Argentina: El ajuste mental
Diana Ferraro
Escritora
En estos días de
confusión, sería bueno recordar que la persistencia de viejos males en la
economía argentina no es una fatalidad y mucho menos una fatalidad debida al
peronismo en su conjunto, sino atribuible a la resistencia a la realidad que
desde hace ya mucho tiempo despliegan la mayoría de los muy mal formados
políticos y de muchos de sus economistas, en general más profesionales, pero
muy a menudo dominados por viejos aprendizajes.
Son ellos, junto a un periodismo al cual le vuelve a costar tomar la
iniciativa de la opinión pública, los que transmiten la confusión al conjunto
del pueblo y a las organizaciones civiles que los representan, entre ellas los
sindicatos y las entidades empresarias.
La locura informativa
de las últimas semanas sumada a un mal disimulado malestar del gobierno que
muchos mal interpretan como desesperación, llama la atención por la intensidad
de las discusiones sobre la economía, a las que ahora se agrega el habitual
cuco del FMI. Sería mucho más beneficioso que se discutiera sobre el ajuste
mental que los argentinos debemos hacer para retomar la buena senda del
crecimiento y el orgullo nacional. Un ajuste mental igualmente resistido y
postergado por lo incómodo de tener que volver a pensar y tragarse antiguas
creencias, lugares comunes, e ideologismos crecidos sobre los hechos reales.
El primer paso de este
ajuste consiste en reconocer la realidad tal como es, y en especial, entre
todas las realidades negadas y distorsionadas, la realidad de los años 90,
cuando tuvimos por bastantes años un rumbo nacional claro, una estrategia
internacional sin fisuras y una economía organizada, moderna y que hubiera sido
sostenida si los equipos que funcionaron durante la primera parte de la década
se hubiesen mantenido, mejorando y corrigiendo siempre las políticas para el
mejor desarrollo y sostén del país.
El segundo paso de ese
ajuste consiste en reconocer que durante el gobierno de la Rúa fue imposible
recuperar los últimos años de la década anterior en piloto automático y sin que
se hubiesen continuado las reformas que asegurasen la continuidad del cambio.
El tercer paso de ese
ajuste mental consiste en reconocer que no fue la política liberal de Cavallo,
y tampoco el corralito—una solución de urgencia mal explicada y peor
comprendida—lo que provocó la tragedia del 2001-2002 sino el golpe
institucional organizado por los viejos enemigos—peronistas y radicales—de la
política liberal de modernización y apertura al mundo del país. Ellos lograron
su objetivo de no pagar la deuda externa, pesificar los contratos públicos y
privados, y devaluar el peso. Y sí, lo hicieron con la contribución del FMI, y
del Tesoro de los Estados Unidos, transformados en la ocasión en cómplices
involuntarios de sus enemigos por mal cálculo político acerca de lo que
sobrevendría.
El cuarto paso de ese
ajuste mental es más fácil, ya que una buena mitad de la población ya lo ha
hecho al rechazar en dos elecciones consecutivas todo regreso al duhaldismo, al
alfonsinismo, o al kirchnerismo en cualquiera de sus dos nefastas variantes.
Dicho esto, queda no obstante una mitad menos uno para convencerse de que toda
solución que no sea una solución de libertad de mercado y de una macroeconomía
de reglas compatibles con el mundo y aptas para atraer la inversión genuina,
será inútil y nos hará perder aún más tiempo y sólo ganar más pobres y más
quebrantos.
El actual gobierno
debería calmarse, evitando las políticas golpe de efecto coyunturales que sólo
crean más confusión e intentando hacer una buena política de fondo—por caso,
ampliando su frente de gestión formalmente con el peronismo liberal afín.
El camino argentino es
sólo uno, y es el que por suerte este gobierno eligió, aunque de modo timorato,
sin hacer suyo el pasado donde todo lo que hay que hacer ya fue hecho—Cavallo
demostró que es posible. Por lo tanto, no hay grandes misterios acerca de lo
que se debe hacer. Por otra parte, nadie en la oposición puede hacerlo ahora,
simplemente porque precisan dos años para llegar al gobierno.
El cambio le toca, en
efecto, a Cambiemos. La pregunta no es si lo van a hacer o no, porque no van a
tener más remedio que hacerlo, sino si lo van a hacer bien rápido o no. Y para
hacerlo bien rápido, tienen que enganchar ya mismo a la parte de la hoy
oposición que le es afín y que está pidiendo pista para aterrizar y aportar a
ese mismo cambio. Hay un peronismo que no sirve para nada porque no ha hecho
aún su reflexión, pero hay también un peronismo desaprovechado, hoy sin
conducción, que convendría alistar en la causa común de poner definitivamente
en pie el país. ¿Será esa la misteriosa misión de Emilio Monzó? Sería bueno que
no fuese misteriosa, sino una clara directiva presidencial, de modo que el país
también pueda acompañar. Sería también una muestra—mucho hace falta—de buena
conducción.
Habrá sin duda ajustes.
Se cortará el gasto en un lado, pero eso permitirá que entre inversión por el
otro. Así que, a pesar de lo que todos parecen creer hoy, éste no es el
problema real y tampoco lo es el FMI, que como todo prestamista de última
instancia sólo quiere estar seguro de que podamos pagar.
El problema es el de la
resistencia a la realidad de que, para hacer los cambios necesarios, hace falta
más gente que ayude y adhiera. Un ajuste mental, también en la más alta
conducción del país, que se trasladará, finalmente, a una política correcta y
duradera.
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