Game Over
Enrique G. Avogadro
Abogado.


El domingo pasado, después de escribir mi nota, ejercí como fiscal
general en una escuela de Quilmes; tan pronto comenzaron a abrirse las
urnas, la abrumadora cantidad de votos por la que se había impuesto
Massa, en una sección electoral que no era, precisamente, uno de sus
puntos fuertes, me dijo mucho acerca de la fuerza del sopapo que había
recibido el oficialismo.

Usted, lector, sabe cuánto descreí de la realización de las PASO;
estaba convencido que el Gobierno sabía que sería derrotado y que, en
los distritos donde no lo fuera, esas primarias sólo servirían para
identificar a quien se encontraría en mejores condiciones para alzarse
con el triunfo en octubre; esas fueron las razones que di, y escribí,
para explicar mi falta de fe. También dije que las había permitido
porque la viuda de Kirchner había sido mal informada.

La señora Presidente, en la peor performance del kirchnerismo en las
urnas durante la _“década ganada”,_ perdió el mágico 54% de
octubre de 2011, que sirvió para justificar todos sus disparates y
desaguisados, y transformó su base de sustentación en el pobre 26%
actual. Peor aún, la ciudadanía, por primera vez, es consciente de que
el juego terminó y que la eterna viuda se ha transformado en un pote de
yogurt con fecha de vencimiento.

Quienes están preocupados por qué pueda hacer el Congreso, a
instancias del Ejecutivo, hasta el 10 de diciembre, cuando asumirán
quienes resulten elegidos en octubre, debieran tranquilizarse: entre los
actuales legisladores ha comenzado a cundir el pánico al desierto, y
muchos de ellos ya iniciaron su peregrinación al santuario de Tigre. En
resumen, las bancadas tan proclives a levantar la mano para votar sin
siquiera leer los proyectos de ley que enviaba la Casa Rosada, el mismo
lunes 12 empezaron a desgranarse, y quienes las integran están con las
barbas en remojo. Lo mismo comenzará, en estas horas, a suceder en
Comodoro Py.

Doña Cristina, que conoce muy bien cómo funciona el peronismo,
demostró en su patológico discurso del miércoles, en Tecnópolis, que
sabe que la pitada final del partido que, con su difunto marido, hizo
perder a la Argentina por goleada ya fue dada y que no habrá vuelta
atrás. Con una verba inflamada por los medicamentos que hubieran debido
protegerla de su bipolaridad, se refugió en su núcleo más duro, ése
conformado por quienes sólo pueden huir hacia adelante, porque atrás
sólo tienen un futuro de cárcel y pobreza. El comunicado emitido por
La Cámpora, con la firma del _Cuervo _Larroque, nos mostró a una banda
de iluminados que, con el mismo y enorme desprecio por la voluntad
popular que exhibían los _jóvenes idealistas _de los 70’s, se ven a
la cabeza de una ficticia revolución, ahora transformada en un mero
saqueo de las arcas del Estado.

En un almuerzo ese mismo día, desde una mesa cercana un grupo de amigos
me preguntó qué creía que sucedería en octubre; limitado por lo
inapropiado del escenario para el diálogo prolongado, me limité a
responder con una frase: el domingo pasado, el Gobierno encontró su
techo, mientras que la oposición había encontrado su piso. Lo dije
antes de saber que la viuda de Kirchner, totalmente desencajada, lo
confirmaría minutos después.

A la luz de ese discurso, tan demostrativo de gravedad de la enfermedad
que afecta su mente, cabe preguntarse si no ha llegado la hora de que el
Parlamento argentino –en especial aquellos legisladores que quieran
lavar sus culpas por la complicidad en tantas aberraciones- tome cartas
en el asunto, y considere, como lo dispone la Constitución Nacional, si
Cristina Fernández de Kirchner está en condiciones físicas y
psíquicas de continuar ocupando la primera magistratura e infringiendo
terribles daños a la República durante los dos años que restan de su
mandato. Me parece, y así fue previsto en la carta magna, que su
incapacidad manifiesta, que mucho se parece a la locura, debiera
habilitar los resortes legales necesarios para removerla en forma
inmediata.

Si la política gubernamental, tan personalmente dirigida por la señora
Presidente como la reciente campaña electoral, condena al país a
seguir sufriendo la terrible sangría que representa la corrupción; si
la vida de sus habitantes corre tan grave peligro diario, producto de la
proliferación de la droga y el narcotráfico; y si la economía y el
futuro son dinamitados cada día para dejar tierra arrasada, creo que ha
llegado el momento de poner punto final a este _modelo_ satánico, antes
de que sea éste quienes termine con el país. La ciudadanía, más
allá de la curiosa interpretación de los resultados que hizo la viuda
de Él, dijo basta, y en octubre, la caída se transformará en un
enorme derrumbe.

 Los dirigentes argentinos, y quienes se vean en tal rol en el próximo
período presidencial, debieran comenzar ya mismo a pensar en cómo
sacarán al país de la crisis, mucho más grave que la del 2001, que
dejará el kirchnerismo a sus sucesores. Temas tales como la energía,
la educación, los subsidios, los planes sociales, las futuras
jubilaciones y la deuda previsional, la carencia de infraestructura de
caminos y ferrocarriles, la industria, el campo y su producción, la
seguridad ciudadana, la defensa nacional, la relación con el mundo
civilizado, la salud pública, las reservas del Banco Central, la
inflación, la pacificación nacional, debieran estar ya en la agenda de
todos ellos, y obligarlos a dialogar para llegar a los acuerdos básicos
que nos permitan sobrevivir como nación.

Por mi parte, comenzaré a predicar con el ejemplo y, a partir de la
próxima semana, en esta columna trataré de alguno de esos temas,
proponiendo la solución que creo más correcta. No lo haré por
imaginarme más dotado que nadie sino porque todos debemos poner el
hombro, y esta vez en serio, para sacar al país del pozo ciego en que
lo ha sumergido, durante los diez años del matrimonio imperial en el
poder, esta banda de delincuentes que aún no se resigna a abandonarlo.
 

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