Lecciones del ¨desarrollismo¨ de Arturo Frondizi

Adrián Ravier
Economista. Profesor de la Universidad Francisco Marroquín, Guatemala. Ha publicado en el libro "Soluciones de Políticas Públicas para un País en Crisis", Fundación Atlas para una Sociedad Libre, 2003.
El contexto económico que le toca enfrentar a Mauricio
Macri se asemeja bastante al que enfrentó Arturo Frondizi cuando llegó a la
Presidencia en Argentina el 1 de mayo de 1958. En ese entonces el Banco Central
contaba con escaso nivel de reservas, y no había suficientes divisas para
importar materias primas, productos intermedios y bienes de capital
indispensables para la industria. Los controles de cambio pretendían
administrar esa escasez, mientras el sector energético carecía de las
necesarias inversiones y la importación de combustible –después de perder el
autoabastecimiento- se consumía el 20 % de las divisas para importación.
La Argentina venía de tres décadas de estancamiento
económico producto de un exacerbado proteccionismo y de aplicar el modelo de
sustitución de importaciones. La consecuencia lógica de este proceso fue el
“estrangulamiento”, entendido como aquella situación en que la expansión de la
economía –con un modelo hacia adentro- encuentra un límite al requerir
incrementar la importación, lo que a su vez agudiza el problema de la balanza
comercial. En ese lapso de tiempo las importaciones se redujeron desde el 50 % del
PIB en 1928 a sólo el 10 % del PIB en 1958 y en 7 de los 10 años que van de
1949 a 1958 la Argentina acumuló déficits en su balanza comercial.
La producción agropecuaria por su parte venía declinando
desde los años 1930, con escasos incentivos, motivados por los bajos precios
internacionales, pero también por el exceso de regulaciones y controles,
incluyendo retenciones a las exportaciones.
El
desarrollismo de Frondizi y Frigerio
Frondizi se asoció muy pronto a Rogelio Frigerio, y
comprendieron que la respuesta a los problemas económicos del país se
encontraba en la inversión extranjera directa, especialmente en sectores que
ellos consideraban estratégicos para el país. Frondizi repetía que “los Estados
Unidos resolvieron el mismo problema con el concurso del capital extranjero,
cumpliendo la afirmación de Hamilton en el sentido que todo dinero extranjero
que se invierte en una Nación deja de ser un rival para constituirse en un
aliado.”
Fue en este contexto que Frondizi y Frigerio plantearon
la necesidad de industrialización, pero no a través de la sustitución de
importaciones, sino por medio del “desarrollismo”. Este modelo partía de la
famosa tesis de Raúl Prebisch, basada en un pesimismo respecto a las
exportaciones de productos primarios, vinculado a los bajos precios de los
productos agropecuarios y mineros. Los países que sólo produjeran estos
productos primarios inevitablemente caerían en el estancamiento. Por ello se
plantea promover la industrialización, entendido como el desarrollo de manufacturas,
pero no por la vía del proteccionismo, sino con economías abiertas e integradas
al mundo.
El objetivo del desarrollismo es pasar de una economía
agroexportadora a una economía industrial. La clave para ello era la expansión
“vertical”, es decir, el acople de las actividades de producción de insumos y
bienes de capital a las ramas ya más expandidas. Este empuje, a su vez, hacia
una “economía industrial integrada” reconocía una serie de prioridades. En
primer lugar debía multiplicarse la producción de petróleo y gas, lo que
permitiría, en un plazo bastante corto, ahorrar divisas para dedicarlas a la
inversión en otros rubros. Frigerio sintetizó esa aspiración en la fórmula
“Petróleo + carne = acero + industria”; la capacidad de conseguir capital
necesario para instalar las ramas químicas y de acero estaba dada por las
posibilidades de exportación de carne y la sustitución de importaciones
petroleras. Además de estos rubros, otras prioridades de aquel gobierno
estuvieron localizadas en la industria química y petroquímica, siderurgia,
depósitos de carbón y hierro, provisión de energía eléctrica, cemento, papel,
maquinaria y equipos industriales. Sólo mediante un adecuado monto de
inversiones en todas estas industrias estratégicas, y también en la construcción
de rutas y autopistas, podría retomarse un camino de crecimiento. De lograrse,
además se permitiría integrar económicamente a las distintas regiones del país,
descentralizando las actividades económicas.
El arribo de inversiones desde el exterior dependía de
las condiciones internas que lograra generar el gobierno, y Frigerio acertó
entonces en eliminar parte de la legislación represiva por el proteccionismo
preexistente. Se terminaron las restricciones sobre el mercado cambiario y hubo
un solo tipo de cambio, fluctuando su cotización según la oferta y la demanda.
En cuanto a las importaciones se abolieron parte de los controles cuantitativos
y sistemas de permisos, pero se establecieron
recargos a las compras externas de hasta 300% para bienes de lujo, pero
que eran 0 % para insumos considerados esenciales.
Para reducir el déficit fiscal también se proyectó una
reducción del empleo estatal que comenzaría por el congelamiento de nuevas
vacantes. Se anunciaron nuevos impuestos y mayor control tributario. En los
primeros días de enero, además, hubo una suba de las tarifas públicas.
Los
desaciertos de Frigerio
Pero esos aciertos fueron relativizados por otros
desaciertos. El crecimiento de los salarios y de la inversión pública provocó
un déficit que rozó el 9 % del PBI y fue financiado en su mayoría a través de
emisión monetaria. La consecuencia lógica fue un alto nivel de inflación.
Además, en 1958 el gobierno anunció que se habían firmado
contratos de explotación con empresas petroleras extranjeras. Las negociaciones,
que habían sido llevadas adelante personalmente por el entonces polémico
Frigerio, no se convocaron mediante licitación pública y no se preveía la
aprobación parlamentaria de los contratos.
Al margen de las formas y sus polémicas, el resultado fue
impactante. Cuando asume Frondizi, la importación de petróleo representaba un
cuarto de las importaciones. 30 meses después había autoabastecimiento, pasando
la producción de 5,6 a 16 millones de metros cúbicos anuales.
El éxito de este proceso despertó el interés extranjero
por otras inversiones, pero aún no se había resuelto el “estrangulamiento”. Las
restricciones a la importación impedían el crecimiento, y en 1959, el PIB cae
un 6,5 % respecto al año anterior. Mientras caía la recaudación fiscal y se
agrandaba el déficit y su monetización, la inflación se aceleraba, lo que
presionó a Frigerio a dar un paso al costado.
El
aporte “liberal” de Álvaro Alsogaray
Álvaro Alsogaray fue designado al frente de los
Ministerios de Economía y Trabajo y rápidamente hizo famosa su frase: “Hay que
pasar el invierno. […] Denme ustedes un tiempo para permitir la reabsorción de
este fenómeno.” Lo cierto es que sin su aporte “liberal” el desarrollismo no
habría pasado el invierno.
La prioridad de la política económica de Alsogaray fue
detener el proceso inflacionario y lo logró poniendo especial atención en el
déficit fiscal que se venía monetizando. Primero redujo el déficit con medidas
anti-populares como el retraso en el pago de salarios de empleados públicos. Segundo,
suspendió obras públicas y terminó con el estado empresario, afirmando que las
inversiones debían ser desarrolladas con medios privados. Tercero, cambió la
fuente de financiamiento del déficit fiscal por deuda interna y externa a la
que accedieron las empresas públicas y la administración central. Cuarto, a
medida que la economía se fue recuperando se fue incrementando la recaudación
tributaria, lo que contribuyó también a reducir el déficit fiscal.
Pasó el invierno. Las turbulencias macroeconómicas de
mediados de 1959 fueron cediendo. El dólar, que había tenido un pico de 100
pesos moneda nacional en mayo, retrocedió hacia 83 en agosto, gracias a mayor
confianza y a crecientes influjos de capital, que comenzaron a responder a las
facilidades para la inversión extranjera. Temiendo una mayor apreciación, el
Banco Central estableció una paridad fija de facto en ese nuevo nivel. La
inflación descendió al compás del tipo de cambio: los precios de las
importaciones y los productos agrícolas se estabilizaron apenas el dólar
alcanzó ese nuevo equilibrio, y los productos industriales crecieron a apenas 1
% mensual en el último cuarto de 1959.
En 1960 y 1961 la economía creció a un promedio de más
del 8 % anual. El factor dinamizador fue la inversión que aumentó en 1961 a un
nivel 66 % mayor que el de 1959, y 47 % mayor que el de 1958, un año menos
anormal.
El capital internacional respondió a las masivas
oportunidades que proveía una economía ahora más ordenada. El Financial Times
declaraba al peso argentino “moneda estrella” del año en 1960. Si bien el BCRA
tuvo que pagar intereses por 170 millones de dólares, igualmente logró acumular
más de 317 millones de dólares en reservas, gracias a la entrada de más de 500
millones de dólares en capital.
Poco a poco, el crecimiento se manifestó en una mejora en
el salario real, que aumentó 12 % hacia fines de ese año. En este período
también se destaca la creación de Segba que ayudó a resolver el crónico déficit
de energía eléctrica en Buenos Aires y el crecimiento vertiginoso de la
industria automotriz. No es un dato menor que el 80 % del crecimiento de la
producción de manufacturas entre 1958 y 1961 lo explica el desarrollo de esta
rama de la industria.
Cuentan diversos historiadores, sin embargo, que Frigerio
nunca dejó realmente de ofrecer su consejo a Frondizi. De hecho, hubo
recurrentes tensiones entre Alsogaray y Frigerio, por ejemplo, por la
construcción de una central eléctrica en Dock Sud, y el costoso proyecto de El
Chocón. Estos proyectos se llevaron adelante a pesar de la oposición de
Alsogaray, quien era mucho más conservador con los recursos tributarios.
Roberto
Alemann reemplaza a Alsogaray
En abril de 1961 Alsogaray es reemplazado por Roberto
Alemann como Ministro de Economía, pero la salida no fue traumática. Alemann
continuó el programa conservador de Alsogaray.
Alemann insistió en la austeridad para asegurar la
estabilidad monetaria, pero pronto la “batalla del transporte”, abrió
conflictos y huelgas que terminaron con 54.000 despidos. La financiación de
mejoras salariales e indemnizaciones altísimas provino del BCRA, lo que produjo
la renuncia de Alemann en enero de 1962.
La caída de reservas de allí en adelante fue continua, y
mientras Frondizi volvió a insistir en un fuerte recorte de empleo público, su
derrota electoral sólo condujo a la vieja solución argentina con una nueva
devaluación.
Manufacturas
y actividades agropecuarias
Como saldo de este nuevo proceso de industrialización,
cabe señalar que las manufacturas se destinaban casi exclusivamente al mercado
interno. En 1960 la Argentina exportaba bienes no agropecuarios por apenas 43
millones de dólares, el 0.35 % del PIB y el 4,1
% de las exportaciones.
Respecto a las actividades agropecuarias, los
historiadores coinciden que “no eran vistas por el desarrollismo como
candidatas para liderar el crecimiento sostenido que, se preveía, aguardaba a
la Argentina. Al contrario, en la raíz de pensamiento desarrollista estaba la
idea de que concentrar fuerzas en la producción primaria había sido, para
América latina, condenarse al fracaso.”
La política agropecuaria de corto plazo estuvo dominada
por dos instrumentos: el manejo cambiario y las retenciones a las
exportaciones. Tomadas en conjunto, sin embargo, la devaluación y el aumento de
las retenciones implementadas con el plan de estabilización favorecieron a los
productores rurales. Entre 1958 y 1959, la relación entre los precios del sector
rural y el conjunto de los precios mayoristas de la economía se movió a favor
de los primeros, un 10 %, básicamente como resultado de la devaluación. El
beneficio sin embargo, sólo duró un tiempo, hasta que el aumento de precios se
transmitió a los costos y la mejora en la rentabilidad resultó sólo marginal.
El
desarrollismo en el siglo XXI
Macri hace bien en reivindicar a Frondizi y tomarlo como
modelo para salir de las dificultades económicas en que se encuentra la
Argentina, resumidas en los desequilibrios fiscal, monetario y cambiario.
El potencial flujo de inversión extranjera que entraría
al país a partir de 2016 puede resultar en un empuje al crecimiento económico,
al tiempo que corregiría los bajos niveles de inversión en petróleo –para
recuperar el autoabastecimiento- y en energía –cuyo déficit hace de cuello de
botella a la industria también en la actualidad-.
Sin embargo, el esquema de prioridades para ciertas actividades en detrimento de otras, resulta en un paternalismo inútil que sólo puede perjudicar el proceso de internacionalización al que Argentina se quiere introducir.
Por otro lado, Macri debe comprender –como lo hizo
Alsogaray en su tiempo- que el principal problema actual –además de la apertura
económica- es el déficit fiscal y la inflación, aspecto que le será sumamente
difícil de sortear dado su compromiso de mantener intacta la estructura de
gastos, con la excepción de los subsidios que se comprometió a reducir.
El equipo económico de Macri es hoy heterogéneo, lo que
incluye a heterodoxos y ortodoxos. Si en el debate de la mesa chica triunfa el
keynesianismo, y se considera que la inversión pública puede ser el motor del
desarrollo tal como hoy lo recomienda Paul Krugman, el déficit se puede
agravar, con ello la inflación, lo que terminará por expulsar al capital. Si
por el contrario, triunfa la ortodoxia, o lo que Alsogaray llamaba la economía
social de mercado, y se busca al capital privado para impulsar las inversiones
en petróleo, energía e infraestructura, sin olvidar la importancia del
equilibrio fiscal, entonces Argentina puede estar iniciando su tan ansiado
milagro económico.
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