Ecuación electoral argentina

María Zaldívar
Periodista. Premio
a la Libertad 2006, otorgado por la Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
Desde 1945, fecha en que Juan Domingo Perón asumió la
primera magistratura de la República Argentina y el presente, el peronismo
gobernó 37 de esos 70 años. Esto es más de la mitad del tramo. Su
responsabilidad sobre la decadencia actual, entonces, no requiere de mayores
precisiones.
A las puertas de una elección presidencial, y en su rol
de principal rival del oficialismo, la necesidad de diferenciarse de quienes
han sumergido a la Argentina en los niveles actuales alentó a Mauricio Macri a
intentar un discurso de fuerte contenido antiperonista. Ese atrevimiento
fidelizó a un impreciso número de simpatizantes que coinciden con su
explicación histórica de la postración argentina. Pero resulta ser que la vida
no es una foto y lo que fue ayer, hoy puede no ser. Peronistas versus antiperonistas
es la foto del siglo XX.
Si bien el peronismo es exclusivo responsable de haber
Introducido conductas tan reprochables como inadmisibles en la vida política
nacional, cierto es también que las mismas fueron notablemente contagiosas, al
punto que, en la actualidad, la corrupción no reconoce color partidario salvo
escasísimas excepciones.
El hacer y dejar hacer se ha transformado en una
modalidad de las clases dirigentes argentinas que, entre guiños y acuerdos, se
entienden a las mil maravillas, por lo general en desmedro del conjunto. En la
Argentina, los beneficios de ejercer el poder en cualquiera de sus estamentos
son tales que los que llegan conforman un formato muy parecido a la omertá. O
tal vez al revés, no suele llegar quien no está dispuesto a hacer o a permitir
que se haga.
Ese modelo de captura salvaje del Estado para beneficio
de unos pocos --lo que en el derecho penal configura el delito de asociación
ilícita-- está agotado y muchos lo reconocen, aún entre los privilegiados
miembros de las dirigencias política y empresarial. Ahora falta comprobar quién
está dispuesto a cambiarlo. Porque no se trata de un mero reemplazo de
autoridades sino de un cambio de paradigma.
Así las cosas, si la confrontación
peronismo-antiperonismo fue válida en el siglo pasado, en éste ha dejado de
serlo. Primero porque el antiperonismo no es garantía de nada especial ni tiene
patente de superioridad moral y luego porque el peronismo ha traspasado el
tejido social de manera transversal y hoy sobrevive en todos los partidos
políticos sin excepción.
Plantear la próxima opción presidencial a partir de este
antagonismo es poner a la población ante una disyuntiva sin salida pero,
además, falaz. Porque hay peronistas en el Frente para la Victoria, pero
también los hay en las filas de la coalición de Mauricio Macri con los
radicales. Sin profundizar siquiera, el jefe de gobierno electo para el próximo
mandato (quien fuera mano derecha de Macri) y uno de los dos senadores del PRO
por la capital federal son de extracción peronista.
La ley electoral argentina prevé un sistema original que
se aparta del mundialmente consagrado 50% más uno. Pícaramente cincelada a la
medida del peronismo, la nuestra dice que el candidato que obtenga el 40% de
los votos y una diferencia mayor a diez puntos porcentuales sobre la fórmula
que le sigue en número de votos, resulta electo. Scioli está a menos de dos
puntos de ese porcentaje: lo votó el 38,4% de los argentinos. El que le sigue
es Mauricio Macri, con el 24,3%.
El candidato presidencial Mauricio Macri parece dispuesto
a ignorar las ventajas que implica el dicho popular que aconseja “no dejes para
mañana lo que puedes hacer hoy” y especula con que va a ganar la carrera en el
“ballotage”. El miedo de los precavidos es que el Frente para la Victoria
consiga evitar esa segunda vuelta y cierre la disputa el próximo 25 de octubre,
en la elección general.
La apuesta de Daniel Scioli, su competidor y garante de
la continuidad de las políticas y las personas fieles a Cristina Fernández de
Kirchner, es audaz pero no imposible. En las recientes elecciones primarias fue
el candidato más votado. Ambos deben salir a buscar más votos que los obtenidos
el pasado domingo: Scioli, para llegar por lo menos al 40%. Esa posibilidad que
pone al Frente para la Victoria ganando en primera vuelta le exige a Macri
hacer todos los esfuerzos posibles para impedirlo.
Ahora bien, un rápido recorrido de los demás candidatos
donde deberán abrevar los dos principales contendientes arroja el siguiente
escenario: el peronismo no kirchnerista, con distintas etiquetas, obtuvo el
22,7% del total de votos en las personas de Sergio Massa (14,2% ), José Manuel
de la Sota (6,4%) y Adolfo Rodríguez Saa (2,1%). El radicalismo, aliado de
Macri, el 5,8%.
Esta cuenta básica desmorona el ideal purista del PRO. Si
Mauricio Macri pretende representar al 61,6% de los argentinos que no votó a
Daniel Scioli y sueña con el final del kirchnerismo, la coalición electoral
amplia se impone.
Publicado originalmente en El País.
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