Cuando Víctor Hugo Morales no era K
Agustín Laje
Escritor. Galardonado con el Premio a la Libertad 2012,
otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
El nivel de autoritarismo de un régimen se puede medir de
múltiples maneras. Una de ellas estriba en el grado de corrupción periodística
que el mismo propicia, la cual no se logra sólo con la censura tradicional
–método típico de las dictaduras a la vieja usanza– sino fundamentalmente con
la invención de rentadas voces incondicionales –método típico de las nuevas
dictaduras populistas–. Puede decirse, en suma, que cuanto más autoritario es
un régimen, más precisa de periodistas alcahuetes dispuestos a defender a capa
y espada a sus patrones políticos.
Pero debe hacerse una salvedad conceptual en este punto:
un periodista rentado por el poder político no es un periodista en sentido
estricto; más bien, se convierte en un mero propagandista, pues opera en él un
proceso de corrupción que mutila las funciones inherentes al rol periodístico.
El kirchnerismo ha sido (y todavía lamentablemente es)
una poderosa máquina de transformar periodistas en propagandistas. Un batallón
de medios oficiales o paraoficiales y un ejército de comunicadores que obran
como siervos del Estado dan cuenta de ello. Pero el caso más arquetípico de
todos es, qué duda cabe, el de Víctor Hugo Morales, el locutor que la gente
mejor podría reconocer como “el comunicador del relato K” por antonomasia.
En efecto, Víctor Hugo Morales ha sido un incondicional
del poder. Ha prestado su voz para defender incluso aquello que, otros vasallos
del poder, preferían ignorar. Víctor Hugo pasó todas las rayas; fue un soldado
kirchnerista dispuesto a disparar en todas las batallas. O mejor dicho, un
mercenario y no un soldado, ya que mientras aquél actúa por dinero, éste lo
hace por valores inmateriales, algo sobre lo que Morales conoce muy poco.
Desde Oyarbide, hasta Boudou. Desde Jaime, hasta Báez.
Desde Néstor, hasta Cristina. Víctor Hugo Morales defendió a las lacras más
inaguantables del poder y, encima de todo, pretendió que su voz era “la voz del
pueblo”. Se adjudicó una representación que nadie le dio pero, como buen
apologista de un gobierno populista, se consideró él también un iluminado de la
cultura “nacional y popular”, miembro de esa nueva élite oligárquica que dice
cosas simpáticas a las muchedumbres mientras hace otras no tan simpáticas por
detrás. El populismo en definitiva no es otra cosa que el soborno del pueblo
con su propio dinero.
Pero ahora Víctor Hugo Morales –el mismo Víctor Hugo
amigo de Cristina y de Néstor, de Báez y de Jaime, de Aníbal Fernández y de
Guillermo Moreno, de Oyarbide y de Boudou– sorprende a todos diciendo que él,
en verdad, no es kirchnerista. Y no es kirchnerista, dice el más conspicuo
defensor mediático que el kirchnerismo haya tenido, sencillamente porque no
tiene ningún contrato con la TV Pública. Tal es el argumento esgrimido por un
profesionarl de la tomada de pelo. Tal es el grado de caradurez del caradura
más desfachatado que el periodismo felpudista haya parido.
Que Víctor Hugo Morales tenga o no tenga un contrato
formal con el poder político es una simple anécdota de rango menor. El poder
político funciona, en la mayoría del tiempo, de manera informal: es un rasgo
propio del autoritarismo y, por extensión, del populismo. De hecho, contratar
formalmente a Morales sería una pésima estrategia del kirchnerismo, pues los
lazos serían todavía más evidentes de lo que ahora son y su credibilidad, por
lo tanto, aún menor de lo que actualmente ya es.
Pero hubo un tiempo en que Víctor Hugo verdaderamente no
era K. Fueron tiempos acerca de los cuales el relator oficialista no quiere
reparar. Tampoco le conviene hacerlo, pues tales recuerdos ponen al descubierto
esa maquinaria de corrupción periodística a la que nos referíamos inicialmente;
y pone al descubierto, sobre todo, la corruptibilidad del propio Morales.
Lo cierto es que en el año 2006, Víctor Hugo sí conducía
un programa en el canal estatal. Se llamaba “Desayuno”, y salió por última vez
el 7 de julio de ese año, justo cuando el relator empezaba a mostrarse crítico con
el gobierno (¡vaya casualidad!). El cortocircuito venía al menos desde el 25 de
mayo de ese mismo año cuando, ante la convocatoria de un mega acto oficial en
Plaza de Mayo para festejar los tres años de kirchnerismo, Morales dijo ante
las cámaras: “Para todo aquel que no desee ir al acto, tengo una lista de muy
buenas películas que le pueden alegrar el feriado”. Sus patrones políticos, es
decir, quienes manejan el canal público, lo interpretaron como una impostura;
el conductor debía invitar a la gente a arengar en el acto “nac&pop” (para
eso cobraba después de todo), no sugerirle divertimentos caseros alternativos.
Pocos recuerdan sobre estos tiempos, pero el programa de
Víctor Hugo gozaba de buen rating dado que por entonces el locutor conservaba
cierto prestigio. Supo tener hasta cinco puntos, todo un record en la franja
horaria en la que salía al aire. Consultado por radios privadas acerca de la
inesperada bajada de su programa, el inefable Morales arremetía con todo: “Lo
que sucede es que la dirección del canal quiere tener todos los contenidos
editoriales en un puño. ‘Desayuno’ era una molestia y por eso lo sacaron. Era
un espacio libre y con criterio independiente. Está claro que este gobierno
tiene una especie de tara con todo lo que sea libertad de prensa”. Eran tiempos
en que el locutor opinaba también que “la fortuna de los Kirchner es
insultante” y que la pauta oficial es una manera de maniatar al periodismo y
hacerlo dependiente del kirchnerismo.
Es tan violento el contraste entre aquel Víctor Hugo
Morales censurado en su programa y preocupado por el dinero presuntamente mal
habido del matrimonio presidencial, y este Víctor Hugo Morales preocupado por
defender a Boudou y Báez y deseoso de que triunfe la impunidad, que invita a
pensar a los mal pensados como nosotros que para el relator uruguayo ésta fue
una verdadera “década ganada” en el sentido más puro de la expresión.
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