la Presidenta.

   Y por último, entre los derrapes estructurales hay que anotar la decisión política del kirchnerismo de aislarse de la comunidad internacional, de “vivir con lo nuestro”, de evitar todo contacto con los organismos internacionales, de no seguir los patrones del resto del mundo, ni siquiera de los vecinos más exitosos, con un aislamiento casi total, lo que cerró toda posibilidad de financiamiento externo.

  Como se observa, lo que ha quedado del modelo es hoy un dominó de treinta o cuarenta piezas imposible de detener en su caída si se sigue adelante con el actual esquema económico, que además tiende a agotarse en el cortísimo plazo. En tanto, existe un relato oficial que no considera ninguno de estos hechos y que no se preocupa por la inseguridad jurídica ni por la falta de un ambiente propicio para los negocios ya que, en general, como dice exactamente lo contrario, ayuda a exacerbar el problema y a planchar la economía.

   Justamente, la actual debilidad del ciclo económico es la que puso sobre la mesa el otro gran escollo que retroalimenta el desgaste presidencial: las denuncias de corrupción, que siempre son menos efectivas cuando la economía está en auge.

   Esta combinación resultó letal para la imagen presidencial en los últimos meses, aunque del análisis no pueden excluirse de ninguna manera las formas elegidas por los Kirchner para llevar a cabo la supuesta epopeya de la década, plenas de imposiciones, de avances contra la institucionalidad y de un sectarismo muy agudo que anuló el diálogo y que le ha impedido ver a la Presidenta que el país, como a ella le gusta decir, es para “todos”.

   ¿Cómo revertir la caída, cómo transferirle a la gente más fuerza para que convenza a los dirigentes que hoy no la defienden, que aún hay Cristina para rato? No con este modelo, ciertamente, si sus defectos estructurales son, como parecen ser, los culpables del derrape. Por ahora, ella intentó una salida clásica haciendo un módico cambio de gabinete, más orientado a la ganancia de votos en Santa Fe que realizado por una cuestión de fondo.  

   Probablemente, la jugada que le queda es intentar un giro drástico en lo económico que termine con los defectos del modelo, con todo el costo político que ello representaría, para intentar mejorar el clima. Con ello, se desvanecería algo la sensación de corrupción, podría repuntar la imagen y quedaría mejor posicionada para encarar el último tramo de su gobierno.

   Parece muy difícil para la personalidad de la Presidenta encarar tamaño cambio, pero si no lo intenta al menos, corre el riesgo de perder inclusive el favor de aquellos que aún le agradecen a ella y a Néstor haberles devuelto la esperanza.   
 

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