Peronismo: Desde las cenizas

Diana Ferraro
Escritora
A pesar de los
esfuerzos del periodismo en debatir si la reciente intervención del PJ se
origina en una predilección de esa misma jueza Servini que permitió que el PJ
estuviese paralizado durante casi dos décadas o, por el contrario, en un
cálculo electoral del actual gobierno de Cambiemos, en los círculos peronistas
la discusión es otra.
Entre la humillación y
la vergüenza de algunos, el más absoluto caradurismo y oportunismo de otros, y
el desinteresado pesimismo de aquellos que, aun parte, creen que el peronismo
está muerto, lo que se abre en las filas peronistas es el tema de la genuina
oportunidad de cambio y cuál debe ser ese cambio. Todos coinciden en que el más
puro kirchnerismo está mejor servido en el nuevo partido de Cristina Fernández,
Unidad Ciudadana, aunque mucho del kirchnerismo oportunista podría, sin
embargo, tener cabida en un Partido Justicialista por fin dispuesto a revisar
sus afiliaciones y a hacer internas como es debido, dejando que la pugna
democrática haga lo que sus dirigentes no supieron hacer. Es decir, desde
muchas posiciones diferentes, se piensa en la renovación de un partido
manoseado, abandonado, usurpado o perseguido y sin oportunidad real en mucho
tiempo de progresar por sí mismo como instrumento político capaz de servir al
total de la Nación.
¿Qué se puede esperar
de un peronismo que, luego de la muerte del general Perón, no volvió a conocer
una conducción del mismo nivel que adaptara su proyecto a las realidades de un
mundo totalmente nuevo? Revisemos la historia post-Perón y la breve gestión de
su viuda, interrumpida una vez más por un golpe de estado. Los nombres son
pocos y ninguno de ellos tuvo la estatura necesaria para continuar la herencia
y recrearla con la misma imaginación para consolidar un país moderno, con una
clase media ampliada hasta el último confín y sin pobres. Luder, quizá el más
claro ideológicamente en cuanto hacia dónde debía dirigirse el país, perdió las
elecciones. Menem fue mejor líder que Duhalde o los Kirchner, pero su
revolucionario cambio sólo pudo ser ejecutado por quien se había preparado para
ello y formado los equipos necesarios, Domingo Cavallo, un liberal. Duhalde
quedará en la historia como el que sepultó el proyecto liberal, acompañado por
Alfonsín, un radical hoy por suerte superado por los que hoy acompañan a
Cambiemos. Los Kirchner, a su vez, con aproximaciones ligeramente diferentes,
consolidaron la sepultura del peronismo con la danza hueca de la izquierda
festiva y el contante y sonante de los innumerables negociados a costillas del
Estado.
Esta descripción, leída
con cuidado, advierte sobre el verdadero problema que hoy debe resolver el
peronismo si pretende renacer de sus cenizas, hacer valer su antigüedad de casi
75 años como partido histórico de la Argentina y retomar su tradicional defensa
de la clase trabajadora: cómo incluir a los sectores productivos, a los sindicatos,
y a los trabajadores en general dentro de una economía liberal, de libre
mercado y con las fronteras abiertas. La respuesta a este problema es: creyendo
primero en la inevitabilidad de la globalización—a pesar del merchandising ruso
de la no globalización, que tanto éxito ha tenido en los espíritus vulnerables,
corruptos o simplemente lentos en comprender—y luego en la igualmente
inevitable necesidad de cambiar los instrumentos habituales del peronismo,
buenos en el pasado para ingresar en la clase media a millones de argentinos
postergados pero de extraordinaria ineficiencia en el mundo actual.
Una vez que el
peronismo en general pueda asumir y comprender los términos de esta nueva
discusión, estará listo para renacer, ya no como un rival del PRO sino como un
aliado necesario. Tanto el PRO más avanzado en su percepción de la realidad y
del mundo, como un peronismo renacido para recrear y ampliar la responsabilidad
sobre sindicatos y trabajadores, limitando la intromisión del Estado en estas
asociaciones privadas y haciendo que éstas tomen el rol fundamental que les
cabe en la promoción de los argentinos más postergados y excluidos del trabajo,
podrán avanzar más velozmente en las reformas que el país necesita.
Juntos podrán derrotar
la resistencia al cambio de los sectores más retrasados de la política (que
viven no sólo en el peronismo, sino en el radicalismo e incluso en los sectores
socialdemócratas del PRO). Sólo juntos, y en la compañía de aquel radicalismo
ya renovado, podrán garantizar la continuidad institucional de determinadas
políticas y favorecer la estabilidad, la inversión y la justicia.
El PRO tiene una
razonable apertura al diálogo, y también la tienen algunos acompañantes de
Cambiemos, que identifican bien al enemigo político de la Nación sin distraerse
con el eventual adversario electoral. El peronismo, hoy en un comienzo de
institucionalización imprescindible y bienvenido, tiene como conducción a un
Luis Barrionuevo no del todo insensible a la economía liberal y a la modernización
sindical y a dos asesores que representan a un peronismo aún demasiado
ortodoxo, anclado a un pasado idealizado y hoy falto de creatividad
revolucionaria, pero llenos de honestidad personal, como Carlos Campolongo y
Julio Bárbaro. Las burlas acerca de la edad de estos tres dirigentes, aunque
comprensibles en un país al que le cuesta hacerse cargo de su tradición como un
valor, son inconducentes ya que sólo remiten a lo que muchos de los que hoy se
ríen permitieron, por acción u omisión: que el PJ fuese usurpado y paralizado.
Es de ley entonces que vuelvan aquellos que desde hace veinte años han esperado
en vano para entregar en hora las banderas a las nuevas generaciones.
De estas nuevas
generaciones se trata; de ellas, sin referentes honorables, sin estructuras
partidarias, sin escuela política y sin equipos técnicos modernos de los cuales
aprender. Para ellas es el cambio. Para ellas, el regalo de un partido por fin
institucionalizado y republicano, modernizado en sus estrategias e
instrumentos, pero siempre consciente de sus banderas doctrinarias y de su
tradición.
Desde las cenizas a la
nueva vida, todo será posible si la discusión se instala sobre los temas
correctos. También, si los argentinos en su conjunto, peronistas y no
peronistas, continúan con su reclamo de instituciones democráticas y
transparentes, donde todo se discuta y donde el postergado avance hacia la
modernidad y la prosperidad encuentre en el peronismo a su defensor y aliado, y
no a su enemigo.
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